'Blade Runner 2049' y la pesadilla (recurrente) de Philip K. Dick

'Blade Runner 2049' y la pesadilla (recurrente) de Philip K. Dick

Cine & Teatro

'Blade Runner 2049' y la pesadilla (recurrente) de Philip K. Dick

Laura Fernández se pregunta si al escritor le hubiese gustado la segunda entrega de la saga basada en su novela

16 octubre, 2017 00:00

Me gustan las novelas de Philip K. Dick. Me gustan especialmente Ubik y Laberinto de muerte y Los jugadores de Titán y esa en la que los muertos salen de las tumbas para empezar a rejuvenecer (El tiempo contrarreloj, se llamó aquí). Aunque mi favorita de todas siempre ha sido ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela en la que se basó Ridley Scott para filmar su Blade Runner. Lamentablemente, Philip K. Dick murió antes de que llegara a estrenarse. En la última entrevista que concedió, se quejaba de tener que comprarse un esmoquin para acudir al estreno. Hubiera preferido ir en tejanos. En cualquier caso, no acudió.

Aunque para entonces ya había hecho las paces con Hampton Fancher y Ridley Scott, lo suyo no había empezado con buen pie. El primer borrador de guion que el escritor leyó le horrorizó. Lo mismo el segundo. Hasta que Fancher no incoporó a un tal David Peoples, artífice de la última vuelta de tuerca existencial, no llegó a convencerse de que la historia que Scott filmaría completaría, en algún sentido, la que él había querido contar. Al principio odió a Scott y se temió lo peor, porque, dijo, "Scott tiene un sentido más visual que narrativo". Es decir, que pensaba, evidentemente, más en términos de imagen, "después de todo es un director de cine", que en términos de argumento, por lo que, sí, la ambientación podía parecerle alucinante --llegó a afirmar que ese era el mundo que tenía en su cabeza después de ver un par de escenas de las que ya habían rodado--, pero seguía sin convencerle lo que iban a contar.

Era por eso que Dick tenía, explicó, una pesadilla recurrente. Le invitaban al rodaje y, después de presenciar una escena en la que Harrison Ford decía algo parecido a "baja esa pistola o serás un androide muerto", atravesaría el set "como una gacela" y cogería a Ford por el cuello y empezaría a golpearle contra la pared. La pesadilla continuaba, porque el equipo llamaba a seguridad y alguien le detenía mientras el escritor gritaba: "¡Habéis destruido mi libro!". Al día siguiente aparecía un pequeño artículo en el periódico cuyo titular rezaba: "Autor desconocido sufre un brote psicótico en un set de Hollywood"; el subtítulo decía algo parecido a: "El único herido ha sido el autor".

Lecciones de humanidad

Anécdotas aparte, lo cierto es que el film de Scott se basó, sí, en la historia de Rick Deckard, el tipo encargado de retirar androides, pero le dio la vuelta a todo su sentido. En la película, los androides, por el hecho de ser conscientes de que su vida es potencialmente mucho más corta que la de un ser humano (apenas tres años), dan lecciones de humanidad a los humanos, mientras que en la novela pasa justo lo contrario: los androides son retorcidos, crueles, terribles. Como niños malcriados que vivieran al margen de cualquier consecuencia --son máquinas, no tienen alma--, se dedican a hacer sufrir a todo aquel ser vivo con el que se cruzan, en un mundo en el que apenas quedan seres vivos, y en el que Rick Deckard sueña con tener un avestruz, pero sólo ha conseguido ahorrar para comprarse una oveja, claro, eléctrica. El mundo es un lugar horrible, sí, pero lo será un poco menos si no estás solo. Si puedes cuidar de alguien. De algo. Algo que respire. Y que no tenga maldad. Algo inocente, indefenso, como un animal en extinción. De hecho, en la novela, los seres humanos demasiado humanos son animales en extinción. El mensaje, en cualquier caso, es de humanismo enternecedoramente iluso, como debería serlo cualquier humanismo.

Dicho todo esto, ¿le habría gustado a Philip K. Dick el Blade Runner 2049 de Villeneuve? No. En realidad, le habría horrorizado. Y no únicamente porque sea, en el mejor de los casos, una cáscara vacía --oh, sí, la ambientación es fantástica, pero ¿acaso nos importa alguno de los personajes? ¿Hay alguno, en realidad, vivo?--, y en esto Dick podría esgrimir el mismo argumento que esgrimió contra Scott --"él piensa de forma visual, yo lo hago de forma narrativa"--, sino porque el único mensaje que da la película, el único que se repite, y de una manera un tanto absurda, es el de que "lo único que nos hace humanos es morir por una buena causa". Querido Hampton Fancher, si Philip K. Dick regresara de entre los muertos, como uno de los personajes de El tiempo contrarreloj, lamentaría no haber acudido al rodaje para poder hacer realidad su pesadilla.