Imagen promocional de 'The White Lotus', serie de HBO / HBO

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Cine & Teatro

La pesadilla en el paraíso

'The White Lotus' es una comedia negra que no busca la carcajada y que a menudo genera una incomodidad notable en el espectador

7 agosto, 2021 00:00

Un grupo variopinto de ricachones se dispone a pasar sus vacaciones en un resort de lujo de Hawai, The White Lotus (El loto blanco). Los vemos llegar e instalarse y en seguida nos percatamos de algo fundamental que va a marcar toda esa miniserie que está emitiendo HBO y cuyo título es el del centro vacacional en cuestión: nos caen mal, muy mal. Sostener una ficción con personajes de los que, humanamente hablando, no se salva ni uno es algo francamente difícil (el espectador suele necesitar cierto grado de empatía con la gente que ve en la pantalla), pero hay que reconocer que el creador del producto, que también lo escribe y lo dirige, Mike White (Pasadena, California, 1970) lo ha conseguido. Y con nota.

El gerente del hotel, Armond (Murray Bartlett), un homosexual alcohólico que lleva cinco años sobrio cuando decide recaer porque aquello no hay quien lo aguante, deberá enfrentarse a: Nicole Mosbacher (Connie Britton, a la que pudimos ver en series como Nashville o American Horror Story), alta ejecutiva de un buscador de Internet; su marido Mark (un espléndido Steve Zahn y el único personaje que muestra ciertos rasgos de humanidad), un hipocondríaco convencido de tener un cáncer de testículos, cosa que no puede importar menos a su familia; los hijos de la pareja, chico y chica, un zangolotino permanentemente enganchado al móvil y a la masturbación compulsiva y una pija despreciable que se ha traído a una amiga pobre para poder humillarla a gusto y levantarle los novios, si se tercia; dos recién casados de bofetada: un imbécil rico y prepotente y una pobretona medio tonta que no sabe si ejercer de periodista o de influencer; una gorda histérica llamada Tanya (Jennifer Coolidge) que pretende esparcir en el mar las cenizas de su madre muerta, a la que echa de menos tanto como la detestaba y que se pasa el día en el spa del establecimiento porque siempre le duele algo, por lo menos en su imaginación...

Construir con esos mimbres tan churrosos una ficción tan amena como The White Lotus resulta, ciertamente, meritorio. Evidentemente, se masca la tragedia desde el principio, y vamos asistiendo a ella como los espectadores involuntarios de un horrible accidente automovilístico. El humor, sarcástico y a menudo cruel, no es para todo el mundo, pero permea toda la trama para dibujar un retrato despiadado de la estupidez norteamericana contemporánea. Tener dinero, viene a decirnos el señor White, no te garantiza una vida plena y feliz cuando tienes un cerebro y un corazón que dejan mucho que desear. El contraste entre el decorado paradisíaco y la basura que almacenan en la cabeza los protagonistas de The White Lotus acaba arrojando conclusiones demoledoras sobre el presente de las clases pudientes, gente que no entiende el valor de las cosas, que no sabe querer a nadie y que pasea su aburrimiento por el mundo porque no tiene nada más que ofrecerle a éste.

The White Lotus es una comedia negra, negrísima, que no busca en ningún momento la carcajada y que, como ya viene siendo habitual en ese nuevo subgénero que hemos definido como post humor, a menudo genera una incomodidad notable en el espectador. Son evidentes las cosas y las personas que Mike White no soporta: la frivolidad, la ostentación, la falta de empatía hacia los menos favorecidos, la incapacidad de comprender los sentimientos básicos de la vida, la sustitución de valores morales por dinero y confort… En cierto sentido, estamos ante la obra de un moralista cruel que, sirviéndose de un grupito de imbéciles morales, dibuja un paisaje desolador del presente de las clases adineradas de su país y, por extensión, de cualquier otro. Cuenta a su favor con unos comediantes en estado de gracia que se meten de la mejor manera posible en la piel del idiota que les ha tocado. Todos ellos están en Hawai, pero podrían haberse quedado en casa y Armond se lo hubiera agradecido mucho. Llevamos cuatro capítulos y algo nos dice que en los dos que faltan se va a acelerar esa tragedia ridícula que intuimos nada más ver llegar al resort a esa pandilla de desgraciados a los que, en el fondo, les deseamos lo peor.