Ana Rodríguez Fischer: "La pereza y la falta de curiosidad explican muchos olvidos literarios"
La catedrática de Literatura en la Universidad de Barcelona, que acaba de publicar Antes de que llegue el olvido (Siruela), una novela sobre Ana Ajmatova y Maria Tsvestáieva, reflexiona sobre los rescates editoriales y las generaciones literarias
15 febrero, 2024 19:00Catedrática de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, Ana Rodríguez Fischer ganó el Premio Café Gijón con Antes de que llegue el olvido (Siruela), una novela de extraordinaria belleza en la que, mediante la elegía y el soliloquio, reconstruye la relación de amistad y admiración entre Ana Ajmatova y Maria Tsvestáieva. A través de la voz de Ajmatova, Rodríguez Fisher recorre la vida de estas dos mujeres, indaga en la relación epistolar que las unió e imagina las conversaciones que nunca llegaron a mantener por el suicidio de Tsvestáieva. El punto de partida es un supuesto encuentro que ambas tuvieron en Moscú, antes de que Tsvestáieva se exiliara a París. Con una tesis sobre Rosa Chacel, Rodríguez Fisher es una de las máximas expertas en las autoras de entreguerras y autora de la edición crítica de Si te dicen que caí, la novela de Juan Marsé.
-¿De dónde surge esta novela?
-Desde hace tiempo estoy muy interesada en indagar en posibles encuentros entre artistas y escritores, encuentros de los que apenas se tienen noticias e, incluso, de los que ni tan siquiera se tiene la certeza de que tuvieron lugar. En mi anterior novela ya abordaba un posible encuentro entre Góngora y El Greco.
-Ambas novelas tienen mucho en común.
-En esta ocasión, mi idea no era escribir una novela. Era escribir un libro de relatos en el que cada cuento, de unas diez o quince páginas, abordara un encuentro distinto. Cuando me encontré con Ana Ajmátova y Marina Tsvietáieva me di cuenta de que abordar su encuentro y la relación de respeto y admiración que mantuvieron en un cuento hubiera sido como estrangularlas. Lo que surgió fue una novela, sin tener que realizar mucho trabajo de investigación.
-¿Conocía bien a estas dos autoras y el contexto cultural en el que se inscriben?
-Sí, me sentía capaz de reconstruir ese mundo. Evidentemente, hice alguna relectura y también algunas nuevas lecturas. Por ejemplo, leí a Konstantín Paustovski, La casa eterna de Yuri Slezkine y otros libros que, como sucede muchas veces, no te sirven directamente para la novela que estás escribiendo, pero te permiten rapiñar información y datos. De todas maneras, he de reconocer que cuando escribo lo que más lamento es no poder leer tanto como quisiera. Evidentemente has leído mucho antes, pero durante la escritura el tiempo de lectura se reduce mucho.
-¿De qué manera la Ana Rodríguez Fischer novelista se separa de la Ana Rodríguez Fisher crítica literaria? Lo pregunto porque es evidente que detrás de la novela hay mucha bibliografía y pinceladas de crítica literaria.
-Es difícil de contestar a esa pregunta porque, en realidad, nunca se sabe exactamente por dónde va a ir la novela, qué vas a poner, qué vas a quitar…. Además, todos los que recurrimos a bibliografía sabemos lo que es necesitar un dato, una frase o una cita concreta y no recordar dónde está, así que a veces debes continuar adelante sin haber encontrado lo que buscabas. Pienso en Babel, al que cito en la novela. En 1934, Babel pronunció un discurso en el que alababa el estilo de Stalin; fue un discurso que realizó para salvar su vida. A mí me encanta Babel, pero no tenía claro que conviniera detenerse en este discurso e incluirlo; lo puse y lo quité varias veces.
-Ante estas dudas, ¿tiene lectores a quien dar a leer sus textos antes de enviarlos a la editorial?
