La enfermera del infierno
Las actrices secundarias salvan la serie 'Ratched', las andanzas de una enfermera tras entrar en el manicomio donde reside su falso y querido hermano
26 septiembre, 2020 00:00Aunque los créditos de la nueva serie de Netflix Ratched nos informan de que el creador de la misma es un tal Evan Romansky (un debutante sin apenas obra previa) y de que el nombre de Ryan Murphy va precedido de la atribución developed by (desarrollada por), el producto no puede ser más representativo del poco convincente camino que éste emprendió con su anterior invento, Hollywood, deficiente distopía retro al servicio de su muy vehemente agenda homosexual. Dado al exceso y al grand guignol, Murphy es un hombre al que le debemos series tan divertidas, perversas y delirantes como Nip/Tuck --metáfora de la sociedad contemporánea a través del sector de la cirugía plástica--, American Horror Story --unas temporadas son mejores que otras, pero las buenas son muy buenas-- o Feud --sobre los dimes y diretes de Bette Davis y Joan Crawford durante el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? Nos parecía un tipo incapaz de tomarse nada completamente en serio, incluyéndose a sí mismo, y su tendencia a lo truculento, teñida de un sentido del humor adorablemente siniestro, nos resultaba a muchos de lo más estimulante, motivo por el cual Netflix lo contrató por una millonada.
Hollywood fue el primer resbalón de una deriva que sigue su curso con la, de todos modos, entretenida Ratched, donde prosigue su mezcla imposible de exceso (conceptual y visual) por un lado y cursilería gay (disfrazada de justa reivindicación de una minoría tradicionalmente oprimida) por otro. Puede que la protagonista, la enfermera Mildred Ratched --personaje innecesariamente sacado de la novela de Ken Kesey Alguien voló sobre el nido del cuco, llevada al cine por Milos Forman y protagonizada por Jack Nicholson (la sádica enfermera del infierno era Louise Fletcher)-- nos parezca una loca peligrosa que se ha colado en un manicomio con aviesas intenciones, pero el señor Murphy ya se encarga de informarnos de que, en el fondo, es una pobre chica lesbiana maltratada por una sociedad hostil que solo necesita un poco de amor para redimirse (lo encuentra, aunque por poco tiempo, en la jefa de prensa del gobernador de California, un sujeto machista, obeso y despreciable trazado, como el resto de los personajes, con brocha gorda).
Ambientada en 1947 --visualmente, los ocho capítulos son un primor, con unos colorines estrepitosos que convierten a Douglas Sirk en Dreyer y un vestuario y un diseño de producción sensacionales: ¡no hay como tener dinero!--, Ratched narra las siniestras andanzas de la enfermera Mildred Ratched (Sarah Paulson, una habitual de las cosas de Murphy) tras incrustarse en el manicomio donde reside su falso y querido hermano (otro huerfanito destruido por el sistema al que conoció de pequeña, cuando ambos pasaban de familia de adopción repugnante a familia de adopción directamente criminal) tras haberse cargado a cuatro curas católicos (uno de ellos, su propio padre). Mildred solo tiene una idea en la cabeza: sacar de allí a su hermanito del alma y huir juntos a algún lugar en el que puedan ser felices por siempre jamás.
La premisa no está nada mal y es muy Ryan Murphy. Los problemas llegan cuando el hombre pretende combinar una de sus habituales historias tremebundas e inverosímiles, pero habitualmente divertidas, con la reivindicación didáctica de su colectivo, que, para colmo, se pone en práctica con una solemnidad y una cursilería que se dan de patadas con el tono general de la trama. Para entendernos: no se puede ser Roger Corman y Todd Haynes al mismo tiempo.
Si la cosa, más o menos, se salva es gracias a las actrices secundarias --las principales, Sarah Paulson y Cynthia Nixon, son de una frialdad que tira de espaldas--, que están espléndidas: Judy Davis, Rosanna Arquette, Sharon Stone y, sobre todo, una sensacional Amanda Plummer en otro de esos papeles de loca de atar en los que se especializó desde el inicio de su irregular carrera (así le ha ido). Aunque la serie va perdiendo fuelle a partir del capítulo cinco, llegas al final gracias a sus segmentos más delirantes, al desquiciado tratamiento cromático, al magnífico diseño de producción y a los numeritos constantes de las grandes secundarias recién citadas. Sin el sermón sáfico, el producto habría salido ganando, pero al señor Murphy le ha dado por pensar que se puede mezclar un freak show con una conferencia de Judith Butler y salirse de rositas. Está por ver si la audiencia le da la razón o se la quita.