Palomas negras y codiciosas
Para pasar una Navidad a tiros, lo mejor es la serie Black doves, que consigue entretener y que deja al espectador como si estuviera en una montaña rusa
Aparentemente, Helen (Keira Knightley) es un ama de casa muy bien situada en la alta sociedad londinense: no en vano está casada con el ministro de defensa, tiene dos hijos con él y da la impresión de que su familia es lo más importante del mundo para ella. En realidad, Helen trabaja para una agencia de espionaje llamada Palomas negras (Black doves), que no está al servicio del gobierno británico, sino al de quien más paga, como le recuerda con frecuencia su jefa, la siniestra señora Reed (Sarah Lancashire, a la que podemos recordar por su estupendo papel de la sargento Catherine Cawood en la espléndida serie Happy Valley, todavía colgada en Movistar).
La feliz familia del señor ministro es una farsa a medias, pues Helen tiene un amante llamado Jason (Andrew Koji) y se acercó al que iba a ser su marido para disponer de información lucrativa que suministrar a la señora Reed. El teatrillo se aguanta hasta el día en que Jason es asesinado por un francotirador el mismo día en que es eliminado el embajador chino en Londres, asunto susceptible de crear un conflicto diplomático entre China por un lado y Estados Unidos y Gran Bretaña por otro. A Helen se la sopla el embajador, pero el asesinato de Jason no piensa dejarlo pasar así como así, aunque no tenga ni idea de quien puede ser el responsable.
Este es el punto de partida de la miniserie (seis episodios) Black doves (Palomas negras), creada y escrita por Joe Barton, al que debemos propuestas como Giri/Haji (Deber/Vergüenza, en japonés) o The Lazarus project (El proyecto Lázaro) y que se distingue por una eficaz pirotecnia en sus guiones que los hace muy divertidos, aunque, como es el caso de Palomas negras, tengan más agujeros que un queso Emmental y pasen de una cosa a otra sin que el espectador haya pillado muy bien que es lo que ha sucedido exactamente.
Una pareja entrañable
Se le perdona por el ritmo trepidante de la serie, aunque ésta tampoco destaque en exceso por propiciar la empatía del espectador hacia los personajes principales: Helen es una mujer de una frialdad estremecedora que no se molesta ni en explicarnos por qué se metió a espía, su amigo del alma, el ejecutor Sam (Ben Wishaw) es un homosexual con corazoncito que no duda en eliminar a quien le dicen mientras suspira por un negro muy mono, y la señora Reed debería aportar un punto humorístico que no acaba de manifestarse, dejando a su personaje convertido en una especie de vieja bruja incomprensible.
Pese a todo, la serie funciona si uno se deja llevar por ella como si estuviera subido a una montaña rusa. Sí, hay momentos en que el lío narrativo es de tal medida que es mejor abandonar el deseo de entender perfectamente todo lo que está ocurriendo (por ejemplo, cuando aparece una segunda mafia codiciosa que también trabaja para el mejor postor, compuesta por la arpía de Alex Clark y sus hijos, todos de aúpa, aunque uno tendrá algo que ver en la muerte del chino y hasta ahí puedo leer).
Pero a Palomas negras no hay que pedirle el factor humano a lo Graham Greene ni que todo encaje a la perfección en su trama: hay que conformarse con tragarse seguidos los seis episodios, disfrutar de las secuencias de acción, de las persecuciones y de las ensaladas de tiros y confiar en que todo acabe de la mejor manera posible para Helen y Sam, una pareja teóricamente entrañable que no te cae ni bien ni mal, pero hay que reconocer que se las han apañado muy bien para ofrecerte seis horas de brillante entretenimiento.
El hecho de que la historia transcurra en Navidad convierte a Black doves en una alternativa muy razonable a esos clásicos navideños que pasan cada año por televisión y que acostumbran a ser de una cursilería insufrible. Si quieren pasar una navidad a tiros, Black doves es su miniserie. Está en Netflix.