'Being María'

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Cine & Teatro

María Schneider y las sombras de 'El último tango en París'

La cineasta Jessica Palud adapta a la pantalla la turbulenta trayectoria familiar de la actriz francesa, atrapada para siempre por la escena que rodó con Marlon Brando en El último tango en París de Bernardo Bertolucci

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"La escena de la mantequilla". A los más jóvenes es probable que esta frase no les diga nada, pero para toda una generación está clarísimo a qué hace referencia. La escena mítica de El último tango en París, de Bernardo Bertolucci, en la que Marlon Brando introduce un trozo de mantequilla en la entrepierna de María Schneider, boca abajo en el suelo del apartamento en el que los dos desconocidos establecen su singular relación. Y la sodomiza mientras la obliga a repetir unas frases sobre la libertad, la represión y la familia. Es una secuencia trascendental en la película, porque plantea diversas transgresiones morales muy propias de la contracultural época en que se hizo, 1972. 

Obviamente, el acto sexual era simulado, pero las lágrimas de Schneider eran reales. Porque la escena no estaba escrita de este modo en el guion. Se improvisó y Bertolucci se conjuró con Brando, sin avisar a la actriz, de solo diecinueve años, de lo que iba a suceder. Schneider contó después en más de una ocasión que se sintió violada por dos hombres -el actor y el director-, y el propio Bertolucci confesó en su vejez cómo había rodado esos planos, buscando por encima de todo -por encima de Schneider- la veracidad. Hoy le hubiera costado una denuncia y probablemente una condena. En los desbocados años setenta del siglo pasado a nadie pareció importarle mucho que la jovencísima actriz fuera sacrificada en el altar del arte. 

Brando y Schneider en la escena de 'El último tango en París'

Brando y Schneider en la escena de 'El último tango en París'

Sería excesivo vincular todo lo que le sucedió después al trauma que le provocó la filmación de esa escena, porque la historia familiar de Schneider está llena de turbulencias y parientes autodestructivos. Pero lo cierto es que quedó para siempre atrapada en ese papel, su carrera posterior fue errática y su vida un desastre, incluida la adicción a la heroína, que arrastró durante mucho tiempo, con múltiples recaídas. Falleció de cáncer en 2011, con solo cincuenta y ocho años. 

En 2018, su prima Vanessa Schneider, escritora y periodista de Le Monde, publicó un libro titulado Tu t’appelais María Schneider, que se tradujo el año pasado al castellano como Mi prima María Schneider (Circe). No es exactamente una biografía, sino una suerte de elegía en forma de larga carta dirigida a la recién fallecida. Un texto hermoso, íntimo, desgarrador, que nunca busca el sensacionalismo barato ni la arenga facilona. Es una vindicación de su figura, y al mismo tiempo una reconstrucción del desestructurado entorno familiar y de las libertades y los libertinajes de los años setenta. 

'Being María'

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Llega ahora, de la mano de la directora Jessica Palud, la adaptación al cine, cuyo título original francés es María a secas, pero vaya usted a saber por qué aquí se estrena (en el Festival Atlántida y directamente en Filmin) con el título anglosajón: Being María. Aunque peca en algunos momentos de cierta languidez y falta de pulso, retrata con solvencia la historia de María Schneider. Fruto de una aventura del actor Daniel Gélin con la modelo Marie-Christine Schneider, su madre la crio sola, porque el padre se desentendió y formó otra familia. En la adolescencia, reestableció el contacto con su progenitor, que acabó reconociéndola legalmente , aunque ella mantuvo el apellido materno. 

El largometraje dibuja bien algunos aspectos del contexto familiar -como la personalidad desquiciada de la madre-, pero apenas apunta los excesos y adicciones del padre, que precipitaron a la hermanastra de María, la también actriz Fiona Gélin, a una juventud caótica en la que se enganchó a la heroína. Los hijos de los años sesenta pagaron un alto precio por los sueños de libertad y la inmadurez revestida de ruptura con los valores burgueses de sus padres. Véase el desolador destino del rubio vástago de Marianne, inspiradora de la afamada canción de Leonard Cohen So long, Maríanne, en el documental Maríanne & Leonard: Words of Love. 

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Being María se divide en dos partes muy diferenciadas. En la primera la joven protagonista (interpretada con brío por Ana María Bartolomei, que además tiene un notable parecido con el personaje real) retoma la relación con su padre ausente y, a través de él, conoce a Alain Delon y Brigitte Bardot (a esta última, sorprendentemente, ni se la menciona, cuando en la realidad la llegó a acoger en su casa y ejerció cierto mentorado). Cuando Bertolucci (Giuseppe Maggio en la película) la contrata para protagonizar con Brando El último tango en París, María solo había aparecido en pequeños papeles en tres largometrajes.

