Friedkin, en el rodaje de 'French Connection'

Friedkin, en el rodaje de 'French Connection'

Cine & Teatro

William Friedkin: talento, sinceridad, esplendor y caída

El director estadounidense, documentalista en sus comienzos y autor de títulos míticos como 'Frech Connection' o 'El exorcista, cambió en los años setenta el género policiaco y el cine de terror. Su última obra se estrenará este agosto en el Festival de Venecia

8 agosto, 2023 12:52

“He dirigido películas que jamás debería haber rodado y rechacé otros proyectos que acabaron siendo éxitos. He quemado puentes y relaciones hasta tal punto que me considero afortunado de seguir en la brecha. Nunca he respetado las reglas, y muy a menudo eso ha significado tirar piedras sobre mi propio tejado. He sido altivo, he tomado malas decisiones y he despilfarrado el talento que Dios me concedió. Y he tratado el amor y la amistad con desconsideración. Cuando eres inmune a los sentimientos de los demás, ¿puedes ser un buen padre, un buen marido, un buen amigo? ¿Me arrepiento de cosas que he hecho? Desde luego que sí”.

Con esta descarnada contundencia se autorretrataba el recién fallecido William Friedkin (1935-2023) en sus memorias, The Friedkin Connection, publicadas en 2013 e inéditas en español. El tono y el ritmo de la prosa y la visceral sinceridad que destila el libro son una buena muestra del carácter de este cineasta que revolucionó el cine de los años setenta, llegó a la cima con The French Connection (cinco Oscars, incluidos mejor película y mejor director) y El exorcista, y desde allí, ebrio de engreimiento, se precipitó al vacío con el sonado fracaso de Carga maldita. Después, ya nada volvió a ser lo mismo y pasó su vida tratando de reflotar su carrera, sin acabar de conseguirlo.

William Friedkin

William Friedkin

Altivo, bocazas, impulsivo, pero también dotado de un talento innegable, Friedkin forjó como mínimo dos películas sin las que es imposible explicar el cine de los años setenta y con las que cambió dos géneros: el policiaco, al que condujo a un realismo nunca visto, y el terror en su vertiente de posesiones diabólicas. Esto sería ya suficiente para pasar a la historia.

Nacido en Chicago, le gustaba cultivar la imagen de tipo vehemente e irreductible, como puede comprobarse en el documental Friedkin Uncut, rodado en 2018 por Francesco Zippel y consistente en una larga entrevista en la que en todo momento queda claro quién está al mando. Generacionalmente formó parte de lo que se llamó el Nuevo Hollywood, los directores que entre finales de los sesenta y durante los años setenta cambiaron las reglas del cine americano: Dennis Hooper, Coppola, Spielberg, George Lucas, Hal Ashby, Brian de Palma, Scorsese, Woody Allen (estos últimos con base en Nueva York).

'Friedkin Uncut'

'Friedkin Uncut'

Friedkin empezó en la televisión y llamó la atención con su primer trabajo, el documental The People vs. Paul Crumb (1962), sobre un preso negro en el corredor de la muerte. Estos inicios como documentalista son relevantes para entender el tono verista que supo imprimir a sus mejores policiacos. En esta época televisiva inicial rodó algunos documentales más y después nunca abandonó el género del todo.

En 1975, con el éxito de El exorcista bajo el brazo, se dio el gusto de rodar Conversation with Fritz Lang, una larga entrevista con el cineasta alemán al que admiraba. Y en la etapa final de su carrera volvió al género con The Devil and Father Amorth (2017), que seguía las andanzas profesionales de un auténtico exorcista del Vaticano, el padre Gabriele Amorth. 

Entre sus trabajos para la pequeña pantalla en los sesenta, rodó un episodio de Alfred Hitchcock presenta y conoció en persona al maestro. Dio el salto al cine en 1967 con Buenos tiempos, una comedia musical al servicio del dúo Sonny y Cher, y al año siguiente dirigió una comedia bastante olvidada, La noche del escándalo Minsky’s, con Jason Robards y Britt Ekland. 

'Conversation with Fritz Lang'

'Conversation with Fritz Lang'

El primer atisbo de notoriedad le llega con dos adaptaciones teatrales que en ningún momento tratan de disimular su origen escénico. En The Birthday Party (1968) filma en Inglaterra una de las mejores obras de Harold Pinter, con guion del propio dramaturgo e interpretada por Robert Shaw y Patrick Magee. Es una pieza clave de la visión pinteriana del teatro del absurdo, con su portentoso manejo de la desasosegante sensación de creciente amenaza y la violencia cada vez menos soterrada, que Friedkin sabe captar con su cámara.

