Pulp, el grupo de Schrodinger
- El documental 'Pulp: vida, muerte y supermercados' aborda la obra del grupo del señor Cocker, que ha declarado en más de una ocasión que Pulp es un grupo que no está ni vivo ni muerto, o las dos cosas a la vez
- Jarvis Cocker, el chamarilero
Los años de Tony Blair como primer ministro de Gran Bretaña fueron siniestros para su música pop, o así me lo parecieron a mí, que tuve que asistir a un patético remake del Swinging London de los 60 en el que la rivalidad entre los Beatles y los Stones se vio sustituida por la que mantenían Oasis y Blur, lamentables los primeros y mediocres, aunque con algún hallazgo aislado, los segundos (si los hermanos Gallagher se creían Lennon y McCartney y Damon Albarn la reencarnación de Ray Davies, allá ellos).
Afortunadamente, la década no fue como para echarla a los cerdos por completo gracias a los terceros en discordia por el control del brit pop, el grupo Pulp, que, en cierta medida, interpretó el mismo papel que los Kinks durante los años 60, el de tercero en discordia en un combate a dos bandas. Con la pequeña diferencia de que daba gusto competir con Beatles y Stones, pero hacerlo con Oasis y Blur no tanto, por mucho que a Tony Blair todo le pareciera estupendo porque contribuía a ese concepto que se había sacado de la manga y que atendía por Cool Britannia.
Una cueva de ladrones
Evidentemente, hay motivos de mayor peso que su Cool Britannia para renegar de su política (Londres se convirtió en una ciudad para millonarios, su City en una cueva de ladrones que no habría resistido una auditoría de la Unión Europea, se adelantó a Pedro Sánchez en lo de convertir a la socialdemocracia local en una birria, de derechas en este caso, mientras él, gracias a su entrañable amistad con Bush y Aznar, mutaba en una señora Thatcher con traje de tres piezas), pero como aficionado a la música pop, no pude evitar tomarme los años 90 británicos como una ofensa personal.
Al mismo tiempo, reconozco que Pulp es el último grupo inglés que me ha llegado al alma, y que las aventuras en solitario (o casi) de su líder, Jarvis Cocker, me siguen interesando, por erráticas que se me antojen en ocasiones (pensemos en su último disco, una serie de versiones de pop galo yeyé -Cocker vivió una larga temporada en París y estuvo casado con una francesa- que responde al curioso título de Chansons d´ennui Tip-Top).
Ni vivo ni muerto
Pulp funcionó entre 1983 y 2001, cuando las escasas ventas de su disco We love life llevaron a su discográfica a rescindirles el contrato. El grupo se volvió a unir en 2012 para una serie de conciertos que duró un par de años. Nueva reunión en 2023, seguida de una actual dispersión que puede terminarse en cualquier momento, pues el señor Cocker ha declarado en más de una ocasión que Pulp es un grupo que no está ni vivo ni muerto, o las dos cosas a la vez, como si fuese el gato de Schrodinger.
Jarvis Cocker lleva su propia carrera, y lo mismo hace Richard Hawley, el Roy Orbison de Sheffield, pero nadie del grupo cierra la puerta a una posible reunificación cada equis años, libres ya como están todos de las presiones de la fama, la grabación de discos y las giras constantes.
Como testimonio de la reunión del 2012, hay colgado en Filmin un documental que me tragué hace un par de noches y que recomiendo fervorosamente a todos los fans del grupo, a todos los que disfrutaron en su momento de discos como Different class (1995) o This is hardcore (1998), a todos los que consideran que Common people es más un himno que una canción. Se titula Pulp: vida, muerte y supermercados, está dirigido por Florian Habicht (Berlín, 1975) y constituye una explicación tan oblicua como eficaz de lo que ha significado la banda del señor Cocker.
Acercarse a las chicas
Por el mismo precio, disfrutamos también de un extraño homenaje a la ciudad natal del grupo, Sheffield, ese lugar en el que, según reza el título del último disco del señor Hawley, todo el mundo te llama cariño (lo cual no quita para que esté considerada como uno de los sitios más feos y con menos interés del mundo occidental).
El leit motiv de Pulp: vida, muerte y supermercados es un concierto del grupo en su Sheffield del alma, un evento que, para sus miembros, es como jugar en casa un partido de fútbol o tocar unas coplas para los amigos en el pub habitual.
La película empieza y acaba con Jarvis Cocker cantando Common people (¿se acuerdan de cuando corrió el bulo de que la griega pija que sale en la canción era la mujer del súper progre Varoufakis?). En medio, los miembros de la banda dan su versión de lo que ha sido, es y puede ser (especialmente interesante la visión de la teclista, Candida Doyle), mientras Jarvis Cocker (entre el público está su madre, pinta de cerveza en ristre) reconoce que formó un grupo de rock para que se le acercaran las chicas, dado que su proverbial timidez le impedía a él acercarse a ellas (explicación de una sinceridad muy loable que le hubiésemos agradecido mucho a Íñigo Errejón, sin ir más lejos).
Sin glamour
Los fans de Pulp tienen una participación involuntariamente humorística que confiere cierta ternura cutre a la propuesta: la señora en silla de ruedas que adora a Jarvis, las dos yayas que creen que el cantante del grupo es pariente de Joe Cocker (hijo o sobrino, no lo saben muy bien), el quiosquero gordo y de pelo aceitoso que se sabe las canciones de memoria, la enfermera de Atlanta que ha cruzado el océano para ver actuar a su grupo favorito en su ciudad natal y que debe volver a los Estados Unidos a la mañana siguiente….Una pandilla, en suma, carente del más mínimo glamour, ¡y ni falta que le hace! Solo son common people (gente normal) y ahí está su gracia.
Gente que considera a Pulp como parte de su familia, como los afortunados que triunfaron durante un tiempo, aunque no lo suficiente como para ser recordados al mismo nivel que Oasis y Blur, sino como una especie de beautiful losers que hicieron siempre lo que quisieron y a los que los tópicos del pop se la traían al pairo (Cocker reconoce que la fama es un lugar divertido para visitar, pero no para quedarse a vivir en él: de ahí que grabara un suicidio comercial tan valioso como This is hardcore, que rezuma tristeza, angustia e infelicidad y que constituyó el principio del fin para Pulp).
¿El Londres de los 60?
¿Sigue viva la banda de Schrodinger? Depende. Supongo que sí y no. A la vez. En estado latente. Sus fans no los damos por muertos. Y siempre nos quedan los álbumes de Richard Hawley y de Jarvis Cocker (personalmente, me quedo con el que grabó en 2017 con el pianista Chilly Gonzales, Room 29, voz y piano pelado, letras de Cocker, músicas de Gonzales).
Y, por supuesto, las estupendas canciones del mejor pop inglés que nos legaron en álbumes como His ´n´ hers o, sobre todo, Different class (el espléndido This is hardcore es otra cosa, imposible de insertar en la tradición iniciada en el alegre y dicharachero Londres de los años 60, una marcianada surgida de un período especialmente atormentado en la existencia del señor Cocker).
Ideal para todos aquellos a los que, como yo, se la sople la pesetera reunión de Oasis, Pulp: vida, muerte y supermercados constituye una inmersión musical y humana en uno de los últimos grupos británicos de cuando el pop era relevante. Y un ejercicio de estimulante nostalgia para todos aquellos a los que grupos como Franz Ferdinand, Kaiser Chiefs o Arctic Monkeys nos pillaron ya algo mayores.