Stephen Frears, el arte de la tragicomedia
La carrera cinematográfica del director británico, cuyo último título es 'The Lost King', prescinde de las piruetas estéticas, está siempre al servicio del guion y narra historias con interés humano, siempre dentro de la tragicomedia, basadas en personajes reales
19 septiembre, 2023 18:46Entre 1985 y 1990 Stephen Frears (Leicester, 1941) encadenó un puñado de películas que lo encumbraron como uno de los grandes del cine británico. Después del modesto thriller La venganza (1984), con Terence Stamp y rodado en buena parte en España, llegó su primer gran logro: Mi hermosa lavandería (1985), con guion de Hanif Kureishi y un joven Daniel Day-Lewis ya demostrando que era el actor más intenso y dotado de su generación.
Contaba la imposible atracción entre un joven paquistaní de buena familia y un skin aficionado a agredir a emigrantes, y uno de sus grandes méritos –adjudicable a Kureishi– era el retrato del Londres multirracial. El tándem Frears-Kureishi repitió con otro retrato del Londres contemporáneo, con resultados no tan redondos, en Sammy y Rosie se lo montan (1987).
Ese mismo año llegó Ábrete de orejas (1987), biopic del iconoclasta comediógrafo gay del Swinging London Joe Orton (espléndidamente interpretado por Gary Oldman), al que su amante Kenneth Hallywell (también espectacular Alfred Molina) mató a martillazos por celos (amorosos y literarios). La película se basaba en la biografía escrita por John Lahr y Frears contó de nuevo con un guionista de lujo: Alan Bennett.
Ya se conocían, porque en la extensa etapa televisiva previa del cineasta, había dirigido varias piezas para televisión del dramaturgo, entre ellas la deliciosa A Day Out (1972), el debut de Bennett en la pequeña pantalla con la historia de un club de ciclistas que, en la Inglaterra eduardiana, hacen una excursión desde Halifax a las ruinas de la abadía de Fountains. Si las dos colaboraciones con Kureishi plasman el Londres rabiosamente contemporáneo, Ábrete de orejas es una inmersión en el estallido pop que llenó de color y transgresiones la gris capital en los años sesenta.
A continuación, llegó el título que consagró internacionalmente a Frears: Las amistades peligrosas. Una vez más, a los mandos del guión había un primer espada literario: el dramaturgo Christopher Hampton, que adaptaba su propia obra teatral basada en la novela libertina y epistolar de Pierre Choderlos de Laclos. Sofisticado ejercicio sobre la seducción, la perversión, la manipulación y el poder, el éxito de la cinta lanzó la carrera de un superdotado John Malkovich, que brillaba de forma especial entre un elenco de gran altura: Glenn Close, Michelle Pfeiffer, Uma Thurman y Keanu Reeves.
Entonces llegó la tentación que se les presenta a todos los cineastas británicos triunfantes: saltar a Estados Unidos. Lo hicieron en su día, con resultados diversos, Hitchcock, Mackendrick, Schlesinger, Tony Richardson, Karel Reisz… En el caso de Frears, el salto lo dio con Los timadores (1990), adaptación de una de las muchas novelas menores del gran Jim Thompson, de nuevo con un guionista de lujo, nada menos que Donald Westlake, y con producción de Martin Scorsese. El resultado no es redondo, pero sí muy estimulante.
Sin embargo, la tentación hollywoodiense tiene sus riesgos y los años noventa fueron para el cineasta tirando a erráticos, alternando proyectos americanos y británicos, y su pujante carrera se desdibujó. Las películas americanas de esta década son entre endebles y correctas, pero en todos los casos impersonales: Héroe por accidente (1992), El secreto de Mary Reilly (1996) y Hi-Lo Country (1998). En cuanto a los proyectos británicos, por alguna extraña razón son todos de ambientación irlandesa.
Hay dos en las que contó con guiones de otro escritor reputado, Roddy Doyle (entonces el gran autor irlandés emergente, ¿alguien se acuerda hoy de él?): Café irlandés (1993) y La camioneta (1996). Estaban basados en las propias novelas de Doyle y formaban parte de lo que denominó la Trilogía de Barrytown. La tercera también se llevó al cine: Los Commitments, dirigida por Alan Parker. La otra obra irlandesa de Frears, que cierra esta etapa, es el drama de época Liam (2000).