La segunda, ya de vuelta en Estados Unidos, es Los chicos de la banda (1970), una pieza de calidad muy inferior, pero de indudable valor sociológico, de Mart Crowley. Se estrenó off-Broadway en 1968 con gran éxito y retrataba a un grupo de amigos gays neoyorquinos de mediana edad, cada uno de los cuales representa un cierto perfil sentimental.

Si los personajes hubieran sido parejas heterosexuales nadie se acordaría hoy de esta obra y acaso ni se hubiera estrenado, pero en su momento resonó con fuerza por su modo de abordar la realidad homosexual huyendo de arquetipos heredados.  En 2020, Ryan Murphy, en su línea de producciones de temática gay, puso en marcha un remake para Netflix, protagonizado por Jim Parsons. 

Las memorias de William Friedkin

Las memorias de William Friedkin

El momento de gloria de Friedkin llega justo después con The French Connection: contra el imperio de la droga (1971), un hito porque revolucionó la manera de entender el policiaco. Ese mismo año se estrenaron otros dos títulos históricamente relevantes para el género: Harry el sucio, de Don Siegel con Clint Eastwood, y Shaft, de Gordon Parks. Parks, excepcional fotógrafo, dotó de un aire realista a sus imágenes de Harlem, pero es Friedkin quien aplica de forma más osada el tono documental a su película y el que retrata a unos policías más veraces y menos peliculeros, a los que dan vida Gene Hackman y Roy Scheider.

Rodada en escenarios naturales de Nueva York muy alejados de las vistas de postal, su estética bebe tanto de los orígenes como documentalista del director como de la influencia de cintas políticas europeas como La batalla de Argel de Pontecorvo y Z de Costa-Gavras que manejaban un estilo verista. The French Connection abre el camino de los retratos cinematográficos de la Nueva York convulsa, sucia y peligrosa de los años setenta, en cuya estela se sitúan dos obras de Sidney Lumet, Serpico (1973) y Tarde de perros (1975), y dos de Scorsese, Malas calles (1973) y la culminación que supone Taxi Driver (1976).

El otro aspecto relevante de la película de Friedkin es su modo de rodar las escenas de acción, entre las que destaca una que todavía hoy sigue siendo un referente y se estudia en las escuelas de cine: la persecución en coche de un convoy del metro que recorre un tramo elevado. Inauguró una manera de filmar en un entorno urbano real que después seguirían títulos como Bullitt (1978) de Peter Yates. 

'The French Connection'

'The French Connection'

Recientemente en Estados Unidos se ha generado revuelo porque Disney, que posee los derechos, ha aplicado un sutil tijeretazo (solo en Estados Unidos, no en las copias que pueden verse en Europa): hay una escena en que los dos policías hablan tras la detención de un traficante negro, que ha herido a uno de ellos. El colega le suelta: “Nunca confíes en un negro”. Bien, pues la frase ha desaparecido.

Es alarmante porque la mutilación de una obra de arte, pero sobre todo por la mojigata imbecilidad que demuestra. Si se está retratando a un policía racista, es lógico que suelte un comentario de este tipo. Puestos a ofenderse, también se podrían indignar los franceses, ya que ese mismo policía se refiere a ellos como frogs. Y por seguir con la tontería, también podrían quejarse de apropiacionismo, porque al traficante marsellés lo interpreta un español, Fernando Rey (que, por cierto, fue nominado al Óscar al mejor secundario).  

En 1973 Friedkin presenta otro título icónico: El exorcista, que supone una revolución en el género de terror similar a la de The French Connection para el policiaco. En 1968 Polanski había hecho una contribución fundamental al cine de temática satánica con La semilla del diablo. Pero su planteamiento se basaba, en la línea de Repulsión y posteriormente en El quimérico inquilino, en el manejo de la tensión psicológica mediante el uso del punto de vista.

Cartel de 'El exorcista'

Cartel de 'El exorcista'

Friedkin en cambio, construye al principio un suspense creciente, pero después opta por el horror explícito de la niña poseía, con imágenes ya icónicas como la cabeza que gira 360 grados o las vomitonas verdosas (que se elaboraron con puré de guisantes). La película se convirtió en un fenómeno cultural (prueba de ello es que la expresión la niña del exorcista sigue presente en el lenguaje coloquial).

Las largas escaleras de Georgetown en que se rodó una de las escenas más célebres siguen siendo hoy una atracción turística; todo el mundo identifica los primeros acordes de Tubular Bells como la música de El exorcista, porque se usó en la banda sonora; el rodaje dio pie a todo tipo de leyendas; la pobre Linda Blair se convirtió en carne de tabloides sin poder dejar atrás su papel de niña poseída; con el estreno salieron en la prensa noticias de desmayos en las salas y en algunas empezaron a repartir bolsas para el vómito… El exorcista tuvo varias secuelas y dio pie a una moda de cine de posesiones y niños demoniacos, con títulos como La profecía (1976) y sus correspondientes continuaciones. 