-Siempre he tenido muy buenos lectores. De no ser así, no escribiría. Lo que pasa es que muchos ya no están. Mi primera novela tuvo como lectora a Ana Maria Moix y lo que me dijo fue determinante. También tuve como lector a Luis Izquierdo; a quien le paso ahora lo que escribo es a Nora Catelli. Ella es mi lectora. Le preguntó qué le parece, qué opina de mis ideas… Se lo pregunto porque, por lo general, soy alguien que tiene ideas algo a contracorriente. De hecho, tuve esta novela quieta, sin mover, casi un año. Pensaba que no tenía cabida…
-Se equivocó
-Eso parece. De todas maneras, retomando lo que comentaba, sin esos lectores a los que admiraba y admiro como escritores y como críticos literarios no hubiera dado nunca el paso hacia la escritura de ficción ni seguiría escribiendo ahora.
-Antes citaba su novela El poeta y el pintor, en la que narra el encuentro entre Góngora y El Greco. Leyendo Antes que llegue el olvido pensé también en El pulso del azar, por el tema epistolar.
-Es cierto, si bien Antes que llegue el olvido es –y no es– una carta. Es cierto que hay una interlocutora y una destinataria, pero yo diría que se trata más bien de un soliloquio. O, por lo menos, es una carta que asume la forma del soliloquio. De hecho, en realidad se trata de un soliloquio que se construye a partir de todas las cartas que Ana Ajmátova y Marina Tsvietáieva no llegaron a escribirse y de todas las conversaciones que no mantuvieron. Lo que tuve claro desde el inicio era que esta novela no debía tener narrador, como sí lo hay en El pulso del azar. Un narrador hubiera restado fuerza. Y yo quería la fuerza de la primera persona.
-Es esa primera persona, cuya voz es la de Ana Ajmátova, también escuchamos la voz de Marina Tsvietáieva.
-Es cierto, pero no me preguntes por qué o cómo. Y no es que no quiera contestarte y hacerme la misteriosa. Lo único que puedo decir es que me costó encontrar el tono, la forma…En un principio, comencé utilizando el usted. Marina utilizaba el usted, pero el usted que utilizaba era más próximo al vous francés que a nuestro usted. Al final opté por el tú. Yo tenía claro que no quería edulcorar ni abaratar nada. Quería ser fiel a ellas, pero, en favor de la legibilidad, me di cuenta de que debía permitirme algunas licencias.
-El texto de la novela está lleno de citas, algunas destacadas en cursiva, pero muchas están dentro del texto y pueden pasar desapercibidas.
-Lo que he hecho ha sido parafrasear los textos, en ocasiones porque no me convencía la traducción. Mientras hay autores a los que continuamente se les está traduciendo -fíjate, por ejemplo, en Proust-, hay otros, y este es el caso de Marina, que todavía debemos leer en traducciones mejorables. Ahora empieza ha recuperarse algo de su obra. Acantilado ha publicado Mi padre y el museo, Mi madre y la música y sus diarios sobre la revolución; Anagrama acaba de editar El poeta y su tiempo. Si te fijas, todo es prosa. ¿Y la poesía? El otro día me comentaron que una pequeña editorial iba a publicar un libro de poemas, pero no recuerdo más datos.
- ¿Y por lo que se refiere a Ana Ajmátova?
-Tiene traducciones muy antiguas; hay un volumen de prosas relativamente reciente, pero poco más. Sus prosas tienen algo de ensayístico, de crónicas breves.
-Pero las dos son grandes poetas que han influido en la literatura rusa.
-Ellas siguen un poco la trayectoria de sus compañeros de generación, es decir, autores como Mandelstam, Pasternak o Mayakovski, a quien he querido aproximar al mundo de estas dos poetas y a los autores de esta generación más joven. Se tiene una imagen de Mayakovski algo errónea; se le considera el poeta por antonomasia y, a la vez, la voz al servicio del partido, pero hay que ir con cuidado a la hora de definirlo así. En El poeta y el tiempo, Marina dice una cosa muy interesante de Mayakovski que no debemos olvidar: se quitó la vida. Dice Marina que el hombre Mayakovski había matado al poeta durante trece años, pero que, al final, fue el poeta quien mató al hombre. Hay que tener en cuenta que Mayakovski nunca hizo propaganda con su poesía.