El siglo XXI trae cambios notables en la carrera del director. Se repliega -con unas pocas excepciones- en el cine británico; regresa cada vez con más frecuencia a la televisión (que, por el camino, ha cambiado mucho con la llegada de las plataformas); muchos de sus títulos se basan en personajes reales, y se especializa en el difícil arte de la tragicomedia. Ya no es el cineasta espectacular de sus inicios, pero bajo la aparente modestia de buena parte de sus nuevos proyectos, demuestra un enorme oficio, un impecable manejo de los mecanismos narrativos al servicio de historias cargadas de interés humano.
En el 2000, dirige una adaptación de Alta fidelidad de Nick Hornby, con un guion en el que participa John Cusack, protagonista de la cinta. Los personajes entrañables, desnortados y obsesionados con la música pop y los vinilos de Alta fidelidad marcan el territorio que más va a frecuentar Frears a partir de este momento: retratos humanos en clave de tragicomedia. Viene después un thriller apañado -Negocios ocultos (2002)- y en 2005 llega Mrs. Henderson presenta que marca el camino más fructífero que va a seguir su obra en los años siguientes.
Porque en este caso los personajes son reales: a finales de los años treinta una viuda ociosa -la señora Henderson del título, interpretada por Judi Dench- decide invertir en un teatro del Soho y contrata al director Vivian Van Damm (Bob Hoskins), que pone en marcha un espectáculo de variedades de alto voltaje erótico para la época. Para esquivar la censura, tiraron de la argucia de mostrar desnudos femeninos en el estático formato de tableaux vivants. Las producciones de la señora Henderson revolucionaron los espectáculos picantes jugando con los límites de lo tolerado, pero a Frears le interesa sobre todo el vínculo que se establece entre la viuda y su director.
Un año después, llega uno de los grandes éxitos del Frears de este periodo: La reina (2006). Una vez más un personaje real -la reina Isabel interpretada portentosamente por Helen Mirren-, aunque en este caso hay apenas toques de humor y el tono es dramático. Aquí el director se pone al servicio de Peter Morgan, autor del guion y verdadero creador de la película, que será la base de su posterior serie The Crown.
Morgan, que viene del teatro, está especialmente dotado para retratar los entresijos del poder. Él y Frears ya contaban con una colaboración previa, el telefilm The Deal (2003), sobre la relación entre Tony Blair y Gordon Brown. Morgan es también el autor de la brillante pieza teatral original y del posterior guion de El desafío: Frost contra Nixon (2008), dirigida por Ron Howard, que recrea la famosa entrevista que el periodista australiano le hizo al presente americano tras su salida de la Casa Blanca.
A continuación, Frears rueda dos adaptaciones que exploran los territorios de la seducción, con algún eco de Las amistades peligrosas, pero sin su retorcida perversión y su impecable geometría dramatúrgica. Por un lado, Chéri (2009), basada en la novela de Colette sobre el mundo de las cortesanas parisinas, y la mucho más lograda Tamara Drewe (2010), que lleva a la pantalla la novela gráfica de Posy Simmonds ambientada en una colonia rural de escritores en la que aparece una seductora lugareña que regresa a la casa familiar heredada y lo revoluciona todo.
En 2013 llega un título muy relevante: Philomea. Se basa en el libro del periodista Martin Sixmith, que ayudó a una anciana a buscar al hijo que tuvo de adolescente y que las religiosas del convento en el que estaba acogida dieron en adopción sin su consentimiento. La historia es muy dramática y con unos giros finales que parecen folletinescos pero son absolutamente reales. La película denuncia el vergonzoso papel de la iglesia católica irlandesa (que a los abusos pederastas suma el escándalo de niños dados en adopción irregular -o muertos los que tuvieron menos suerte- en sus centros de acogida de madres adolescentes).
Pero los guionistas, Steve Coogan y Jeff Pope, optan por un planteamiento arriesgado y prodigioso: introducen toques de comedia en esta historia desoladora para explorar la relación humana que se establece entre un resabiado periodista político en horas bajas y una mujer de extracción muy humilde y escasa cultura que ha vivido toda su vida atormentada con la desaparición de su primer hijo. Steve Coogan -un actor que ocasionalmente ejerce además de guionista- interpreta al periodista, mientras que Judi Dench da vida a la anciana. El resultado es un perfecto ejemplo del impecable manejo de la tragicomedia por parte de Frears.
