'Valor sentimental'
'Valor sentimental', una obra maestra sobre la familia, el arte y las heridas del tiempo
El cineasta Joachim Trier crea una telaraña de emociones entre los tres personajes de esta película y sus tortuosas dinámicas familiares cuya atmósfera está a la altura de los mejores relatos de Chejov
En el centro de Valor sentimental de Joachim Trier (que se estrena en cines el 5 de diciembre) hay una casa. Es de madera pintada de rojo y está en un barrio residencial de Oslo. En el arranque de la película, una voz en off narra historias de las generaciones que han vivido en ella. Y, a través de la redacción escolar de una niña, accedemos a las sensaciones de esa casa, a la que “le disgustaba más el silencio que los ruidos”. Los ruidos eran las peleas de los padres de la colegiala. El silencio hubiera significado estar deshabitada. Esa casa, que la familia se plantea poner a la venta tras la muerte de la madre, está llena de objetos con un valor sentimental.
La familia está compuesta por un padre y sus dos hijas. El progenitor ha sido un padre ausente, que reaparece para el funeral de su ex mujer. Se llama Gustav Borg (un imperial Stellan Skarsgård, en el que acaso sea el papel de su vida) y es un reputado y avejentado cineasta, al que los nuevos tiempos tienen en el dique seco desde hace quince años. Ahora -Netflix mediante-, ha surgido la posibilidad de rodar un último largometraje, que será el más íntimo y personal. Una película sobre el suicidio de su madre, tras la guerra, cuando él tenía siete años. Aunque el verdadero tema -como se desvelará en un impresionante giro final- es en realidad otro.
'Valor sentimental'
Gustav quiere que la protagonice Nora, su hija mayor (Renate Reinsve), que es actriz de teatro y ha ganado popularidad con una banal serie televisiva. Pero ella se niega, porque nunca se ha llevado bien con él. Fue ella la que más sufrió la ruptura de sus padres y la desaparición de Gustav, que antepuso su carrera y la vida bohemia a sus obligaciones parentales. Fue ella la que protegió a su hermana pequeña, Agnes (Inga Ibsdotter Lileaas), que vivió aquellos tiempos de forma menos traumática y mantiene una relación más cordial con su progenitor.
Tras la negativa de Nora a interpretar a la protagonista del proyecto de Gustav, este se decanta por Rachel Kemp (Elle Fanning), una joven estrella de Hollywood deseosa de ganar pedigrí con algún proyecto ambicioso. La conoce en el Festival de Deauville, siempre acompañada y protegida por una guardia pretoriana formada por su agente y su publicista.
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El núcleo de la trama es la imposible comunicación entre el padre y la hija mayor. Él, ya algo amansado por la edad, sigue ejerciendo de provocateur iconoclasta. Se llama a sí mismo, el último mohicano; proclama que no se puede ser un creador acompañando cada día a los niños al colegio, y le regala a su nieto por el cumpleaños los dvds de Irreversible y La pianista, asegurándole que de este modo aprenderá las verdades de la vida. Que los años no pasan en balde queda patente en la conmovedora escena en la que visita a un viejo actor al que le ha propuesto participar en su película y, al verlo cara a cara, se da cuenta de que camina con dificultad y tiene que recular en su ofrecimiento, aduciendo una excusa patética.
Nora, la infeliz hija mayor, mantiene una relación sin futuro con su compañero de reparto teatral casado (Anders Danielsen Lie, asiduo actor de Trier). Nunca ha tenido suerte con los hombres; en cierto momento dice: “No puedo seguir sola, quiero un hogar”. Vive en un permanente desasosiego y la primera vez que aparece en pantalla está a punto de salir al escenario y, en una secuencia memorable, sufre un ataque de pánico. Parece estar en guerra contra todo y contra todos, y su padre le dice que no se puede vivir con tanta rabia acumulada. Acaso el progenitor ausente la conoce mejor de lo que ella se cree. Entre ambos, la hija menor, que lleva una vida más ordenada y acomodada, está felizmente casada y tiene un hijo. Además, es historiadora y averiguará algunas cosas que le sucedieron a la abuela durante la guerra y acaso expliquen, en parte, su suicidio.