-Ajmátova y Tsvietáieva arrancan en el post-simbolismo y luego van encontrando su propio camino.
-París marca a todos porque todos pasan por ahí. Ana pasa una temporada y Marina se exilia ahí. París marca la poesía francesa, sobre todo a partir de Alexander Bloch que, en cierta manera, funciona como nexo entre Francia y Rusia. Pero París los marca a todos; ahí está Azorín, aunque no escribiera poesías, Juan Ramón y Rubén Darío. El joven Lorca es totalmente rubendariniano y, luego, como sucede a otros poetas de su generación, se va depurando.
-Ajmátova, más allá de su estancia en París, se quedó en Rusia, mientras Tsvietáieva se exilió…
-Y creo que se arrepintió de haberlo hecho, pero era una arrebatada. Su marido se había unido como voluntario al Ejército Blanco. La situación no era fácil, pero yo creo que ella terminó por arrepentirse. Tiene comentarios muy dolorosos acerca de su experiencia en el exilio. Fue una marginal dentro de los círculos de exiliados en París y también dentro de los círculos intelectuales. Hay que tener en cuenta que hasta bien entrada la década de los veinte, la intelectualidad europea no solo no decía nada acerca de lo que estaba pasando en Rusia, sino que había una peregrinación hacia Rusia motivada por la admiración. Los que se exiliaron después se encontraron una situación distinta. La experiencia de Marina no es la de Brodsky: cuando se exilió, Occidente había roto con la Unión Soviética y ya se conocían los horrores del estalinismo; de ahí que a Brodsky lo recibieran con los brazos abiertos.
-Usted dedicó su tesis a Rosa Chacel, una autora que ha seguido trabajando a lo largo de tu trayectoria. Chacel sufrió también el exilio y mucho aislamiento. No sé si podemos hablar de ciertas afinidades entre Chacel y Marina Tsvietáieva y de ciertas afinidades electivas a la hora de definir sus intereses.
-Son de una misma generación y, sí, es cierto que a mí la generación de entreguerras me ha interesado siempre desde todos los puntos de vista, empezando por el estético-literario, pero también por el histórico y el de la experiencia. Sus vidas fueron muy distintas a sus obras, pero el exilio y la dictadura las une en términos de experiencia.
- ¿Y el hecho de ser mujer y, además, en el exilio? Me refiero tanto al aislamiento cuanto a su olvido literario y a su tardía y lenta recuperación.
-Sin duda, porque otros escritores de nuestro exilio tuvieron un retorno anterior y su olvido no fue tal. Guillén, Cernuda o Alberti siempre estuvieron casi siempre presentes.
-Usted dedicó su primera novela a Maruja Mallo…
-Siempre me han fascinado los pintores, los arquitectos… En mis novelas suele haber arquitectos y eso que yo soy una inepta en temas de dibujo, a tal punto que para mí era incluso un problema cuando, de pequeños, mis hijos me pedían que les pintase un simple árbol. Llegué a Maruja a través de Rosa Chacel, cuando ya había regresado a España. Yo hablaba mucho con Rosa y siempre me decía: “Cuanto termines la tesis que me dedicas a mí te tendrás que ocupar de Maruja”. Maruja también estuvo muy abandonada y sola. Era de la La Mariña, una zona muy pegada a Asturias, de donde yo vengo. Me vi capaz de reconstruir su infancia en ese territorio que yo conocía. Además, había estudiado aquella época desde el punto de vista histórico y cultural, así que no me resultó complicado. El problema apareció cuando, al hablar de su juventud, tenía que tratar su relación con Alberti, que había sido silenciada hasta el punto de que en las obras completas de Alberti se excluyó el mejor poema que le dedicó a Maruja Mallo. Fue entonces cuando pedí consejo a Ana Maria Moix. Le di a leer el capítulo en el que abordaba la relación entre Alberti y Mallo, que fue el primer capítulo que escribí. Y debo decir que, hoy en día, lo que más echo en falta es poder hacer estas consultas, tener lectores como Ana, personas a las que respetas y a las que pedir consejo.
