Imagen de la nueva serie islandesa de Netflix 'Katla' / NETFLIX

Imagen de la nueva serie islandesa de Netflix 'Katla' / NETFLIX

Cine & Teatro

Las criaturas del volcán

La serie 'Katla' propone una mezcla de ciencia ficción, terror y drama que engancha y que mantiene la atención de los amantes del 'nordic noir'

26 junio, 2021 00:00

Extraña, inquietante y fascinante serie islandesa en Netflix. Se titula Katla, que es el nombre de un volcán, probablemente imaginario, situado en la localidad de Vik, que, si no es también imaginaria, como si lo fuese. La cosa ha salido del privilegiado caletre del único tipo que parece que se dedica al cine en Islandia (como los hermanos Kaurismaki son todo lo que sabemos del cine finlandés), Baltasar Kormakur (Reikiavik, 1966), un nórdico con una pinta de mediterráneo que tira de espaldas (su padre es el pintor español Baltasar Samper) y que ejerce de director, de guionista, de actor y de lo que haga falta, como si la industria cinematográfica de su pequeño país la sostuviera él solo sobre sus hombros.

Lo conocimos hace años con una comedia estupenda, 101 Reikiavik, protagonizada por Victoria Abril y en la que uno de sus personajes pronunciaba una frase sobre su ciudad que se me ha quedado grabada y que cada día encuentro más aplicable a mi Barcelona natal: “¡En Reikiavik solo viven los que ya nacieron aquí!”. Al señor Kormakur le debemos, entre otras cosas, una estupenda adaptación de la novela de Arnaldur Indridasson Las marismas (editada en España por RBA), algunos thrillers muy dignos y un par de incursiones no muy lucidas en Hollywood, donde, como suele suceder con los extranjeros, no han sabido sacarle mucho partido al pobre hombre.

Ahora, con Katla se ha sacado de la manga una intriga a medio camino entre la ciencia ficción, el terror y el drama doméstico de muchos bemoles: tras la erupción del volcán Katla, la localidad de Vik se ha convertido en una especie de basural en el que solo viven los que no han tenido posibles para trasladarse a Reikiavik. Un buen día, aparece una mujer desnuda, cubierta de cenizas negras e irreconocible, que dice ser Gunhild, una sueca que, veinte años atrás, trabajó de camarera en el hotel de la localidad, regentado por una hippy vieja y sentenciosa. Está exactamente igual que dos décadas atrás, pero no puede ser quien dice ser porque la auténtica Gunhild volvió a Suecia y tiene un hijo y cuando aparece por Vik se pega un susto de muerte.

A todo esto, prosiguen las reapariciones procedentes del volcán: Asa, que cayó en una grieta hace un año y cuyo cadáver fue identificado gracias al ADN; su hermana Gríma, protagonista de la historia, se topa un día consigo misma, cubierta de cenizas y negra como el carbón; el hijo del geólogo Darri, fallecido hace tres años, hace acto de presencia de la misma guisa; a la esposa impedida y cancerosa del jefe de policía, un meapilas insufrible, se le presenta en casa la mejor versión de sí misma; y así sucesivamente, hasta que la cosa deviene un embrollo entre el estupor, el miedo y la metafísica que es de lo más raro que se haya visto en una plataforma de streaming a lo largo de los últimos años.

 

Atrapados en la desolada Vik

Aunque el final de esta tanda de ocho episodios es lo suficientemente abierto como para permitir una segunda temporada (parece que el señor Kormakur la tiene ya en la cabeza), Netflix aún no ha dado luz verde a la continuación de esta extraña y absorbente historia en la que lo fantástico se mezcla con el factor humano de una forma tan ejemplar como insólita. Gracias a la falta de información que distingue a Netflix, entré en Katla a ciegas, básicamente porque suelen gustarme los productos del nordic noir, con sus personajes reconcentrados y sus entornos fríos, nevados, gélidos, bellísimos (sobre todo, cuando en las calles de Barcelona hace un bochorno sudoroso inaguantable), pero lo que me encontré fue una gratísima sorpresa que va mucho más allá de lo que suele dar de sí el subgénero.

De combustión lenta, intuyo que Katla pondrá en fuga a los devotos del dinamismo visual norteamericano, pero los que aprecien una mezcla imposible de La invasión de los ladrones de cuerpos (en cualquiera de sus cuatro versiones) y una película de Ingmar Bergman creo que le verán la gracia y acabarán tan atrapados en la desolada Vik como quien esto firma.