Sofía Coppola y su 'Priscilla' (Boaulieu) Presley
La directora norteamericana adapta a la pantalla, con riqueza formal y contención, las memorias de la esposa-niña de Elvis, una crónica de una relación marcada por la dominación masculina y la soledad femenina
14 febrero, 2024 14:44En 1956 Jerry Lee Lewis, alias The Killer, aterrizó en Londres para dar varios conciertos y la prensa inglesa descubrió con pasmo que una de las personas que formaban parte de su séquito era su nueva esposa, Myra Gale Brown, con la que no solo tenía un vínculo familiar -eran primos-, sino que además la chica tenía trece años. Ante las preguntas de los periodistas, el cantante trató de despistar subiéndole la edad a quince, pero esta mentira no evitó un escándalo que hizo descarrilar su carrera y a punto estuvo de hundirla para siempre. La escabrosa historia se explica por la existencia en el Sur rural de Estados Unidos de una realidad que no acababa de desaparecer del todo: las llamadas esposas-niñas, casadas siendo menores de edad.
Unos años después, en 1959, Elvis Presley estaba cumpliendo el servicio militar en Alemania cuando conoció a la hija de un oficial allí destinado: Priscilla Boaulieu, que tenía catorce. Los dos se sentían solos lejos de su país e iniciaron un estrambótico romance, que al parecer no pasó de los besos. Él regresó a Estados Unidos, la invitó a pasar unos días en Graceland y después a instalarse allí cuando todavía era menor de edad, a lo que los reticentes padres acabaron accediendo. Por las mañanas la adolescente Priscilla acababa sus estudios en un colegio de monjas católicas y el resto del día ejercía de novia de Elvis o esperaba su regreso de alguna gira o rodaje en Hollywood, encerrada en la jaula de oro de la fastuosa y hortera mansión de Memphis.
Según la versión de la propia interesada -en su autobiografía Elvis y yo, escrita en 1985-, el rey del rock respetó su virginidad hasta que se casaron cuando ella llegó a la mayoría de edad. Una peculiar actitud de caballero sureño, que mantenía relaciones con otras mujeres “casquivanas” mientras preservaba la pureza de su novia menor de edad. Sorprendentemente, este asunto no pasó factura a la carrera de Elvis. La explicación es que él fue mucho más discreto que Lee Lewis, abonado a los escándalos.
Además, Elvis tenía detrás al mefistofélico Coronel Parker, que ni era coronel ni trigo limpio, pero sabía cómo moldear y preservar la imagen de su pupilo como chico malote pero inofensivo, apto para el consumo familiar. Podríamos añadir que en el caso de Priscilla no hubo consumación hasta la mayoría de edad de la novia, pero esto no exime de que la relación fuera inapropiada, no solo a ojos actuales sino en aquella época.
La peripecia del rey del rock y su novia adolescente es sometida a escrutinio por Sofía Coppola (Nueva York, 1971) en Priscilla, basada en el mencionado libro de la protagonista, que figura además como productora ejecutiva del largometraje. Tal como se cuenta en la película -que es, no lo olvidemos, la versión de ella de la relación, lo cual no quiere decir que sea necesariamente muy sesgada- la peculiar historia de amor fue además manipuladora, tóxica y por momentos violenta, debido al carácter errático del cantante, que vivía empastillado y no tardó en aficionar a su novia al consumo masivo de fármacos (con algún susto por una dosis excesiva de somníferos).
Ya hubo una primera adaptación de esta historia: una olvidada y olvidable producción televisiva de 1988. Si les pica la curiosidad, la pueden localizar en YouTube. El ejercicio de comparación tiene su interés: en lo estético, la versión televisiva es horripilantemente plana frente a la riqueza formal que despliega Coppola.
En el tratamiento de los hechos, contando lo mismo -incluso hay escenas idénticas- se hace evidente el cambio de mentalidad: mientras que la versión televisiva tiende a diluir y desproblematizar las aristas más incómodas, convirtiéndolo todo en una cursi love story con sus altibajos emocionales, la versión contemporánea de Coppola es mucho más incisiva y pone el foco en el problema de la edad y destaca el perfil controlador y errático de Elvis. Por el camino, ha cambiado la mirada y la tolerancia del espectador ante según que actitudes.