-Volviendo a Maruja Mallo. Usted habla de su soledad, pero fue muy reivindicada durante La Movida.
-Es cierto, pero fue un paréntesis. Luego nos olvidamos de ella. Está su sobrino, Emilio, el hijo de su hermano, que se encarga del archivo. Estoy en contacto con él y hay mucho por hacer en cuanto a su reivindicación. Y no está sola. No te creas que Rosa Chacel está reivindicada. Y ¿qué me dices de Martín Gaite? Este año nos van a dar la matraca con Martín Santos. Bien, estupendo, pero no comprendo este énfasis en Tiempo de silencio y en el peso literario que tiene. Porque no lo tiene, en realidad. A los escritores algo más jóvenes que habían leído a Faulkner y a Joyce, ¿qué les podía enseñar? Sin duda, no le iba a enseñar nada, ni de estructura ni de técnicas. Martín Santos pertenecía al mundo del realismo español más casposo, un mundo que no interesaba nada a esa generación que vino después y en la que destacaban Javier Marías y Enrique Vila-Matas. A esta generación, que se nutrió de autores extranjeros, Martín Santos no le descubrió nada. ¿De verdad ahora tenemos que aguantar todo un 2024 en el que se nos hable del magisterio de Martín Santos y de cómo renovó en panorama narrativo?
-Uno de los primeros autores en reivindicar a Chacel fue Javier Marías
-Sí, porque su padre, Julián Marías, hizo mucho por Rosa que, como te decía, más allá de alguna reedición, sigue estando bastante olvidada, en parte como Ana María Moix.
-Ahora se están recuperando algunas de sus obras
-Sí, Nora Catelli ha recuperado Detrás del telón, un seminario que dio y que era inédito. Bamba recuperan Julia, su primera novela, Esther Vallejo, editora de Amarillo, va a publicar las entrevistas de Moix en Tele/Exprés y Lumen publicará su poesía… Está bien.
-La editorial Bamba está recuperando a Elena Quiroga
-Elena Quiroga tiene categoría y peso literario. La perjudicó mucho el hecho que se pensara Viento del norte como una continuidad de Pardo Bazán y sus Pazos de Ulloa. Esto es lo que le pasó a Dolores Medio con Nosotros, los Rivero, que –dijeron– proponía la Vetusta de Clarín treinta años después. No se vio en su momento la modernidad de estas escritoras. ¿Qué era el primer Delibes? La sombra de los ciprés es es alargada es una novela que se te cae de las manos. Sin embargo, esto no le perjudicó.
-¿Y a nivel académico?
-Yo hice mi tesis sobre Chacel en 1986 y desde entonces he publicado mil cosas sobre ella. Había interés. Y lo que ha pasado es que han venido una serie de espabiladas que nos han descubierto a estas autoras, a las Sinsombrero, a las autoras del exilio… utilizando el trabajo que habíamos hecho las demás años antes. Ahí están los trabajos de Mercedes Gómez sobre Zambrano. Me refiero a que desde hace veinticinco años algunas llevamos trabajando estas autoras. Ahora ha sonado, parece ser, la flauta y se reeditan a algunas, pero ¿se las conoce y reconoce de verdad? En 2025 se cumplirá el centenario de Carmen Martín Gaite; ya verás como no se va a hacer demasiado ruido. Ahora no sé si su archivo sigue en Boalo o no. Lo que sí sé es que, en su momento, nadie lo quiso.
-¿Qué será del archivo de Juan Marsé, un autor que usted ha estudiado como la encargada de la edición crítica de Si te dicen que caí.
-Yo empecé mis estudios en el 74/75 y para mí Marsé era –ya entonces– un clásico. No me podía creer que tuviera que dedicarme a él. Estaba convencida de que estaba en el radar. Chacel no lo estaba. Sin embargo, ahí está el libro Ronda Marsé, que hicimos y que quería ser muy reivindicativo de su figura. Si ahora lees Si te dicen que caí te encuentras con una novela de una modernidad y de una transgresión increíble.
