Una papeleta electoral en el suelo / EP

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Ideas

La abstención política, esa tentación 'filosófica'

El debate sobre cómo se debe participar en política se intensifica cuando hay convocatorias electorales, pero hay un relato y unas razones que se deben conocer

19 julio, 2023 19:29
Francesc Arroyo

En la historia del pensamiento destacan dos activistas de la abstención: Epicuro y Antístenes, aunque de la escuela que éste fundó (los cínicos), es más conocido Diógenes de Sínope. Alejandro Magno, admirador de su forma de vida, fue a verle para ofrecerle lo que quisiera, aunque fuera la mitad de su imperio. Diógenes respondió: “Apártate que me tapas el sol”. No le interesaba ni la riqueza ni el poder sobre otros. Tampoco a Epicuro, aunque por razones diferentes y, en ambos casos, en oposición a Platón y Aristóteles, para quienes la política era el objetivo casi exclusivo del hombre, en la medida en que busca lograr el bien para todos y cada uno de los ciudadanos.

También Epicuro y Diógenes aconsejaban buscar el bien. Pero mientras que para Aristóteles y Platón el bien del individuo es indisociable del de la comunidad, para los otros dos pensadores el bien es algo personal, independiente (y a veces a pesar) de la vida política. De ahí que unos aconsejaran intervenir en la organización de la convivencia y los otros recomendaran apartarse de ello porque creían que la felicidad estaba en otra parte. De hecho, ambos conocían bien la postura de Anaxágoras quien, sobre los 70 años, decidió despreocuparse de la vida política. “¿En nada te interesa tu patria?”, le preguntaron. “Habla con cuidado; a mí me interesa mucho mi patria”, replicó señalando al cielo.

Los cínicos buscaban la felicidad reduciendo al mínimo las necesidades vitales, ganando independencia y libertad; Epicuro, en cambio, proponía evitar la incertidumbre que causan el miedo, el dolor y la ansiedad. Hubo un tercer movimiento, el estoicismo, que intentó hilvanar la felicidad individual con la participación política, a costa de asumir con resignación lo que el destino quisiera deparar.

Estas tendencias surgen coincidiendo con cambios en la historia. Hasta ese momento, los griegos se agrupaban en pequeños territorios, las ciudades, en cuya organización era posible, hasta cierto punto, influir. Los grandes imperios acabaron con la independencia de las ciudades. “La ciudad dejaba de dirigir la vida de los ciudadanos y se convertía en algo distante y extraño. Y los atenienses, desconcertados, se alejaron de la ciudad para encontrarse y explicarse a sí mismos”, resume Antonio Pau en Manual de escapología. Teoría y práctica de la huida del mundo, libro que repasa las múltiples formas en que hombres de todos los tiempos han decidido que la política no era asunto principal y, desde luego, que no había caminos colectivos que llevaran a la felicidad.

Procesar información de forma sesgada

Las elecciones celebradas el pasado 28 de mayo, en las que se decidía la composición de los ayuntamientos españoles, registraron una abstención del 36,07%, el cuarto porcentaje más alto desde el fin de la dictadura. Este dato ha disparado las alarmas respecto a la escasa implicación de la ciudadanía en los asuntos colectivos. Sin embargo, no es una novedad. En España la abstención electoral ha sido siempre alta, aunque en algunos países sea aún más alta. En Chile y Colombia ha superado algunas veces el 50%. También en Suiza, Eslovenia y Portugal, aunque la abstención media sea más baja, pero no en exceso. En Suiza, por ejemplo, es del 47%.

Copia romana del busto griego de Epicuro del siglo II d.C.

Copia romana del busto griego de Epicuro del siglo II d.C.