El cineasta, los dos guionistas y Coogan como actor volverán a colaborar en la que por el momento es la última película de Frears: The Lost King (2022). Otra historia real manejada a través del registro tragicómico. Narra la peripecia de Phillipa Langley (estupenda Sally Hawkins), una funcionaria con problemas de fatiga crónica, separada de su marido (al que interpreta Coogan) y con dos hijos. La mujer sobrelleva esta vida gris gracias a su interés por Ricardo III, un rey vilipendiado al que ella quiere restituir la dignidad.
Philippa contacta con un grupo de locos obsesionados con el supuestamente jorobado y sanguinario Ricardo, y acaba obsesionada con encontrar la tumba del monarca. Para pasmo de todos, resulta que lo logra y la localiza en un aparcamiento de Leicester. Esta curiosa historia ocupó páginas de los periódicos por todo el mundo y Frears y sus guionistas la convierten en una lucha de David contra Goliat (la historiadora amateur contra la universidad que primero la desprecia y después se aprovecha de sus hallazgos). El resultado es una cinta agridulce y emotiva, con personajes entrañables, que funciona porque recupera y pone al día las fórmulas infalibles de las viejas comedias británicas de los Estudios Ealing.
Entre Philomena y The Lost King, Frears lleva al cine otras tres historias reales: El ídolo (2015), sobre el escándalo ciclista del dopaje de Lance Armstrong, La reina Victoria y Abdul (2017), sobre la relación entre la reina Victoria y su sirviente y después secretario indio, y sobre todo Florence Foster Jenkins (2016). Esta última, sobre una excéntrica millonaria (interpretada por Meryl Streep) empeñada en cantar ópera pese a sus nulas dotes, es otro ejemplo notable del impecable manejo del registro tragicómico. En superficie, la película es la historia de una mujer caprichosa y patética, protegida por unos aduladores que le ríen todas las gracias y la protegen del mundo exterior. Conforme avanza el metraje, van asomando las grietas trágicas en la vida de esta mujer, que hacen que el espectador la acabe viendo con otros ojos.
En estos años, Frears ha realizado algunas producciones televisivas más que notables. Dos de ellas están basadas en hechos reales y son retratos de la sociedad británica. Quiz, el escándalo de ¿Quién quiere ser millonario? (2020) cuenta la historia un concursante que ganó un concurso televisivo y del que se sospechó que hizo trampas. Pero la mejor con diferencia es la primera temporada de Un escandalo muy inglés (2018), que relata en clave de comedia negra -muy negra- la historia de Jeremy Thorpe (Hugh Grant en una de las mejores actuaciones de su carrera), líder del Partido Liberal, que, en los años sesenta, cuando la homosexualidad estaba todavía penada, llevaba una discreta doble vida. Hasta que uno de sus amantes, un joven muy desequilibrado (brillante Ben Whishaw), amenazó con sacar a la luz la relación y el político ordenó sin pensárselo dos veces que lo liquidaran.
La otra incursión televisiva destacable, plantea un formato innovador. Se trata de El estado de la unión (2019-2022) y supone el reencuentro con Nick Hornby. La serie tiene dos temporadas de diez episodios de tan solo diez minutos cada uno. Cada una de ellas se centra en una pareja en crisis: inglesa de mediana edad en la primera (excelentes Rosamund Pike y Chris O’Dowd) y americana madura en la segunda (efectivos Brendan Gleeson y Patricia Clarkson). En ambos casos, viven de momento separados y se citan -en un pub los primeros y en un café los segundos- una vez por semana antes de entrar a terapia con una asesora matrimonial. Mientras esperan, conversan sobre lo divino y lo humano, sobre temas en apariencia anodinos que van haciendo emerger las grietas de la relación. El resultado es un ejercicio de manejo virtuoso de los diálogos, algo que a Hornby siempre se le ha dado muy bien.
La obra reciente de Frears, de apariencia modesta y sin asomo de piruetas estéticas, está siempre al servicio del guion (ese gran olvidado por los excesos de la teoría de los autores que daba todo el mérito al director, demonizaba al productor y ninguneaba al guionista). A lo largo de su carrera, ha contado con la colaboración de varios escritores de primera línea. Si algo define su cine es el empeño en contar historias con interés humano, partiendo muchas veces de personajes reales y mediante el manejo virtuoso de la tragicomedia. A sus ochenta y dos años sigue en activo y está pendiente de estreno la serie The Regime, con Kate Winslet, de la que ha dirigido varios episodios.