Sangre en la nariz, nada en los bolsillos
El documental 'Bloody nose, empty pockets' narra las vidas rotas de un puñado de personajes que un día tuvieron ilusiones que se desvanecieron
23 marzo, 2022 00:00Se está celebrando en Barcelona (del 15 al 27 de marzo) el Americana Film Fest, certamen cinematográfico dedicado al cine independiente norteamericano, y algunas de sus propuestas pueden verse en Filmin. Es el caso de un (¿falso?) documental titulado Bloody nose, empty pockets y que retrata la última noche en un bar de borrachos de Las Vegas que atiende por el rutilante nombre de The roaring twenties (Los felices años 20). El negocio se traspasa y una pandilla de derelictos humanos se quedan sin un hogar lejos del hogar, en el mejor de los casos, o en lo único parecido a un hogar que han conocido en su vida, en el peor (uno de ellos es un actor fracasado que se echa unas siestas en un desvencijado sofá del establecimiento hasta que lo echan al amanecer porque hay que limpiar, no sin antes invitarle a un trago de whisky para que empiece el día con cierta energía). Los detractores de esta película de Bill Ross y Turner Ross (que se estrenó hace dos años en el festival de Sundance) la acusan de no funcionar ni como ficción ni como no ficción, pero yo diría que aquí impera la verdad, aunque a menudo se note que está ligeramente guionizada (también lo estaba la Mónica del Raval de Paco Betriu, y eso no le restaba ni un ápice de autenticidad: no estamos ante uno de los hilarantes mockumentaries de Christopher Guest).
No se nos cuenta si The roaring twenties vivió tiempos mejores o si siempre fue un tugurio para fracasados y piltrafas del arroyo. Tampoco hace falta. Nos conformamos con asistir a la vida cotidiana de un puñado de desechos de tienta a los que el sistema ha dejado por imposibles y que han acabado componiendo una extraña familia, todo lo disfuncional que ustedes quieran, pero que fomenta la amistad, la ayuda mutua y la empatía entre seres humanos que un mal día perdieron el control de sus vidas y nunca lo recuperaron. No hay aquí poesía barata, ni nostalgie de la boue, ni reivindicación de la figura del loser: solo unos cuantos seres humanos que han naufragado en la vida y se agarran a la barra del bar como a un trozo de madera que retrasa el momento fatal del hundimiento y la asfixia.
Aparte del ex actor de 58 años que reconoce aparentar 70 (¡y se queda corto!), nos topamos con un veterano del ejército que se queja del trato recibido por la sociedad a su regreso del frente, a un viejo (o quizás no tanto) melenudo con pinta de haber pertenecido a la nación de Woodstock, a una señora obesa que enseña las tetas sin venir a cuento y sin que a nadie le importe para bien o para mal, a un joven australiano que reconoce que su familia es una mierda y prefiere a la que ha encontrado en el bar (patético y entrañable el momento en que grita: “¡Follo muy bien y soy un tipo interesante!”), a la tabernera que les echa de beber a todos mientras vigila como puede a un hijo adolescente que ya empieza a beber y a drogarse a sus espaldas….El único personaje desagradable de la pandilla es un treintañero displicente que disfruta humillando a sus compañeros de copas porque se siente superior a ellos, aunque todos intuimos que va a acabar igual que el resto de desgraciados que le rodea.
Algunas ilusiones
Sin paternalismos ni moralina alguna, Bloody nose, empty pockets nos permite asomarnos a un montón de vidas rotas que solo aspiran a terminar entre charlas confusas y vasos de cerveza. Sabemos a dónde van todas esas almas perdidas (al hoyo, más temprano que tarde), pero ignoramos de donde vienen (aunque es fácil imaginarlo). Algún día tuvieron ilusiones que se fueron desvaneciendo y ahora viven día a día, conscientes de que cualquiera puede ser el último. Pero cuando la vida se ceba contigo, lo hace a conciencia. Todos los beodos de la película se conformaban con reventar en ese bar que se había convertido en su casa, pero ni esa alegría les va a conceder la existencia. Cada uno de ellos es, como decía el poeta, mon ami, mon semblable, mon frère. Y ninguno va a saber dónde meterse cuando acabe esa última noche de alcohol y francachela que retrata espléndidamente Bloody nose, empty pockets. Que Dios los bendiga como al santo bebedor de la novela de Joseph Roth.