
Cartel de 'The Motive and the Cue'
'Mr. Burton', los orígenes de Richard Burton y el poder transformador del teatro
Marc Evans rastrea en su última película el pasado del mítico actor galés a partir de la reconstrucción de la figura de su mentor, un profesor que lo adoptó legalmente, lo inició en el arte dramático y sobre el que siempre existió la sombra de que su apoyo se debía a una presunta relación homosexual
En el año del centenario del nacimiento de Richard Burton (1925-1984) llega a las pantallas Mr. Burton, dirigida por Marc Evans, que reconstruye un episodio poco conocido de su etapa formativa. De entrada, un aviso: el señor Burton al que hace referencia el título no es él, sino Philip Burton, que fue su mentor y acaso algo más. La historia real que cuenta la película es esta: en plena Segunda Guerra Mundial, Richard Jenkins -que acabaría llamándose Richard Burton- era un adolescente galés, hijo de minero, cuyo futuro se adivinaba desolador.
Su madre había fallecido en el parto de su hermano menor, cuando él tenía apenas dos años. El padre era alcohólico -“un hombre que bebía doce pintas diarias”, cuenta el biógrafo Melvyn Bragg que decía Richard- y no se ocupaba de sus trece hijos. El futuro actor vivía con una hermana ya casada y el marido de esta. La situación económica era tan precaria que le obligaron a dejar la escuela y ponerse a trabajar en una tienda.

Cartel de 'Mr. Burton'
Es entonces cuando entra en escena su profesor Philip Burton, un solterón que había fracasado como actor teatral y dramaturgo y había acabado escribiendo piezas radiofónicas para la sección galesa de la BBC. Como había detectado en el joven inteligencia e interés por los estudios, quiso echarle una mano. Habló con la familia y los convenció de que le permitieran seguir asistiendo a clase a cambio de encargarse él de su manutención, para lo cual se lo llevó a vivir a su casa. Cuando Richard estaba a punto de cumplir la mayoría de edad e iba a ser llamado a filas, se presentó la posibilidad de que le concedieran una beca de la RAF para estudiar en Oxford.
Solo había un problema: Philip Burton, que era quien lo avalaría, no era su tutor legal y los apellidos de ambos coincidían. Entonces hizo los trámites para adoptarlo legalmente -tuvo que pagar 50 libras al padre borracho para que firmara su consentimiento- y le dio su apellido. Ahí nace Richard Burton. Por medio, el joven pupilo había empezado a mostrar interés por el teatro y Philip lo formó como actor. Le dio a leer a Shakespeare, le enseño a memorizar texto y a proyectar la voz. Las escenas de la película en las que se lo lleva a una colina y le hace gritar durante horas reproducen lo que sucedió en la realidad. Le enseñó también buenos modales, a vocalizar y a desembarazarse de su cerrado acento galés.

'Mr. Burton'
Hasta aquí, una hermosa historia de apoyo y superación, de la que emergió uno de los actores británicos más seductores y célebres de su generación. El problema es que hay una zona de sombra en esta historia sobre la que los que los biógrafos de Richard Burton no acaban de ponerse de acuerdo. ¿A Philip Burton lo movía exclusivamente la vocación de ayudar a un chico con un enorme potencial, o era un pederasta que abusó de su discípulo? No hay certezas absolutas sobre este asunto. Sí sabemos que Richard Burton mantuvo la relación con su mentor toda la vida, llevó su apellido, colaboró con él en más de una ocasión y en algunas entrevistas lo consideraba su verdadero padre. Pero en estado de ebriedad -algo frecuente en él- a veces despotricaba contra Philip.
¿Cómo aborda la película con este espinoso tema? Del único modo sensato en que puede hacerse: apunta la posibilidad, sin desplegarla. Deja claro que en el pueblo minero, en un clima muy machista, todo el mundo chismorreaba sobre el maestro que se había llevado a vivir con él a su jovencísimo alumno. Rebaja la potencial escabrosidad introduciendo un personaje ficticio: la casera (interpretada por la gran Lesley Manville), una presencia femenina y maternal que hace menos incómoda la situación. Y deja entrever lo que pudo suceder en una escena muy calculadamente ambigua en el dormitorio del maestro, con Richard en pijama.

Richard Burton y su mentor Philip Burton
Hay pocas dudas sobre que el solitario Philip Burton -que tras la guerra emigró a Estados Unidos, trabajó en Broadway, llegó a tener algún pequeño éxito como autor y director teatral y se retiró en Miami- era homosexual. Lo que no está claro es hasta dónde llegó su relación con Richard. Para que este juego de equilibrio sobre el alambre funcione en la pantalla, manteniendo la ambigüedad sin caer en el trazo grueso, hace falta un actor de gran finezza, capaz de dejar entrever matices con su gestualidad, sin verbalizar nada. Y Toby Jones lo es (no solo en el cine, lo he visto en Londres, interpretando una de las obras mayores de Harold Pinter, The Birthday Party, y es descomunal). Hay que elogiar también a Harry Lawtey en el papel de Richard: sabe dotarlo de la timidez e inseguridad del adolescente que ya posee un magnetismo latente. Y hace algo muy difícil: dar vida a un actor que pasa de los titubeos iniciales -es decir, de interpretar con carencias- al absoluto domino del escenario.
Hay sin embargo un detalle un poco creepy en la figura de Philip Burton al que la película no hace referencia alguna. Antes de acoger a Richard, había tenido otro protegido: Owen Jones, que en los años treinta llegó a compartir escenario con Lawrence Olivier en un Hamlet. Al estallar la guerra, Jones fue reclutado por la RAF y murió en un accidente en una base aérea. Su fallecimiento dejó devastado a su mentor, que entonces repitió la operación con Richard.