-Es decir, estaba obligado a buscar referentes fuera del campo literario español
-Con Últimas tardes con Teresa se fijó mucho es la novela francesa del XIX. Para él, Stevenson era un referente. Leyó a Lawrence Sterne para Rabos de lagartija. La generación de Marsé se benefició del hecho de que, siendo jovencitos, podían encontrar libros que habían sido traducidos en los años 30 que ya no estaban en venta, pero de los que quedaban ejemplares. Así leyeron a Faulkner o el Joyce de Retrato de un artista adolescente, cuya traducción la hizo -y esto es importante- Dámaso Alonso. Lo que quiero decir con esto es que hay que tener cuidado con señalar a algunos como descubridores del Mediterráneo cuando no es así. Está muy bien lo del boom, pero muchos lectores de aquí tenían las mismas lecturas de las que partieron García Márquez o Vargas Llosa.
-Leyendo Antes que llegue el olvido se observa la relación entre autores, incluso de generaciones distintas. Esto me lleva de nuevo a Chacel y a su correspondencia con Ana Maria Moix.
-A la Generación del 27 se la llamó la generación de la amistad y no fue por casualidad. Amistad es lo que encontramos también en el grupo de Ana y Marina. Era una época en la que la actividad literaria estaba muy concentrada, Moscú-San Petersburgo, Madrid-Barcelona, y esto favorecía los intercambios.
-¿Ya no hay generaciones?
-Puede que la última sea la Generación de 68. En poesía, están los novísimos y en narrativa encontramos el primer Juan José Millás, Guelbenzu, Vila-Matas, Javier Marías, Ana María Matute, el primer Azúa… Tenían propuestas diferentes, eso sí. Y quizás también se pueda hablar de una generación de los nacidos entre 1955/1960: Llamazares, Zarraluki, Muñoz Molina, Benítez Reyes…. Yo entiendo lo que hacen y por qué lo hacen.
-Sin embargo, no parece que los autores que menciona tengan un férreo sentimiento de pertenencia a una generación.
-Este sentimiento le debe mucho al hecho de que todos ellos tenían una serie de revistas culturales donde expresarse y cohesionarse. Las revistas no eran meras correas de transmisión, eran proyectos literarios, intelectuales y estéticos de un grupo de amigos. Todo esto ya no existe. Quizás la última fue la revista Poesía, en Madrid.
-Retomando el tema de los olvidos…
-Hay que decir, que antes no se ha mencionado, que los olvidos no se pueden achacar únicamente a la cuestión de género. Piensa en Cháves Nogales. Aquí, durante décadas, no nos enteramos de que existía. Por tanto, el género no es el único factor, sino que también interviene y mucho la pereza intelectual. ¿Quién va a revisar lo que ha escrito fulano hace treinta años en un manual de literatura o lo que repiten los catedráticos, los alumnos de los catedráticos y los hijos de los catedráticos? La pereza intelectual, falta de curiosidad, esfuerzo y dedicación explican muchos olvidos literarios.
-¿Hasta qué punto de la literatura rusa lo que más hemos leído es la novela.
-La poesía no circulaba mucho en traducciones. Incluso Pasternak, a quien como novelista se conocía mucho, no llegó aquí hasta muy tarde. De Mandelstann lo primero que recuerdo en castellano fueron sus prosas sobre San Petersburgo en su infancia, El rumor del tiempo, en Alfaguara; sin embargo, la poesía tardó en llegar y estuvo arrinconada en distintos sellos. El caso de Mayakovski es diferente; el elemento revolucionario y de agitación hizo que estuviera presente en castellano. Ana Ajmátova y Marina Tsvietáieva, siendo grandísimas poetas, siguen estando poco presentes y eso que, en castellano, no hemos tenido voces tan potentes. Si pensamos en lengua castellana hay que decir las poetas más relevantes de la generación de Marina y Ana no están aquí, sino en Latinoamérica. Me refiero a Ida Vitale y a Idea Vilariño.