Pilar Bonet: "Vivir una guerra te vuelve mucho más precavido"
La periodista, corresponsal durante tres décadas en la Unión Soviética, Rusia y el Este de Europa, acaba de publicar Náufragos del imperio (Galaxia Gutenberg), un libro de impresiones personales. En él reflexiona sobre las raíces culturales de la guerra de Ucrania
28 septiembre, 2023 19:37Náufragos del imperio nace de cuadernos personales, de los diarios de viaje, de grabaciones que quedaron sin transcribir, de artículos y de los apuntes que quedaron en el tintero, cuenta Pilar Bonet. “Cuento solo lo que he vivido, aquello de lo que he sido testigo y sobre las personas que conocí”, subraya desde la sede de Galaxia Gutenberg en Barcelona, ciudad a la que ha venido para presentar estos “apuntes fronterizos”. Ahora vive en Ibiza, “desde donde he conseguido alguna exclusiva”. Y es que Bonet sigue unida con muchas de aquellas personas que conoció durante sus casi treinta años como corresponsal en el Este, primero en la Unión Soviética y, posteriormente, en la Federación Rusa, en Ucrania y en los países postsoviéticos. Náufragos del imperio no es un libro sobre la guerra de Ucrania, sino un relato coral sobre Rusia, sobre Ucrania y sus territorios; un relato sobre los precedentes y sobre los conflictos subyacentes.
-Rusia invadió Ucrania hace más de un año. ¿Podríamos definir Ucrania como un país marcado por la divisiónentre los filorusos y los que aspiran a una Ucrania europea?
-Evidentemente, la guerra no se hubiera iniciado si Rusia no hubiera invado Ucrania. Dicho esto, es cierto que Ucrania era un país con conflictos, muchos de ellos resultado del hecho de que una parte del país está orientado hacia el Este, mientras que otra dirige sus miradas a Occidente. A esto se le suma la cuestión de las lenguas: una gran número de ucranianos son rusoparlantes. Con esto lo que quiero decir es que son muchos los ucranianos que tienen el ruso como lengua materna. Sin embargo, el ruso no es lengua oficial en Ucrania, algo que ha provocado mucho debate. Ningún gobierno oficializó el ruso como lengua, si bien era una de las promeses electorales recurrentes, sobre todo de los candidatos provenientes del Este de Ucrania. Aseguraban que declararían el ruso lengua cooficial, pero nunca llegaron a hacerlo, puesto que el concepto de nación y de identidad ucraniana se asoció cada vez más con la lengua ucraniana y marginando al ruso.
-¿La cuestión idiomática era motivo de enfrentamiento?
-No, porque estamos hablando de dos idiomas muy próximos. La gente se entendía sin problema. En el 2005 fui a Sebastopol para asistir a la función de un teatro ucraniano que, proveniente de Kiev, estaba de gira por el país. Fui precisamente a Sebastopol porque quería ver cómo interaccionaba el hablante ruso con una función en ucraniano. Y la interacción fue perfecta: los marineros de la flota del Mar Negro, presentes en la función, se reían de los chistes. La gente seguía todo cuanto sucedía en el escenario.
-Entonces ¿la cuestión era que parte de la población quería seguir siendo rusa y una parte de la sociedad ucraniana no aceptó la independencia del país?
-No aceptó que Ucrania fuera por una vía distinta de Rusia. No se oponían a la independencia de Ucrania, pero les molestaba el desgajamiento motivado por el hecho de mirar al Oeste y de poner sus miras en Europa. Además, la propaganda rusa funcionó muy bien y hubo gente que se creyó realmente que el ucraniano era un régimen nazi. Sin duda, hay elementos de extrema derecha en la sociedad ucraniana, pero apenas si han estado representados en las instituciones políticas. Lo que sucede es que la propaganda rusa, como decía, ha despertado el miedo en una parte de la población rusoparlante.
-Crimea 2014. ¿Un momento de inflexión con respecto a lo que acabamos de comentar?
–Crimea es el territorio que Rusia se anexionó a finales de febrero del 2014. La mayor parte de la población hablaba en ruso y, en términos generales, estaba más próxima a Rusia que a Kiev. Es una zona en la que vivían muchos militares jubilados, estaba la flota del mar negro o los tártaros, que tampoco estaban muy contentos con las políticas de Kiev. Ten en cuenta que los tártaros son la población autóctona de Crimea y, como tal, reivindicaban una autonomía de carácter nacional.
-¿Se puede hablar de cierta dejadez de Kiev con respecto al resto de Ucrania?
-Hubo, sin duda, bastante dejadez. Con respecto a Crimea es evidente. Dicho esto, esta dejadez no ha tenido siempre la misma intensidad y, de hecho, ha sido mayor o menor dependiendo del gobierno y de la procedencia de sus principales miembros. Yanukóvich, por ejemplo, era del Dombás y barría para casa.