“Con rara unanimidad, los análisis políticos y académicos de los resultados electorales españoles han considerado el abstencionismo como la característica más llamativa del proceso de transición política”, sostiene quien fuera catedrático de la UAM, José Ramón Montero. Los datos hablan por sí solos: “la abstención española no logró bajar el listón del 20 por 100 en las primeras elecciones democráticas de 1977, cuando se esperaba una ‘explosión participativa’ similar a la conocida por otros países con pasados fascistas o autoritarios, ni tampoco en las de octubre de 1982, cuando su condición de critical elections e, incidentalmente, la reciente confección de un nuevo censo fundamentaban unas previsiones inferiores de abstencionismo”.

En parte, la alta abstención se halla vinculada al carácter representativo de las democracias formales. Un sistema en el que las decisiones las toma un reducido grupo de personas, elegidas por sufragio directo. Este mecanismo no actúa como incentivo para la participación. El jurista Josep Vilajosana llega incluso a sostener que ir a votar no es “excesivamente racional” porque “la probabilidad de que cada voto por separado incida en el resultado final es sencillamente pequeña”. Los votantes perciben que el valor de su voto es “diminuto”, mientras que “los costos del mismo (mantenerse informado, trasladarse, espera, etc.) son proporcionalmente mayores”. Coincide con el filósofo estadounidense Jason Brennan, profesor de Teoría Política en la Universidad de Georgetown. Para él “abstenerse de votar genera los mismos resultados que votar, ya que cuando se trata de votar, el conocimiento y la racionalidad no merecen la pena, mientras que la ignorancia y la  irracionalidad quedan impunes” eso sin considerar que “la mayoría de la gente procesa la información política de una manera profundamente sesgada e irracional”.

La abstención no es, sostiene Vilajosana, “sinónimo de apatía política, pues algunos ciudadanos prefieren no votar debido a la posibilidad de utilizar otros canales (quizá más eficientes) para la participación”.

Gianfranco Pasquino ha trazado un perfil del abstencionista que no muestra “gran diferencia de país a país”. Sus características son: “Ante todo, bajo nivel de instrucción; en segundo lugar, sexo femenino; en tercer lugar, de edad avanzada o muy jóvenes. En igualdad de todas las demás variables, la instrucción o mejor dicho la falta de un adecuado nivel de instrucción, incide negativamente en la participación electoral”.

¿Participar es valioso?

Este perfil ha llevado a algunos pensadores a proponer un sistema electoral que multiplique la abstención, al exigir requisitos previos, entre otros ciertos conocimientos, para poder votar. La figura más representativa es Brennan (Contra la democracia), quien propone una “epistocracia” que, en su opinión, evitaría las consecuencias de las decisiones “irracionales” tomadas por el electorado. “Hace unos sesenta y cinco años, empezamos a medir cuánto saben los votantes. Los resultados fueron deprimentes”, explica. Un ejemplo: el 73% de los estadounidenses no entiende en qué consistió la “guerra fría”, un hecho que ha determinado la política exterior de su país durante décadas. De modo que “la mayor parte de los ciudadanos tiene la obligación moral de abstenerse de votar” o, en su defecto, habría que hacer que su voto valiera menos que el de las personas suficientemente informadas. Uno de los criterios de suficiencia sería que el votante pudiera explicar su propia posición y también argumentar las posiciones contrarias. En su opinión, esto no ocurre, de modo que el aumento de la abstención es “un hecho esperanzador”.

Atenas con el Partenon, en Grecia / PIXABAY

Atenas con el Partenon, en Grecia / PIXABAY

Excluir a un sector de la población del derecho al voto puede parecer una medida antidemocrática pero, en realidad, no lo es si está justificado, señala Brennan. En la mayoría de países están excluidos los menores de 18 años porque, se supone, no están cualificados para tomar una decisión razonable. Pero si “la ignorancia es una razón suficiente para excluir a los jóvenes del voto, debería ser una razón suficiente para excluir a otros sectores igualmente incapaces” ya que “parece arbitrario asumir simplemente que todo el mundo por debajo de los 18 años es incompetente pero  que todo el mundo por encima de los dieciocho es competente”.

