'Anatomía de un instante'
Miradas sobre la España de la Transición: 'Anatomía de un instante' y 'Golpes'
La serie del sevillano Alberto Rodríguez y el debut como director de Rafael Cobos, su guionista habitual, añaden nuevas perspectivas y capas de significado a la mirada sobre la España que pasó de la dictadura franquista a la democracia
La Transición fue una densa humareda. No solo en sentido metafórico, sino literal. La hicieron hombres-chimenea. Carrillo fumaba como un carretero. Suárez fumaba cuando estaba nervioso o desbordado, que era casi siempre. Y Gutiérrez Mellado se apuntaba gustoso a un piti. El resto de diputados, los militares y los españoles en general también echaban humo a todas horas, de nuevo no solo en sentido figurado, sino literal. Se fuma tanto en Anatomía de un instante que el visionado de la serie creada por Alberto Rodríguez a partir del libro de Javier Cercas puede provocar ataques de tos.
Hay otros marcadores de época muy bien traídos, como ese cartel de Portero de noche en un cine de la Gran Vía madrileña, cuando Carrillo regresa a España clandestinamente con el ridículo peluquín. La Transición fue también la época del destape, la llegada de las películas prohibidas y la invasión de las revistas porno -y los cómics underground- en los quioscos. La ambientación de Anatomía de un instante es impecable y no es lo único en lo que acierta. Estrenada en Movistar + en la muy señalada fecha del 20-N, es una de las series más recomendables de este 2025.
'Anatomía de un instante'
En primer lugar, hace una adaptación inteligente de un libro a priori imposible de llevar a la pantalla. La obra de Cercas es un hito -de entrada infunde respeto- y además es un artefacto singularísimo. Un ensayo narrativo o crónica literaturizada, que no sale de la pluma de un historiador o de un periodista, sino de un escritor. Es a un tiempo literatura y documento. Una perspicaz indagación en los vericuetos del 23-F, con sus medias verdades, secretos a voces y especulaciones. Está construida con meticuloso rigor fáctico, pero siempre desde la mirada literaria. No por casualidad toda la pesquisa parte de la observación de un gesto convertido en símbolo: la imagen de los tres diputados que no se escondieron bajo su escaño al sonar los tiros de Tejero.
El libro consiste en una sucesión de exploraciones argumentativas y divagaciones, de datos comprobados e hipótesis, de constataciones y elucubraciones. Trasladarla a la pantalla tratando de mantener este planteamiento solo hubiera sido posible mediante un formato de documental especulativo. Pero la serie de Alberto Rodríguez opta por el formato de ficción con actores y por una arquitectura formal clásica. Su vínculo más directo con el texto del que parte es la voz narradora que va reflexionando sobre lo que acontece (el propio autor en el libro, un joven periodista que aparece al final en la serie).
'Anatomía de un instante'
Adaptar en cuatro capítulos de una hora las más de cuatrocientas páginas repletas de meandros y excursos de Cercas solo es posible sintetizando y quedándose con el tronco principal de la historia. El peligro es simplificar tanto que se acabe banalizando, pero Rodríguez, con Rafael Cobos y Fran Araújo, su equipo de guionistas, salvan con nota este escollo. Consiguen trasladar al espectador la maraña de tramas y subtramas que fueron cincelando la Transición. Siguiendo el esquema básico del libro, la serie divide el relato en capítulos centrados en una figura: Suárez, Carrillo, Gutiérrez Mellado y, por último, la coralidad de los golpistas, dando protagonismo a tres: Armada -el más hermético y maquiavélico, un personaje digno de una novela-, Milans y Tejero (estos dos más dados a los ¡Viva España!). Quedan fuera, entre otras cosas, las especulaciones sobre la participación o no en la orquestación del golpe de un sector del CNI, a las que Cercas sí dedica atención.
Siguiente escollo a sortear en una serie ambientada en un tiempo reciente y a cuyos protagonistas reales todo el mundo tiene en la retina: encontrar a actores que, debidamente caracterizados, ofrezcan un parecido razonable. Aquí Rodríguez opta por el criterio de los directores listos: primar sobre el parecido la solidez del intérprete. Del mismo modo que el espectador se cree que Bruno Ganz es Hitler en El hundimiento, Frank Langela Nixon en Nixon contra Frost y Kristen Stewart Lady Di en Spencer, en Anatomía de un instante se produce enseguida el embrujo de que Álvaro Morte es Suárez, Eduard Fernández, Carrillo y Manolo Solo, Gutiérrez Mellado. A los que se suman Juanma Navas como Armada, Óscar de la Fuente como Milans, David Lorente como Tejero y Miki Esparbé como el rey. Todos estupendos, con especial mención al trío principal, que se mimetiza con sus personajes.
