Una ucronía sobre la América fascista
Una novela de Philip Roth y una serie de HBO, escrita por Edu Burns y David Simon, fabulan con la hipótesis de un Estados Unidos en manos del fascismo
14 agosto, 2020 00:00Pocos días después de empezar el largo confinamiento tuvimos la suerte de que HBO empezase a emitir semanalmente una de las grandes series de televisión del año. Se trata de la adaptación en seis capítulos de la famosa novela de Philip Roth, La conjura contra América. Publicada en 2004, plantea la ucronía de la derrota del presidente demócrata Franklin D. Roosevelt en 1940 a manos del héroe de la aviación norteamericana Charles A. Lindberg, candidato del Partido Republicano. La novela está narrada desde el punto de vista del hijo más pequeño de una familia judía, los Levin, que viven en Newark (Nueva Jersey), ciudad natal de Roth y escenario de otras novelas suyas como Némesis, con la que puso final a su dilatada trayectoria literaria y cuya lectura en estos tiempos pandémicos es también muy oportuna, pues tiene como tema el grave brote de polio que azotó la costa Este de los Estados Unidos en 1944.
La ucronia de la América fascista se sostiene sobre la figura de Lindberg que en 1927 cruzó el atlántico en un vuelo sin escalas a bordo del aeroplano Sprit of Saint Louis, convirtiéndose en una figura muy popular tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo. Tras el secuestro y asesinato de su hijo en 1932, un hecho que tuvo en vilo a la sociedad estadounidense, se marchó con su esposa a Europa donde asistió en 1936 a los Juegos Olímpicos de Berlín, invitado por el régimen nazi, donde no solo saludó a Hitler, a quien dedicó palabras elogiosas en algunas entrevistas periodísticas, sino que recibió una distinción de manos del gerifalte German Göring dos años más tarde.
Regresó en 1939 a los Estados Unidos mostrando algunas ideas filonazis, convertido en un ferviente defensor de la no intervención en la guerra europea y, en algún discurso llegó incluso a culpar a los judíos de querer involucrar al país en el conflicto bélico. Lindberg se convirtió en uno de los portavoces del movimiento aislacionista American First y llegó a especularse sobre su candidatura presidencial, aunque finalmente no se postuló. Sin embargo, esa hipótesis sirve a Roth para dar verosimilitud y fuerza a su historia alternativa y mostrarnos qué rápidamente puede incubarse el huevo de la serpiente fascista en una sociedad que, como la norteamericana, hasta entonces había dado pocas señales de ello.
La conjura contra América tiene mucho de autobiográfico. En realidad funciona como unas falsas memorias de un adulto Philip Roth, como lo demuestra que en la novela los protagonistas son los Roth, aunque en la serie de HBO se apellidan Levin, y el más pequeño de la familia se llama Philip (tanto en la novela como en la serie), trasunto del autor, cuya voz narra cómo la aparición de Lindberg fue poco a poco derrumbando su feliz vida familiar en el modesto barrio de Newark donde vivían.
El drama se desarrolla a través de unos personajes centrales que son su padre Herman, un honrado corredor de seguros, muy politizado y el único que anticipa la gravedad de lo que supone la victoria de Lindberg, aunque demasiado confiado en la fortaleza de la democracia americana; su madre Bess, una sencilla y abnegada ama de casa, muy fuerte e intuitiva; su hermano mayor Sandy, artista y fan del famoso aviador; su tía Evelyn, mujer pretenciosa y novia del rabino Lionel Bengelsdorf (interpretado por el gran John Turturro), personaje que juega un papel fascinante en la trama como contrapunto a Herman, pues ayuda a Lindeberg tanto en su campaña electoral como en la presidencia impulsado por una mezcla de oportunismo político y buenas intenciones hasta quedar atrapado en todas las contradicciones. La conjura contra América es también un homenaje a la generación de sus padres, prototipo de los judíos humildes para los que su patria era ya los Estados Unidos de América.
“El trabajo, más que la religión, era lo que, a mi modo de ver, identificaba y distinguía a nuestros vecinos. En el vecindario nadie llevaba barba ni vestía al anticuado estilo del Viejo Mundo, y nadie usaba kipá ni en la calle ni en las casas […]. Los adultos ya no realizaban las prácticas externas, reconocibles de la religión, si es que la practicaban en serio de alguna manera, y, aparte de los tenderos más viejos, como el sastre o el carnicero kosher casi nadie en el barrio hablaba con acento. […] Israel aún no existía, seis millones de judíos aún no habían dejado de existir, y la relación que tenía con nosotros la lejana Palestina era un misterio para mí. Cuando un forastero que llevaba barba y a quien jamás había visto sin sombrero se presentaba cada pocos meses para pedir en un inglés chapurreado una contribución destinada al establecimiento de una patria nacional judía en Palestina, yo, que no era un niño ignorante, no acababa de entender qué estaba haciendo aquel hombre en nuestro rellano. Mis padres nos daban, a mi o a Sandy, un par de monedas para depositarlas en su alcancía, y yo siempre pensaba que ese acto generoso obedecía menos a la amabilidad que al deseo de no herir los sentimientos de un pobre viejo que, año tras año, parecía incapaz de meterse en la cabeza el hecho de que, desde hacía tres generaciones, ya teníamos una patria”.
La adaptación de HBO, dirigida por Edu Burns y David Simon, dos de los creadores televisivos más respetados del mundo con trabajos como The Wire, considerada por algunos como la mejor serie de la historia, es brillante. La ambientación de época es impecable y la dosificación del drama es también magistral, con un ritmo in crescendo que alcanza la angustia y la desesperación en los dos últimos capítulos. Los diálogos son fieles a la novela de Roth, aunque hay algunos cambios menores y un final algo ambiguo que deja al espectador ante la duda de si los productores están pensando en una segunda temporada. Mi experiencia fue empezar por la serie, que se me hizo corta, para inmediatamente zambullirme en la novela de Roth y saborear todos sus matices narrativos gracias a la fuerza de unas interpretaciones que me acompañaron durante toda la lectura. De forma particular destacan las actrices Zoe Kazan, que representa el papel de Bess, la sufrida madre que sabe hacer frente con mucha serenidad a todas las calamidades, y Winona Ryder, que interpreta a tía Evelyn, la solterona y arribista hermana mayor, con un duelo final entre ambas en el que la miniserie alcanza su clímax.
Evidentemente, cuando Roth escribió la novela en 2004 no podía tener en mente a Donald Trump, aunque sí lo sucedido tras la guerra de Irak con la Patriotic Act que recortó derechos y libertades. Años después se dio cuenta que había plasmado una alegoría de acontecimientos que todavía no habían ocurrido, y que el acceso a la Casa Blanca del magnate populista en 2016, dos años antes de la muerte de Roth, abría por desgracia un gran interrogante para el porvenir de la democracia en Estados Unidos. Los autores de la serie han sido perfectamente conscientes de los paralelismos entre la historia narrada por Philip Levin/Roth con el carácter autoritario de la presidencia Trump, su aislacionismo y las discriminaciones que sufren los negros, los musulmanes y los inmigrantes que sustituyen a los judíos como colectivos estigmatizados y chivos expiatorios del populismo.