Donde me llaman, voy
Desde que cayó en desgracia en los Estados Unidos tras su agitado divorcio de la mediocre actriz Amber Heard, Johnny Depp (Owensboro, Kentucky, 1963) se apunta a lo que le echen en Europa. Hace poco estuvo en Barcelona, donde se dedicó a llegar tarde a todas sus citas con la prensa y a pedir que lo llevaran a ver el Guernica, que no se encuentra en mi querida ciudad, como sabe todo el mundo menos él. Pronto volverá a España para recibir el premio Donostia que concede el festival de San Sebastián, aunque dicho galardón no ha sido del agrado de CIMA, asociación de mujeres cineastas españolas, me temo que por considerarle un machista de tomo y lomo al que, en teoría, se le fue la mano alguna vez cuando se estaba separando de la parienta (quien, por cierto, ha aprovechado para sangrarle de mala manera con el divorcio).
No pretendo disculpar la actitud (supuestamente) violenta del señor Depp, pero me gustaría introducir unos conceptos en esta coyuntura (como solía decir Woody Allen en Broadway Danny Rose): a Johnny le gusta pimplar y fumar canutos cosa mala, actividades recreativas que a veces provocan molestos cambios de carácter; Amber Heard es bisexual y, mientras estaba casada con Depp, no dejó de verles la gracia a las mujeres, cosa que a nuestro hombre le sacaba ligeramente de quicio; entre los devaneos sáficos de ella y las torrijas de él, parece que en casa volaban las cacerolas (o los teléfonos móviles) con cierta frecuencia, y también parece que, durante una de esas tanganas, Johnny le arrojó a Amber un objeto contundente que le hizo cierta pupa (aunque tampoco mucha). Aparte de ese incidente beodo, no hay más muestras de la supuesta violencia del señor Depp, pero en la era del Me Too no tardó mucho en convertirse en una especie de monstruo machista. De nada sirvieron las declaraciones en su defensa a cargo de su exmujer, Vanessa Paradis, o una de sus exnovias, Winona Ryder, quienes afirmaron que Johnny siempre se había portado con ellas como un señor. De un día para otro, el actor pasó a engrosar la lista de los monstruos de Hollywood, así que ahora anda más bien sin trabajo y con la mitad de su fortuna en manos de la señorita Heard, quien posteriormente creo que también consiguió pegarle un buen pellizco a Elon Musk. De ahí que lo tengamos por España cada dos por tres. O que le produzca un documental a su desastroso amigo Shane McGowan, el antiguo líder de los Pogues. O que se dedique a aceptar cualquier invitación que se le haga desde cualquier festival del mundo.
En algún momento de los años 90 mantuve una conversación de unos tres cuartos de hora con el señor Depp y me lo pasé muy bien (aunque también es verdad que acababa de entrevistar a Kurt Russell y Val Kilmer, dos de los actores más aburridos de todos los tiempos). Era un tipo simpático y con sentido del humor que pasaba de un tema a otro de una manera errática, pero entretenida. Evidentemente, no puedo decir que lo conozco como si lo hubiera parido, pero siempre he tenido la sensación de que hay algo que chirría en las acusaciones de su exmujer la pesetera y en la leyenda negra que le ha caído encima. Aunque no hay que descartar que yo también sea un machista de mierda, por mucho que me resista a creerlo.