Votar, sostiene Brennan, afecta al votante y repercute en el conjunto social: “El sufragio universal incentiva que la mayoría de los votantes tome decisiones políticas de una manera ignorante e irracional, y luego impone esas decisiones ignorantes e irracionales a gente inocente”. porque “la mayoría de los ciudadanos y votantes democráticos son nacionalistas ignorantes, irracionales y  desinformados”. Así las cosas, “la participación política no es valiosa para la mayor parte de la gente. Al contrario, a la mayoría de nosotros nos hace poco bien, y tiende a embrutecernos y a corrompernos. Nos convierte en enemigos cívicos”. Cuando alguien se informa, explica tiende a “aceptar las evidencias que respaldan” las propias opiniones y es propenso a “rechazar o ignorar las evidencias” que las refutan.

La epistocracia de Brennan no es nueva. Como él mismo reconoce, está inspirada en La República de Platón, quien, cree Brennan, “temía que un electorado democrático fuera demasiado estúpido, irracional e ignorante para gobernar bien”. En el libro VI de La República, Sócrates sostiene: “No cesarán los males de la ciudad y de los ciudadanos, mientras no llegue a ser dueña de las ciudades la clase de los filósofos” que buscan el bien.

Pero no sólo los filósofos buscan el bien; todos lo hacen. La diferencia estriba en que para la mayoría de la población, la que no debería participar en política, “el bien es el placer”, mientras que para el filósofo “el bien es el conocimiento”.

Nada ocurre sin el hombre

La propuesta de Platón no se reduce a quién debe gobernar. Alcanza a la totalidad de la población, dividida en tres tipos de hombres, según su actividad: filósofos, gobernantes y artesanos. Estos no participan en las decisiones y viven en lo que Pericles denominó una “feliz despreocupación”, fiando en el buen hacer del filósofo rey. A este puesto no se llega por herencia sino a través de los méritos adquiridos en la fase de formación. Dicho sea de paso, Platón establece una salvaguarda para impedir que el gobernante abuse de su posición: le prohíbe acumular propiedades y prebendas. Quizás intuía que pudiera llegarse a situaciones como la descrita en el estudio hecho por Alfred Gottschlak y otros, a partir de datos del censo estadounidense. Este análisis muestra que en Estados Unidos “el senador medio tiene un patrimonio neto de casi 14 millones de dólares, y el miembro medio de la Cámara de  Representantes tiene un patrimonio neto de 4,6 millones de dólares. En cambio, el hogar medio estadounidense tiene un patrimonio neto inferior a 70.000 dólares”.

Cuando la ciudad en la época clásica, igual que las naciones en la edad moderna, descubrieron que la autarquía y el aislacionismo no eran posibles ya que producen estancamiento, aparecieron quienes decidieron marginarse de la colectividad y buscar la felicidad por vías individuales: los cínicos, los epicúreos, los hippies, los cartujos o los participantes en el movimiento Ohne-mich-Standpunkt, encarnado en el personaje Herr Ohnemichel. Antonio Pau lo ha traducido certeramente como “Señor Conmigo-que-no-cuenten”, alguien a quien lo que ocurre a su alrededor le resulta abiertamente indiferente. Ni lo rechaza ni, mucho menos, se siente impulsado a rebelarse y tratar de corregir la situación. Simplemente, se inhibe. Una inhibición propiciada por un presente en el que predomina “una sensación generalizada de degradación medioambiental, de burbujas que se pinchan, de inoculación de virus, de aumento de la violencia, de evolución desbocada de la tecnología, de tambaleo de la estructura política… de fin de era”. Y, lo que resulta más grave, no se vislumbra nada  mejor en el horizonte.

Con todo, esto no deja de ser una interpretación pues, como señaló Epicuro, nada hay en el futuro que vaya a ocurrir sin la intervención o la abstención del hombre.