Por otro lado, si en el reciente Elvis de Bazz Luhrmann se narraba, en versión bombástica, el ascenso y caída del cantante retratado como víctima del funesto Parker, Priscilla es la cara b del disco. Cambia el tono, que pasa de la expansiva pirueta rococó a la contención de la pieza de cámara. Lo que la cineasta propone un retrato intimista y hogareño en el que el mito da paso al hombre volátil e inmaduro, que además pasa a ocupar un segundo plano, porque la atención se desplaza hacia esa niña-novia después moldeada como muñeca viviente, esposa de papel couché al servicio del reposo del guerrero y absurda princesa de cuento encerrada en Graceland, a cuyas puertas se agolpaban a todas horas enloquecidas fans como asediantes huestes enemigas.
Lo que cuenta la película de Coppola es el largo camino hacia el empoderamiento -cuando por fin decide romper los lazos, las ataduras, con Elvis- de una chica a la que la robaron la adolescencia y que, obnubilada por su ídolo devenido amante, se sometió a sus caprichos y permitió que la cincelase a su gusto. Elvis decidía su ropa, sus peinados, el tinte de su cabello y el uso de las largas pestañas postizas. También el momento adecuado para casarse, tener relaciones sexuales plenas o afrontar la paternidad. A cambio, un inacabable despliegue de regalos, desde vestidos a pistolas.
El contexto opresivo y la soledad en el que vive la protagonista en Graceland, está remarcado por la constante presencia del grupo de amigotes que rodeaba siempre a Elvis (los miembros de la llamada Mafia de Memphis) y la de su controlador padre, un adusto y rácano redneck. En cambio, el Coronel Parker jamás aparece en pantalla, aunque está siempre presente en la sombra, a través de varias conversaciones telefónicas, controlando la vida del cantante. No es un mal recurso, como tampoco lo es la decisión de Coppola de mostrar las continuas infidelidades de Elvis -con Ann-Margret, con Nancy Sinatra…- no de forma directa sino a través de las revistas del corazón con las que Priscilla se entera de ellas.
Es obvio que el planteamiento del largometraje surge de la mirada actual sobre estos temas, pero sería injusto leerlo como un mero alegato feminista más o menos primario, porque su calidad y sus matices van más allá. Priscilla no tira de la brocha gorda ideológica de Barbie (la hábil operación de marketing de Mattel vendida como estandarte de una revolución en marcha, que este verano provocó una suerte de alucinación colectiva: muchos vieron una obra maestra donde no hay más que una película anodina con algunos chistes muy graciosos).
Es posible que la película de Coppola provoque una úlcera o una taquicardia a los fans más pánfilos de Elvis, pero si bien el cantante no sale bien parado -hay una violenta escena, muy bien resuelta, en la que él le lanza una silla- la cinta no se ensaña hasta caricaturizarlo como un personaje grotesco (salvo tal vez en la etapa final, en que nadie pone en duda que se convirtió en un fantoche).
Hay que destacar la impresionante actuación de Cailee Spaeny (ganó una merecida Copa Volpi en el Festival de Venecia), que borda la tímida candidez de la niña y después va perfilando con pasmosa sutileza la evolución del personaje. Por su parte, Jacob Elordi (el niñato pijo y aristocrático de Saltburn) sale airoso del reto de hacer de Elvis justo después de Austin Butler.
En el aspecto visual, Priscilla es un repertorio de la estética de Sofia Coppola, sobre todo en el uso dramático de las gamas cromáticas -aquí hay mucho color pastel- y en las elegantes escenas de transición y síntesis: desde la secuencia de los créditos a la de la semana en que no salen de la habitación, sintetizada mediante el encadenado de planos de la bandeja que la criada deja ante la puerta; pasando por la sesión erótica en que se sacan polaroids con diversos disfraces; la home movie en la piscina; la ocasión en que probaron el LSD en plena etapa esotérica de Elvis.
Por otro lado, la película conecta de forma clara con el imaginario del cine de Coppola, prototipo de nepo baby, que pasó la infancia acompañando a su padre en los rodajes (aparece de niña en el documental Hearts of Darkess sobre el demencial rodaje de Apocalypse Now) y pasando muchas horas sola en lujosos hoteles. Reflejó esta experiencia en el guion que coescribió con su progenitor para Vida sin Zöe, episodio de Historias de Nueva York protagonizado por una niña con aires de la Eloise de Kay Thompson.
Después, su cine esta repleto de retratos de mujeres encerradas en jaulas de oro: las atormentadas hermanas de su brillante debut con Las vírgenes suicidas; la chica en el hotel de Tokio en Lost in Traslation, la joven Maria Antonieta aislada en Versalles, la hija del actor de cine en el Chateau Marmont en Somewhere, las chicas sureñas del internado en el remake de La seducción… A ellas se suma ahora Priscilla en Graceland.