Para mí, la dejadez tiene que ver sobre todo con la lengua, de la que antes hablábamos. Faltó trabajo explicativo para conseguir que los rusoparlantes se sintieran parte de Ucrania, ciudadanos como los demás. No había un problema de comprensión y tampoco de conocimiento del idioma, puesto que, por ejemplo, en el caso del Dombás, sus habitantes podían hablar ucraniano sin problema. No lo hacían por una cuestión de principios. Las autoridades ucranianas, ante esta situación, hubieran podido integrar mejor el ruso en las instituciones.
A todo esto se suma otra cuestión: el conflicto y el debate en torno a los elementos culturales y religiosos –los del Este, a diferencia de los del Oeste, pertenecen a la Iglesia ortodoxa- que configuran la identidad ucraniana. El Estado ucraniano actual se ha configurado a partir de las ideas que emanan de la parte occidental y esto ha favorecido que los del Este se sintieran excluidos, sintieran que no formaban parte de Ucrania. Además de incorporar y reconocer el ruso, Kiev debía haber reivindicado como propios a los autores ucranianos que escribían en ruso. Esto hubiera significado, obviamente, reconocer el ruso como lengua propia, pero ya se sabe que las lenguas pequeñas tienden a defenderse. Esto es lo que pasó con Kiev: el temor a que el ucraniano fuera desbordado y asimilado hizo que el ruso no fuera reconocido.
-No solo en Ucrania, sino también en otras antiguas repúblicas soviéticas son muchos los ciudadanos que no hablan ruso, aun sabiéndolo, porque es la lengua del invasor. La lengua enemiga.
-Lo que sucede es que para Ucrania el ruso no es solo la lengua del invasor. Es también uno de sus idiomas. Y esto es algo que hay que aceptar.
-La propaganda ha tenido sus efectos en las zonas rusoparlantes de Ucrania, pero también en Rusia, donde además cualquier expresión de protesta es perseguida y condenada.
-La propaganda lo invade todo. Dicho esto, hay que decir que no hubiera tenido el efecto que ha tenido sin un terreno abonado previamente. Para tener efecto la propaganda tiene que conectar con las pulsiones de la sociedad y con discursos muy arraigados y asumidos. De ahí que ahonde en tópicos preexistentes. Por esto ha funcionado en Rusia: se ha sustentado sobre la idea de que Rusia es una potencia amenazada, sobre la idea de que todo el mundo está en contra de Rusia y que debe defenderse.
A todo esto se suma el miedo: la gente teme salir a la calle y decir lo que piensa por temor a represalias extremadamente severas. La guerra, además, es vivida como algo lejano: no aparece en los noticiarios, es algo que sucede a muchos kilómetros. Moscú es una ciudad llena de terrazas, con conciertos al aire libre. Es decir, es una ciudad que vive a espaldas de la guerra. Mientras que no le toque directamente –un hijo movilizado por el ejército, un familiar muerto en combate…-, mucha población rusa vive como si no pasara nada. Las autoridades rusas han conseguido, al menos hasta el momento, que la guerra sea algo lejano que no les afecte.
- Si bien el Este ha sido más atacado –basta pensar en Mariupol, ¿la guerra se vive con la misma intensidad en todo el territorio ucraniano?
-Los rusos bombardean donde les da la gana. El Este ha sido la zona más atacada, pero el Oeste tampoco es que se haya salvado de los bombardeos. Además, hay relaciones familiares: muchos de los que viven en el Oeste, tiene familia en el Este. Hablamos de una situación desesperada para todos, sean de la zona que sean de Ucrania. Mi profesora de ucraniano vive en Kiev y, como tantos otros, ha permanecido en la ciudad y trata de continuar con su vida. En este sentido, los ucranianos son admirables: son personas muy fuertes, con una enorme capacidad de resistencia y de supervivencia. Son muy admirables.
-Hablando de lazos familiares y de amistad, hablemos de Watson, un ex militar de la Unión Soviética que se retira en Ucrania y que, al comienzo de la guerra, huye con su hijo para que no lo llamen a filas.
-La historia de Watson, así es como yo le llamaba y le sigo llamando, puesto que seguimos en contacto, es la que más me ha gustado escribir, porque es un canto a la vida. Watson, que ahora vive en Irlanda y sigue sin trabajo, representa la perseverancia de la vida, que, finalmente, se impone. Todos los amigos se Watson son militares retirados de la Unión Soviética y, cuando explota la guerra, intentan ayudarlo. Lo que pesa es el factor humano. No hay ningún elemento ideológico que les haga titubear. Todos se vuelcan con Watson, en Moscú, en la estepa y en Moldavia hasta conseguir que pueda exiliarse.
