La hermosa mentira del cine
Núria Giménez Lorang debuta con ‘My Mexican Bretzel’, una película elaborada con imágenes documentales de archivo que cuenta la vida de la enigmática Vivian Barrett
5 enero, 2021 00:00“El deseo no es algo que se pueda desperdiciar”, escribe Vivian Barret en su diario, cuyas páginas, refugio de anhelos íntimos e intensos secretos, protagonizan My Mexican Bretzel, una película firmada por Núria Giménez Lorang. ¿Quién es Vivian Barrett? Una mujer de la alta burguesía suiza de los años 50, casada con un aviador reconvertido en empresario de la industria farmacéutica tras un accidente. Y, a todas luces, un gran personaje cinematográfico. Su fascinante vida interior ha seducido a miles de espectadores en diferentes festivales cinematográficos y ahora culmina su viaje en las salas de cine como una hermosa mentira creada por el cine mediante imágenes.
My Mexican Bretzel es un bellísimo ejercicio sobre la capacidad fabuladora del cine que plantea una pregunta: ¿Cuántas mentiras puede ocultar una imagen? Enumeremos la primera: la trama de este melodrama, con ecos de maestros como Max Ophüls y Douglas Sirk, nos explica los vaivenes sentimentales de Barrett a partir de horas y horas de las cintas domésticas de los abuelos de la directora. “Descubrir esas películas fue como encontrar un tesoro. La emoción de saber que ese material estaba en buen estado y conocer lo que contenía era tan poderosa que ni siquiera pensaba entonces en el potencial que tenía”, explica la cineasta.
Es importante no desvelar demasiadas cosas sobre la trama de My Mexican Bretzel, una historia bigger than life. Sí estamos en condiciones de afirmar que se nos presenta como un artefacto cinematográfico inclasificable, con el alcance de los grandes melodramas hollywoodienses y la cercanía del celuloide amateur. Se trata, básicamente, del retrato de una mujer cuya voz, legible en la película mediante subtítulos que muestran las frases de su diario, encarna las voces de una generación condenada a no abrir demasiado la boca: “Ella tiene voz, pero no se la oye. Creo que es una cuestión muy representativa de las mujeres en los años 50”.
“Desde el primer momento, cuando decidí que la película tomaría la forma de un diario y ya tenía a Vivian como protagonista supe que no quería una voz en off”, cuenta Giménez Lorang sobre la puesta en escena. “De todas formas, porque no me gusta descartar sin probar, también conservo una copia de la película con voz over. Así confirmé que, efectivamente, no funcionaba, porque con la voz en off sentía que estaba dando demasiada información sobre Vivian y quería que cada espectador decidiera cuál es la voz de la protagonista: tú decides desde qué lugar habla y cómo habla”. Hay más motivos detrás de la decisión de que My Mexican Bretzel sea una película leída: “El silencio entre el diario y la persona que lo escribe. Un diario nunca se lee en voz alta, porque tendría algo de sacrílego. No tener voz en off me permitía un tratamiento sonoro específico, como si fuera una voz para expresar emociones.”
¿Cuánto trabajo hay detrás de las emociones de Vivian Barrett? Cincuenta bobinas, treinta horas de metraje y siete años de trabajo desde que el proyecto empezó a tener un horizonte. “Mientras tanto, he trabajado como autónoma en lo que fuera: he ejercido de periodista, traductora o correctora de textos en proyectos de todo tipo, ninguno en el ámbito cinematográfico”. El camino para moldear las emociones cautivas de Barrett ha sido “muy intuitivo y visceral”, confiesa su autora. “No sabía muy bien lo que estaba buscando hasta que lo encontré. No tenía ningún planteamiento previo. En ningún caso había pensado en hacer un melodrama. Está claro que todo lo que he visto y leído ha influido en la película, pero nunca de un modo predeterminado. Me encanta el cine alemán expresionista, los documentales de Wang Bing y las grandes películas de David Lean, como Breve encuentro, pero no me he estudiado su filmografía para My Mexican Bretzel.
Con estas coordenadas –experimentación, juego y espontaneidad–, la película es el resultado de la libertad creativa de su directora, que sólo se impuso la limitación de usar el material documental de su familia. El film de Giménez Lorang es un ejemplo paradigmático de cómo un festival online puede ser un inmejorable aliado para difundir el cine de autor más arriesgado. Tras proyectarse en el circuito convencional de festivales, entre ellos Documenta Madrid 2019, el Festival de Gijón y el Festival de Roterdam, donde consiguió sendos premios, la película se convirtió en la sensación del D’A Film Festival, que se celebró online en la plataforma Filmin justo en los meses de confinamiento. Un boca-oreja virtual aupó la película hasta el punto de lograr el premio del público.
“Ese éxito no lo he acabado de asimilar. Soy una defensora a ultranza de las salas de cine, pero estoy muy agradecida de que el D’A se pudiera celebrar en Filmin y no se cancelase. A mí, personalmente. la situación me ha ayudado mucho y no creo que los dos sistemas (de distribución) sean incompatibles, aunque tenía miedo de que el trabajo estético de la película se perdiera al verse en una pantalla de ordenador”.
La resignación se transformó en epifanía. “Una sala de cine es un lugar sagrado, donde, como me gusta decir, nunca pasa nada malo. En casa no es lo mismo, por mucho que las condiciones sean estupendas. Sin embargo, cuando varios espectadores me comentaron la conexión que sentían con la intimidad de Vivian desde la propia intimidad de su casa, en pleno confinamiento, me pareció que tenía sentido. Al final, parece que que funcionó la decisión de entrar en el interior de la vida de Vivian desde el sofá de casa”.¿Qué es lo que más intriga a los espectadores de My Mexican Bretzel? Entre otras cosas, la incredulidad de la gente cuando descubre que la película es mentira. Son tan reales las emociones que provoca la película que al público le choca mucho. “Tengo muchísimas anécdotas al respecto” –explica la directora–. “Un señor me dijo que buscó las matrículas de los coches que aparecen en el filme y que el propietario que localizó se llamaba también León. Para él estaba muy claro que la historia es cierta. Me impactó tanto su opinión que no le respondí. No quise rebatirle su ilusión”.