Vincenzo Muccioli, en un cartel de la serie documental 'SanPa' / NETFLIX

Vincenzo Muccioli, en un cartel de la serie documental 'SanPa' / NETFLIX

Cine & Teatro

El gurú de 'Yonquilandia'

La miniserie documental 'SanPa' aborda la historia de Vincenzo Muccioli, que quiso salvar a drogodependientes con métodos polémicos

16 enero, 2021 00:00

Vincenzo Muccioli (1934-1995) se creyó Dios. Vio su país trufado de drogadictos y se propuso salvarlos a todos. A su manera, que incluía ciertos excesos que le acabaron costando caros. Ante la inoperancia del estado, el señor Muccioli --un grandullón con bigote y pinta de secundario de las comedias de Dino Risi de los años 60-- creó la comunidad de San Patrignano, cerca de Rímini, a finales de los 70, cuando Italia empezaba a llenarse de zombis que habían caído en manos de la heroína. Durante una época, fue el hombre más famoso y popular de su país: salía constantemente por televisión, se le acercaban los políticos a ver qué pillaban, le llovía el dinero de los benefactores sociales y, aparentemente, todo el mundo lo amaba. Como en España no nos enteramos de nada en su momento --o yo, por lo menos, nada supe de San Patrignano--, la miniserie documental SanPa, cuyos cinco capítulos están recién colgados en Netflix, viene a llenar una laguna para los interesados en fenómenos sociales de gran calibre.

Aunque era un histrión y un bocazas, Muccioli no empezó con un plan diseñado para lucrarse a costa de los drogodependientes. Viendo la serie, da la impresión de que una mezcla de aburrimiento y ansias de trascendencia le condujeron a convertirse en una especie de gurú para yonquis. Los consideraba como a unos hijos descarriados a los que él, personalmente, pensaba meter en vereda. A bofetadas, si era necesario. Cuanto más crecía San Patrignano, más lo hacía también el ego del bueno de Vincenzo, quien se responsabilizaba personalmente de cada pobre infeliz que acababa en su complejo residencial con vacas, gallinas, perros y caballos. Hasta llegó a construir un hospital con quinientas camas. Eso sí, el que se intentaba escapar podía acabar encadenado en un zulo, pasando el mono a palo seco, hasta que se le quitaban las ganas de volver a darse el piro. Muccioli reconocía que sus métodos eran discutibles, pero sus resultados no. Quien bien te quiere te hará llorar, reza el refrán que nuestro hombre aplicaba al pie de la letra.

Las cosas se le empezaron a complicar cuando algún fugitivo lo denunció a la policía. Muccioli fue llevado a juicio, lo perdió y le cayó un año y medio de trullo, que no cumplió porque apeló y acabó saliéndose de rositas. Cuando hubo un crimen en la carnicería de San Patrignano --el encargado era un animal de bellota, perro fiel de Muccioli, que no estaba del todo en sus cabales-- y el cadáver apareció en Nápoles tras una operación de transporte controlada por el bondadoso gurú, la cosa se torció definitivamente: don Vincenzo cayó en desgracia y la diñó, asqueado, a mediados de los noventa, convencido de que Italia había cometido con él una injusticia flagrante.

La presencia ominosa y torrencial de Muccioli domina los cinco episodios de SanPa, pero también podemos ver y oír a muchos de sus falsos hijos, al chófer que le acabó buscando la ruina al grabarle comentarios que más le valdría haberse ahorrado y que lo incriminaban en el asesinato de la carnicería, al juez que no se lo quitó de encima en veinte años, al periodista y sicofante Red Ronnie --que es de verlo para creerlo-- y hasta al gran Indro Montanelli, que veía ciertas similitudes, en absoluto censurables, entre Muccioli y Mussolini. Como espectador, te quedas con la impresión de que el gurú de Yonquilandia no era exactamente un mal tipo, pero sí un líder mesiánico que encontró en las víctimas de la heroína el material humano con el que construir su propio imperio social y mediático. Creada y producida por Gianluca Neri y dirigida por Cosima Spender, la docuserie SanPa es un excelente resumen de una historia que pasó desapercibida en España en su momento, aunque también tuvimos entonces yonquis a cascoporro. Lo que no tuvimos fue a un Vincenzo Muccioli, cosa que no se muy bien si considerar una desgracia o un alivio.