Toby Jones como Philip Burton
Hacia el final de Mr. Burton, Philip y Richard vuelven a reencontrarse tras unos años sin verse. Para entonces el segundo es ya una estrella ascendente y se dispone a interpretar al príncipe Hal en Enrique IV. El hecho es estrictamente cierto: Burton participó en el montaje dirigido por Anthony Quayle, estrenado en Stratford-upon-Avon en 1951.
A partir de aquí, la película despliega con habilidad los paralelismos entre el escenario y la vida real, porque el príncipe Hal que se prepara para reinar y desprecia al viejo Falstaff presenta un diáfano paralelismo con el modo en que el joven Richard Burton encaminado hacia el éxito -que oculta sus miedos bebiendo- siente la tentación de desprenderse de su mentor. Es una de las partes más brillantes de la cinta, que en su conjunto logra moverse con suma elegancia en las aguas pantanosas de la conmovedora relación entre maestro y discípulo, que acaso ocultase algunos aspectos más lóbregos.

Harry Lawtey en una escena de 'Mr. Burton'
Aunque eso ya no aparece en la película, uno de los momentos en que la relación entre ambos se tensó fue en 1964. Philip se indignó cuando se enteró de que Richard abandonaba a su esposa, Sybil Christopher, por Elisabeth Taylor, de la que se había enamorado durante el caótico rodaje de Cleopatra. El resultado de esa relación serían dos tormentosos matrimonios: se casaron, se divorciaron en 1974 y se volvieron a casar un años después, hasta el divorcio definitivo en 1976. Quedaron como legado un puñado de largometrajes que interpretaron juntos, entre los que destaca ¿Quién teme a Virginia Woolf?, dirigido por Mike Nichols a partir de la obra de Edward Albee. Interpretan a un matrimonio alcoholizado, que ha convertido la mutua humillación en un vínculo indestructible y actúan con tanta convicción que a ratos cuesta distinguir dónde acaba la ficción y empieza la realidad.
Fue justamente en 1964, el año en que se casó con Elisabeth Taylor, cuando Richard Burton protagonizó en Broadway un montaje de Hamlet dirigido por el veterano John Gielgud. Aunque no era la primera vez que trabajaban juntos -Gielgud lo había dirigido en 1949 en The Lady’s Not Burning de Christopher Fry-, en los ensayos saltaron chispas entre la impulsiva estrella en la cúspide de su fama y el veterano divo shakesperiano. Esos ensayos están recreados en la estupenda pieza The Motive and The Cue de Jack Thorne, que se estrenó en el National Theatre londinense en 2023. Quien quiera ver ese histórico montaje -austero, con los actores vestidos con ropa de calle y un Burton que interpreta a un Hamlet muy distendido- puede encontrarlo en YouTube, en una filmación de una calidad razonable, grabada en director durante una representación en el Lunt-Fontanne Theatre de Broadway el año de su estreno.

Lesley Manville como Ma Smith
Richard Burton formó parte de la generación de actores británicos que emergieron en la posguerra, subidos a la ola del llamado Kitchen Sink Theatre y del Free Cinema. Es la generación de Albert Finney, Peter O’Toole, el irlandés Richard Harris, Alan Bates y Oliver Reed. Actores de físico imponente, que rezumaban sexualidad. Rompían el modelo de los galanes clásicos -con algo de petimetres- como Stewart Granger o Leslie Howard- y también el de los disciplinados actores shakesperianos de la generación anterior, con Lawrence Olivier a la cabeza.
A muchos de estos jóvenes intérpretes los unía la afición desmedida por el alcohol y los excesos. Hay un libro, Hellraisers de Robert Sellers (no está traducido al castellano) que cuenta todos los chismes imaginables sobre sus legendarias borracheras. Más allá de sus escándalos, ellos introdujeron sobre las tablas y en la pantalla acentos cockney o regionales nunca hasta entonces escuchados, salvo en pintorescos personajes secundarios. Burton participó en una de las producciones históricas del Free Cinema: Mirando hacia atrás con ira de Tony Richardson, adaptación de la histórica pieza de John Osborne, cuyo estreno en 1956 en el Royal Court Theatre dio origen al término Angry Young Men.

Harry Lawtey encarnando a Richard Burton
Burton y sus colegas fueron el equivalente británico a lo que representó en Estados Unidos aquel Marlon Brando que conmocionó a público y crítica cuando en 1947 apareció en Broadway en el montaje de Elia Kazan de Un tranvía llamado deseo de Tennesse Williams. La estrella de la función era Jessica Tandy, pero todos los elogios se los llevó aquel joven actor de una carnalidad desaforada, que volvió a desplegar cuando interpretó de nuevo a Kowalski en la pantalla.
Richard Burton acabó convertido en estrella y personaje de la prensa rosa. Conflictivo y alcohólico -nunca logró desembarazarse de los genes paternos-, en él destacaba por encima de todo una mirada magnética. Una mezcla casi imposible de sensualidad y animalidad en la que asomaba el desvalimiento de aquel niño galés. Una mirada al mismo tiempo seductora, peligrosa, tierna y vulnerable. Con esa mirada, ¿cómo no iba a triunfar en el cine?