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Con estos mimbres, un cineasta torpón se enfangaría con facilidad en excesos melodramáticos o, lo que es aún peor, en una retahíla de clichés. Pero el guion de Trier y su fiel colaborador Eskil Vogt entreteje una bien hilada telaraña de emociones entre estos tres personajes complejos y víctimas de sus flaquezas. El resultado está a la altura de Chejov, acaso del dramaturgo moderno que mejor entendió el alma humana. Y no me estoy poniendo campanudo e hiperbólico, jamás osaría utilizar el nombre de Chejov en vano.
Más allá de las tortuosas dinámicas familiares, con sus silencios y secretos, Valor sentimental explora también el poder sanador de la creación artística, o cuando menos su capacidad para explicar el dolor. Y aquí tiene un papel crucial la película testamentaria que está a punto de rodar Gustav y que se convertirá en el punto de encuentro entre él y sus hijas. Lo que no es capaz de verbalizar ante ellas, se lo dice a través de su obra.
'Valor sentimental'
Trier maneja muy bien este juego metacinematográfico (del mismo modo que en La gaviota de Chejov hay uno metateatral), sin llegar nunca al distanciamiento brechtiano, pero mostrando los vínculos especulares entre la realidad y la ficción. Un ejemplo: tras una tensa escena, vemos a Nora descompuesta, llorando en primer plano; pero al pasar a plano general descubrimos que está actuando en un ensayo. Hay otro momento muy ingenioso, cuando Gustav le está explicando a la actriz americana la escena del suicido de su madre en la casa de madera roja, donde sucedió y donde quiere rodar. Para motivarla, le dice que el taburete que tiene delante es al que se subió para suicidarse. La actriz se aparta horrorizada. Después Gustav lo comenta con sus hijas y ellas se ríen: en realidad es un anodino taburete comprado en Ikea, sin valor emocional alguno. Más adelante, en la escena final, la propia casa -que ya han vendido y sus nuevos propietarios han reformado- será recreada como decorado en un plató.
Con solo seis largometrajes a sus espaldas, el cineasta noruego ha alcanzado un nivel de madurez inaudito. Sus primeras películas eran interesantes, pero no deslumbrantes: Reprise, con la que debutó en 2006, estaba protagonizada por dos jóvenes aspirantes a escritores; Oslo, 31 de agosto era adaptación libre y actualizada de El fuego fatuo de Pierre Drieu La Rochelle; El amor es más fuerte que las bombas, con un reparto internacional, contaba la historia del viudo de una reportera de guerra y sus dos hijos, y Thelma, exploraba la atormentada represión sexual de una joven a través de un relato de horror con ecos de Carrie.
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Sin embargo, en 2021 dio un salto de gigante con La peor persona del mundo, una tragicomedia sobre la dificultad de madurar y la aceptación de que a menudo nos equivocamos y hasta actuamos como auténticos idiotas. A ratos luminosa, a ratos ácida, a ratos desoladora y a ratos incómoda, está protagonizada por una treintañera empeñada en comportarse como una mala persona con quienes la quieren. O simplemente como una persona libre y bastante inconsciente (¡esa maravillosa escena de la pseudoseucción en una fiesta en la que se cuela!). El resultado es uno de los personajes femeninos más deslumbrantes y veraces que ha dado el cine contemporáneo. La interpretaba Renate Reinsve, que en Valor sentimental es Nora, otra mujer complicada de carne y hueso. Con esta nueva cinta Trier sube un escalón más en su pasmoso crecimiento creativo, apoyándose en un equipo actoral -Reinsve, Skarsgård, Inga Ibsdotter Lileaas y Elle Fanning- en estado de gracia.
Y como guinda, nos regala una banda sonora maravillosa, que incluye Dancing Girl de Terry Callier, The Same Old Scene de Roxy Music, Cannock Chase de Labi Siffre y el gospel Nobody Knows the Trouble I’ve Seen. ¿Qué más se puede pedir? A falta de un mes para cerrar el año, yo lo tengo claro: Valor sentimental es la mejor película de 2025.