'Anatomía de un instante'
La serie tiene un implacable ritmo de thriller político -algo que Rodríguez ya había manejado de forma primorosa en El hombre de las mil caras- y logra atrapar varios aspectos muy relevantes de la Transición, hoy tan frívolamente denostada por cierta izquierda radical y no tan radical. Por ejemplo, que quienes trataron de hacerla descarrilar fueron la ultraderecha -el atentado de Atocha-, pero sobre todo el Grapo y ETA, cuyos herederos políticos son hoy vergonzosamente blanqueados. Se refleja muy bien la sistemática campaña de asesinatos -130 en 1980, año en el que hubo 450 atentados-, cuyo objetivo principal eran los uniformados, buscando provocar una reacción. Salvo estos extremistas, el resto de actores supieron estar a la altura de los tiempos.
El elemento crucial del libro, que la serie logra trasladar a la pantalla, es la trastienda de la política, hecha no por marmóreos mitos sobre un pedestal, sino por imperfectos seres humanos, por personas muy normalitas, con sus debilidades e incluso mezquindades, pero que, ante un momento histórico, supieron dar la talla. Cercas habla, referenciando a Enzenberger, de los héroes de la retirada, dispuestos incluso a la autoinmolación.
Suarez era un arribista, un trepa que había empezado en Falange, pasado por la gobernación civil y la dirección de la televisión. Alguien con más labia que poso intelectual. Un listillo, un espabilado, un vendedor de lavadoras. Pero también un trilero que, cuando el rey le confió el Gobierno, fue capaz de hacer que el régimen se autoinmolara, con aquel famoso “de la ley a la ley” de Torcuato Fernández Miranda. Gutiérrez Mellado había combatido con los sublevados en la guerra y asumió el incómodo papel de convertirse en un traidor a ojos de sus compañeros uniformados, a los que en aquellos años iban asesinando día tras día.
Alberto Rodríguez durante el rodaje.
Y en cuanto a Carrillo, era un viejo comunista con un pasado siniestro. El diablo en persona para los militares por Paracuellos. La serie muestra varias veces imágenes de las sacas de presos asesinados, para al final -mostrándose acaso demasiado magnánima- concederle la exculpación de su participación directa en todo aquello. Al menos se digna a hacerle apostillar que en otras atrocidades sí anduvo metido en la guerra. Pero llegado el momento, también él, aunque presionando hasta el límite por la legalización de su partido, actuó como un estadista y tragó con cesiones.
Estos tres personajes supieron pactar, en ocasiones con osadía -la legalización del Partido Comunista, sin ir más lejos-, y llegado el momento asumieron la inmolación, porque sabían que las decisiones que tomaban y las concesiones que hacían los acabarían condenando a salir del primer plano. Fueron héroes improbables. La serie no mitifica, pero sí dignifica la Transición, y, buscando su propio camino expresivo, hace justicia al libro de Cercas. Está dirigida por Rodríguez, salvo un capítulo en el que se pone tras las cámaras Paco R. Baños. Uno de los guionistas es Rafael Cobos, colaborador de Rodríguez, que ahora ha debutado como director de largometraje con Golpes, después de codirigir la serie El hijo zurdo.
'Golpes'
Golpes es una visión del periodo de la Transición desde un ángulo muy distinto, el del lumpen. Lo hace a través de dos hermanos enfrentados: uno es un atracador de bancos que regresa a Sevilla tras unos años en la cárcel; el otro un policía tristón, amante del teatro de Harold Pinter (“es tan raro como yo”, dice), con un matrimonio en descomposición y el sueño de retirarse en Portugal.
Los ochenta eran años en que además de los atentados de ETA, había otro ingrediente en el menú diario de los horrores: los atracos a sucursales bancarias. El cine captó ese clima en el llamado cine quinqui -con más interés sociológico que cinematográfico, exceptuando Deprisa, deprisa de Saura- y uno se esperaría de Golpes una revisitación de ese modelo, pero Cobos opta por una vía muy diferente. El suyo es un atracador con vocación de Robin Hood y empeñado en una reparación histórica: enterrar dignamente a su padre, abatido a tiros por la guardia civil en la posguerra. Para desenterrarlo y darle digna sepultura debe comprar una parcela de terreno a un facha local, lo cual le lleva a reunir a su banda y ponerse a la faena delictiva.
Rafael Cobos dirigiendo a los actores durante el rodaje de 'Golpes'
Primando la mitología del perdedor y los dilemas morales -en el enfrentamiento entre los dos hermanos ubicados en lados opuestos de la ley- la cinta no pone el énfasis en los marcadores de época. Sorprende, por ejemplo, la presencia apenas anecdótica de la heroína, que en aquellos años circulaba en los ambientes marginales como si fuera una chuchería. Los atracadores de Cobos están más cerca de los clásicos del cine negro americano.
Son como los personajes de La jungla de asfalto de Huston o de Atraco perfecto de Kubrick, trasladados a Sevilla, con alguna pincelada local, como el miembro de la banda que canta travestido de folclórica en un garito. De hecho, la muerte de uno de los hermanos en un coche, contemplando el paisaje de olivos, tiene ecos de la de Sterling Hayden tras regresar a la granja de su infancia en la película de John Huston.