Luke Evans, en la interpretación del superintendente Steve Wilkins, en una imagen de la serie 'Los crímenes de Pembrokeshire' / MOVISTAR

Luke Evans, en la interpretación del superintendente Steve Wilkins, en una imagen de la serie 'Los crímenes de Pembrokeshire' / MOVISTAR

Cine & Teatro

Hay casos que nunca se cierran

Basada en unos hechos reales en Gales, la serie 'Los crímenes de Pembrokeshire' se centra en el trabajo de un "sabueso formidable"

20 febrero, 2021 00:00

En los años ochenta del pasado siglo tuvieron lugar en Gales unos crímenes y violaciones que no se resolvieron de manera satisfactoria. Aunque todo apuntaba a un sujeto despreciable llamado John Cooper, éste se salió de rositas. Relativamente, pues acabó en el trullo por delitos menos graves. Cuando empieza la miniserie británica Los crímenes de Pembrokeshire (tres episodios), el infame Cooper (Keith Allen) está a punto de obtener la libertad condicional. Es entonces cuando entra en escena el superintendente Steve Wilkins (Luke Evans), que vuelve a casa tras unos años en Londres y un divorcio no muy agradable que le obliga a trabajarse la relación con su hijo y su hija a pico y pala, cosa no siempre compatible con las obligaciones del trabajo policial.

Wilkins está convencido de que Cooper es el responsable de los crímenes horribles sucedidos hace más de veinte años (la serie transcurre en 2006) y, ante la inminente puesta en libertad del más que probable asesino y violador, reabre su caso confiando en que los avances científicos y tecnológicos --en especial, el ADN-- permitan arrojar luz sobre algo que no se pudo demostrar en su momento. En ese sentido, Los crímenes de Pembrokeshire es un police procedural en estado puro. Es decir, no importan tanto las sorpresas y los giros de guion como los pasos dados para llegar a una conclusión que está tan clara para el superintendente Wilkins como para los espectadores de esta miniserie de Movistar.

En otras palabras, estamos ante una variación del que podríamos llamar Sistema Colombo: en la serie protagonizada por el difunto Peter Falk, descubríamos la identidad del asesino en los primeros minutos de cada episodio, pero, aún y así, nos lo tragábamos entero porque nos entretenía enormemente ver cómo el teniente Colombo tejía su tela de araña en torno al culpable hasta que éste --porque no tenía más remedio que reconocer su crimen o porque prefería la cárcel a seguir aguantando las visitas del poli de la gabardina y el puro apestoso-- se veía incapaz de seguir mintiendo y extendía sumiso las muñecas para que se las esposaran.

Aunque el pulcro superintendente Wilkins no tiene nada que ver con el astroso teniente Colombo, su sistema es el mismo: morder y no soltar. A tal efecto, habla con todo el mundo --el hijo del sospechoso es una clara víctima de éste, al igual que su apagada esposa, que teme el regreso al hogar del asesino y con motivos de sobra, como comprobaremos en el tercer episodio--, revisa objetos que llevan años recogiendo polvo en un almacén caótico y, sobre todo, confía en esa nueva técnica, el ADN, para relacionar al asesino con sus víctimas. Cosa que acabará logrando a través de una prenda tan insólita como unos pantalones cortos de mujer que acabaron ciñendo la cintura del criminal.

Escrita por Nick Stevens --sobre el libro de Wilkins y Jonathan Hill, no olvidemos que estamos ante hechos reales-- y dirigida por Marc Evans, Los crímenes de Pembrokeshire no es una historia trepidante, pero sí sólida y bien planteada que puede verse de un tirón y hará las delicias de los devotos de los police procedurals en general y de los fans del teniente Colombo en particular. También es el retrato de un sabueso formidable, minucioso hasta la pesadez, al que solo mueve un inmenso afán de justicia. Luke Evans cumple con su corrección habitual, Keith Allen está espléndido en el papel del cínico y desagradable Cooper y brilla especialmente Oliver Ryan en el papel del hijo del monstruo, un pobre tipo que no ha encontrado su lugar en el mundo porque su repugnante progenitor le quitó las ganas de hacerlo desde la infancia, a base de palizas y un desprecio tan feroz como incomprensible: mientras Wilkins lo va arrinconando, a Cooper no se le ocurre nada mejor que intentar, recurriendo a mentiras y medias verdades, que el foco se desplace hacia su desafortunado retoño, quien acaba algo más cerca de la redención al final de la trama que al principio.

Correcta producción británica, Los crímenes de Pembrokeshire no pasará a la historia del género negro, pero constituye un eficaz entretenimiento centrado en las interioridades del trabajo policial, que, rehuyendo la espectacularidad y la pirotecnia, retrata de manera ejemplar.