Era una completa desconocida a la que el cineasta ve, por su juventud e inexperiencia, como un recipiente vacío que él puede moldear y llegado el caso manipular. En una de las mejores secuencias de Being María -la del primer encuentro de ambos en un café- el cineasta le deja claro que para él lo importante son sus personajes; los actores son un mero vehículo. Y le advierte de que hay muchos desnudos y va a rodar el sexo con un tono realista. De hecho, varios actores habían rechazado trabajar en la película, pese al prestigio del director -que acababa de triunfar con El conformista-, después de leer el guion. 

'Being María'

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Hay otra escena muy relevante en Being María, durante el rodaje de El último tango en París en el piso vacío en el que se filmó. En una pausa, Schneider se muestra admirada por lo bien que Brando (Matt Dillon, muy convincente en el papel, pese a que el parecido físico es relativo) ha interpretado un llanto. El divo le confiesa que ha llorado de verdad, porque Bertolucci lo ha manipulado haciéndole recordar detalles dolorosos del pasado. Y dice: “En la vida real no lloro, en cambio aquí, interpretando una ficción, lloro de verdad”. Similar manipulación es la que utilizó el director italiano para la famosa e infame secuencia. Lo que después contó Schneider es parecido a lo que se pone en boca de Brando: la violación no fue real, pero siendo ficticia, ella la vivió como una verdadera agresión, porque nadie la previno de lo que iba a suceder. 

Toda la parte del rodaje en el piso está muy bien desarrollada, aunque se tiende a exagerar el candor de Schneider y se presenta a un Brando que se comporta con más modestia y menos divismo del que se gastaba. El actor, en horas bajas y con bien ganada fama de conflictivo en los platós, venía de acumular fracasos y estaba en horas bajas. 1972 fue el año de su fugaz renacimiento: encadenó nada menos que El último tango en París y El padrino. 

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La segunda parte de Being María es más irregular. Cuenta la vida post-tango de la actriz y contiene una secuencia magnífica, cuando ella le cuenta a un periodista lo que sintió al rodar la escena de la mantequilla y después su agente la abronca: “Igual que interpretas en la pantalla, también tienes que interpretar un papel ante los periodistas”. Es una pincelada muy pertinente. Todas las giras promocionales y todos los making-offs son puro teatro: el equipo siempre ha sido maravilloso y todo el mundo se llevaba la mar de bien. Nadie cuenta jamás nada incómodo; siguen actuando. 

Schneider no estaba preparada para lo que se le vino encima. Ya antes de estrenarse, El último tango en París estaba envuelta en la polémica. Fue una película-escándalo. Un fenómeno no solo cultural, sino también sociológico. En Italia llegaron a condenar al realizador y los dos actores por obscenidad, en una sentencia que no se ejecutó. Los españoles tenían que ir a verla a Perpiñán, porque aquí no llegó hasta diciembre de 1977. 

El público no veía a Schneider como una actriz, sino como una chica muy joven que se había desnudado ante la cámara y protagonizado situaciones muy escabrosas. En ocasiones tenía que soportar insinuaciones soeces sobre la mantequilla. Ella trataba de defenderse tirando de ironía y aseguró en alguna entrevista que solo cocinaba con aceite. Pero la maldición de ese papel la persiguió toda la vida. El suyo fue un pacto fáustico con el demonio: de la noche a la mañana alcanzó el estrellato, pero quedó atrapada para siempre en ese personaje escandaloso. 

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Es una parte terrible del negocio del cine, que ha destruido a montones de actores infantiles y a unos cuantos adultos. ¿Cómo se sobrevive a haber sido la niña de El exorcista? ¿Qué fue de Sylvia Kristel después de Emmanuelle? Schneider logró hacer una buena película a las órdenes de Antonioni -El reportero-, con Jack Nicholson (una parte de la cual, por cierto, está rodada en Barcelona). El resto fue errático. Solo le ofrecían papeles en que aparecía desnuda (lo mismo que les sucedió en España a montones de actrices jóvenes en la época del destape). Trabajó en títulos muy malos, incluida una cinta de vampiros, cuyo rodaje se recrea en Being María. Y la adicción a la heroína la hizo poco fiable, porque a veces era incapaz de aprenderse los diálogos. 

Como Being María reivindica su figura, acaba mucho antes de su temprana muerte, en uno de los pocos momentos profesionalmente dignos que vivió después del tango, con Merry-Go-Round, el largometraje que rodó en 1981 a las órdenes de Jacques Rivette, con Joe Dallesandro, la estrella warholiana. Es uno de los escasos títulos dignos de mención de su filmografía. La actriz todavía viviría treinta años más, pero la película se cierra ahí. Con una secuencia en la que está dando entrevistas promocionales del largometraje de Rivette y la agente de prensa le comenta que en el mismo hotel está Bertolucci. Le pregunta si quiere les organice una comida. María responde escueta: “No lo conozco”. Es su triunfo en la ficción, porque en la realidad no fue así: pasó toda su vida sin poder despegarse del personaje de El último tango en París y de la maldita escena de la mantequilla.