'Sorcerer'

'Sorcerer'

Sintiéndose en la cima, Friedkin se vino arriba y se empeñó en llevar a cabo contra viento y marea un proyecto que le entusiasmaba: un remake de El salario del miedo de Clouzot, sobre los camioneros que asumen la peligrosísima misión de transportar nitroglicerina por accidentados caminos en mitad de la selva. El resultado, Carga maldita (Sorcerer, 1977), casi acaba con su carrera.

Empujado por su obsesión por el realismo, Friedkin decidió rodar en la selva en República Dominicana. Los problemas se acumularon: los actores caían enfermos, el rodaje se alargó mucho más de lo previsto, el empeño de filmar sin trucos escenas como la del camión que debe cruzar un puente colgante estuvieron a punto de acabar en tragedia, el presupuesto se desbocó y el director se peleó con buena parte del equipo y con los productores. Al estrenarse la película fue un fracaso, entre otras razones porque coincidió en la cartelera con La guerra de las galaxias y está claro hacían dónde se decantaron las preferencias del público. 

Carga maldita forma parte del mito de los grandes fiascos de los cineastas de esta generación subidos a la megalomanía, que estuvieron a punto de echar por la borda sus carreras y en algún caso incluso lograron llevar a la quiebra a una productora: La última película (1971) de Dennis Hopper, At Long Last Love (1975) de Bogdanovich, New York, New York (1979) de Scorsese, 1941 (1979) de Spielberg, Las puertas del cielo (1980) de Cimino, Profesión: El especialista (1980) de Richard Rush, Corazonada (1981) de Coppola. 

Ninguna es redonda, ninguna es tan mala como en su día se dijo. Casi todas ellas han sido objeto de reivindicaciones posteriores, montajes del director, remasterizaciones. Tarantino, por ejemplo, defiende Carga maldita como una obra maestra incomprendida en su momento. Tras este fracaso, a Friedkin se la bajaron los humos de golpe y su carrera nunca se recuperó del todo. Tuvo que aceptar hacerse cargo de una comedia menor, El mayor robo del siglo (1978), con Peter Falk al frente de un reparto coral, que pasó sin pena ni gloria.

'Cruising'

'Cruising'

Logró volver a ser el centro de atención con la polémica A la caza (1980), que provocó una sonora campaña de boicot de la comunidad homosexual, desde el momento en que se anunció el rodaje. Está protagonizada por Al Pacino en el papel de un policía que se infiltraba en el submundo gay del sado, el cuero y el cruising (este era el título original: Cruising) para perseguir a un psicópata que asesina a sus ligues. ¿Era la película antigay?

Retrataba un universo promiscuo que podía dar una imagen que a los activistas gays les incomodaba, pero que existía y tenía localizaciones concretas en el Meatpacking District neoyorquino, donde el aplaudido Robert Mapplethorpe reclutaba cada noche a sus amantes y modelos. ¿Si él muestra un fisting es arte y si lo hace Friedkin es un escarnio? Según el director, antes del estreno se aplicó la tijera, porque él rodó 45 minutos en esos clubs, sabiendo que no se los dejarían utilizar. En 2013 James Franco y Travis Mathews dirigieron e interpretaron el falso documental Interior. Leather Bar, que reimagina el rodaje de A la caza y las escenas eliminadas. 

'The Caine Moutiny Court-Martial'

'The Caine Moutiny Court-Martial'

En 1985 Friedkin rodó otro policiaco, Vivir y morir en Los Angeles (1985), que trataba de recuperar el estilo de The French Connection y lo lograba a medias. En cambio, Jade (1996), un thriller erótico con guión de Joe Eszterhas, tratando de estirar el éxito de Instinto básico (que también había escrito él) es un completo desastre. Su carrera posterior es tirando a errática, con títulos olvidables y muchos trabajos para televisión.

Se recicló con notable éxito como director escénico de ópera, sobre todo para la Opera de Los Ángeles. De sus películas del siglo XXI son rescatables sin ser extraordinarias un par adaptaciones de obras teatrales de Tracy Letts: Bug (2006) y sobre todo Killer Joe (2011), protagonizada por un asesino a sueldo que interpreta con mucho entusiasmo Matthew McConaughey y que contiene escenas de extrema violencia. 

Con todo, el incombustible Friedkin ha seguido activo hasta el final: en el próximo festival de Venecia está anunciado el estreno en la sección oficial, fuera de competición, de The Caine Moutiny Court-Martial, rodada este 2023, poco antes de morir. Se trata de otra de sus adaptaciones teatrales, en este caso del clásico de Broadway de Herman Wouk, escrito en 1953 por el autor a partir de su novela ganadora de un Pulitzer, que Bogart interpretó en la pantalla. ¿Será una postrera obra maestra o una discreta despedida? En cualquier caso, demuestra su pasión por el cine.