Gestos de este tipo, de ayuda recíproca, donde lo ideológico no tiene cabida, me los encontré en 2013, durante la revolución del Maidan: mientras los jóvenes se pegaban tiros, los veteranos de Afganistán que, además, estaban tanto en la parte del gobierno como en la parte de los manifestantes, tendían puentes, calmaban. Y esto, ¿por qué?, preguntarás. Por la sencilla razón de que todos ellos habían vivido la guerra, sabían que era la guerra. Vivir una guerra te vuelve mucho más precavido y, en este sentido, uno de los grandes problemas que hay actualmente es que los dirigentes rusos actuales no tienen a sus espaldas la experiencia de la guerra y, por tanto, se permiten cualquier barbaridad.
-¿La escalada de rivalidad entre Rusia y Ucrania ha ido aumentando con los años hasta llegar a la situación actual?
-La Unión Soviética se desintegró en 1991 y, en principio, se pensaba que Ucrania y Rusia iban a ir al mismo paso. Lentamente, sin embargo, va apareciendo un sentimiento de desconfianza entre ambos países y un deseo de independencia por parte de Ucrania. La historia de la relación entre ambos países es muy larga y en ella ha jugado un papel determinante el factor material: todos los territorios del Este de Ucrania trabajaban para Rusia porque sus fábricas trabajaban para la industria rusa. Había, por tanto, vínculos laborales y económicos muy fuertes que, al romperse, dejaron a mucha gente del Este de Ucrania sin trabajo. A esa gente poco le importaba quién había cortado el grifo, lo que le importaba era tener un trabajo para vivir.
Ya no producían para Rusia, pero ni Europa ni Ucrania tenían una alternativa para ellos. Un alto dirigente europeo, cuyo nombre prefiero no dar, me confesó que se habían equivocado porque no habían tenido en cuenta, tras la caída del muro y la disgregación de la Unión Soviética, las sensibilidades del Este de Europa. Tendrían que haberse dado cuenta de que a toda esa gente no se la podía insertar de golpe en un mundo distinto y nuevo que, además, les privaba de su trabajo. El hecho de que, de un día para otro, tu fábrica ya no pueda vender nada de lo que fabrica, porque ya no tiene el cliente de antes ni tampoco puedes conseguir nuevos clientes, te deja en el desamparo. Cuando fabricas turbinas para una explotación petrolífera y el país responsable de esa explotación deja de comprar tus turbinas, ¿qué haces?
-Quizás por un sentido de culpabilidad ahora parece que Europa sí responde…
–Europa responde mucho, pero Ucrania pide más. Occidente responde con las armas necesarias para que Ucrania se defienda, pero no con la fuerza militar necesaria para expulsar a Rusia. Es decir, las armas que se les dan no permiten a Ucrania romper con la dinámica; les permiten aguantar.
-Europa depende de Rusia, sobre todo, por la cuestión del petróleo.
–Europa es muy dependiente de Rusia. Las relaciones no se han roto, todavía hoy hay oligarcas rusos viviendo aquí. Pero, ¿cómo gestionar todo esto con las sanciones? El comportamiento es muy contradictorio e intervienen muchos factores, entre ellos la dependencia de la que hablábamos, la culpa y el no saber qué hacer.
-No quiero terminar sin preguntarle por su profesora de ucraniano, que sigue en Kiev y que trata de evadirse tejiendo calcetines.
-Ha dejado de tejer calcetines. Ahora vive el día a día. Prepara sus clases y no tiene tiempo para nada. En el colegio en el que trabaja han concentrado grupos para así ahorrarse profesores y, por tanto, ella tiene mucho más trabajo. Además de las clases presenciales, tiene también imparte cursos on line para los niños que han podido huir de Ucrania y residen en el extranjero. Lo que quiero decir con esto es que es una mujer con mucho trabajo que no tiene tiempo y no quiere tenerlo para pensar; porque, ¿qué va a pensar? Es imposible para ella ver algún futuro, más allá del día a día. Si se pone a mirar a lo lejos se vuelve loca.
-¿Terminaremos por asumir la guerra de Ucrania?
-No lo olvidaremos. La asimilaremos. Y, por tanto, dejará de abrir telediarios. No hay tema que aguante tan largo tiempo. No se puede escribir cada día sobre un conflicto que dura años. Esto lo hemos visto con el conflicto entre Israel y Palestina. ¿Desde hace cuánto tiempo dura? Solo ponemos el foco cuando hay un acontecimiento extraordinario, un hecho que destaque. Entonces el conflicto abre telediarios, pero luego vuelve a pasar en segundo plano. Con la guerra de Ucrania pasará lo mismo.