Tres mujeres
'Red light', la historia de tres mujeres, logra algo muy complicado en las series de televisión, la buena mezcla del relato policial con la reflexión existencial
22 enero, 2022 00:00Tres mujeres que, aparentemente, no tienen nada en común. Sylvia, una prostituta holandesa que ejerce su oficio en Flandes. Esther, una cantante de ópera que vive en Amsterdam. Evi, una policía de Amberes con problemas de alcohol. Cuando sus vidas se crucen darán origen a una estupenda serie en diez capítulos que puede verse en el canal Sundance de Movistar, Red light. Ideada por dos de las actrices protagonistas, Carice Van Houten, la furcia fría y algo hortera (y la Melisandre de Juego de tronos) y Halina Rejn, la soprano atormentada porque no puede quedarse embarazada, Red light se sirve de las técnicas del thriller para acceder a la psique de tres mujeres muy distintas, pero con su propia cruz a cuestas cada una de ellas. Su único elemento en común es el marido de Esther, un profesor de filosofía que recurría a los servicios de Sylvia y cuya misteriosa desaparición (y posterior aparición, ahogado y apuñalado) debe investigar Evi.
La trama policial, impecablemente trazada, es aquí una excusa excelente para presentarnos a tres mujeres que, en otras circunstancias, nunca habrían llegado a conocerse. Pocas cosas se nos explican de Sylvia y Esther, más allá de que la madre de la primera es una borrachuza con todo el aspecto de no haberse preocupado mucho por la educación de la niña y de que la segunda está marcada por la figura de su padre, que se encargó de ella por completo cuando su madre murió siendo ella una niña (el padre y el marido desaparecido son los únicos hombres en la vida de Esther, quien parece haber pasado de uno a otro y haberse quedado absolutamente desorientada cuando ambos fallecen en diferentes momentos de la historia). Con Evi disfrutamos de algo más de información: su madre se arrojó al paso de un tren cuando ella tenía seis años y ahora no sabe cómo hacer de madre de sus propios hijos ni cómo gestionar la relación con su marido, un buen tipo que hace todo lo posible por comprenderla, pero no lo acaba de lograr.
Fatalismo amable
Lo más interesante de Red light es, pues, el retrato de esas tres mujeres algo extrañas que avanzan por la vida como si fuesen sonámbulas, haciendo siempre lo que se espera de ellas, pero sin entender muy bien hacia donde se encaminan. El relato criminal es, simplemente, la argamasa que las mantiene unidas y el elemento narrativo que ayuda al espectador a sumergirse en la peculiar psique de cada una de ellas, que se las trae, como se dice vulgarmente. Pese a la norma cinematográfica que aconseja que un personaje no sea el mismo al principio y al final de la película, Red light se salta esa regla y llega al final de su recorrido sin que Esther, Sylvia y Evi hayan cambiado gran cosa. Puede que la soprano, tras una vida entre algodones, haya visto que las cosas pueden torcerse y hay que pechar con las consecuencias. Es posible que Sylvia se humanice un poco al convertirse en madre tardía tras dar esquinazo al macarra de su novio y refugiarse en un pueblo de la costa española, pero su nueva condición no le impide instalar una especie de burdel clandestino de tono doméstico en su casita con jardín y piscina. Tal vez Evi empieza a hacer las paces consigo misma, pero eso no le impide separarse de su marido y ver a sus hijos los fines de semana que le tocan por decisión judicial. Pero, básicamente, las tres siguen siendo los mismos seres perdidos que eran al inicio de la función. A lo sumo, las desgracias compartidas a lo largo de los diez capítulos de la serie, las han llevado hacia un fatalismo amable más soportable que la catarsis permanente en la que antes vivían.
No es fácil mezclar el relato policial con la reflexión existencial, pero Red light lo logra a la perfección. Como cualquier producto de su (inusual) estilo, la serie corre el riesgo de no encontrar su público al no satisfacer ni a los devotos del thriller ni a los partidarios del humanismo audiovisual, pero tiene la suficiente fuerza en ambos campos, el drama humano y la intriga criminal, para ser seguida con interés por un espectador carente de prejuicios y dispuesto a degustar mezclas nuevas en su dieta televisiva.