La zona muerta
Absorbente y opresiva, 'Zone blanche' corre riesgos con su mezcla de géneros y no siempre sale bien parada de ellos, pero el resultado es una ficción original que te mantiene en vilo
25 abril, 2020 00:00Curiosa (y atrevida) propuesta franco-belga en Netflix: Zone blanche es un polar con elementos fantásticos y terroríficos (especialmente potenciados en la segunda temporada, cuando se registra un cierto desmadre en lo paranormal) que se desarrolla en un pueblo imaginario del norte de Francia, Villefranche, lugar frío, desapacible, inhóspito y un pelín siniestro cuya tasa de mortalidad criminal (o simplemente inexplicable) supera con creces la media del país. Un bosque ominoso (que se lleva lo que quiere, según los más supersticiosos de la localidad) marca la vida cotidiana de los habitantes de esa zona blanca, así llamada por la falta de cobertura para la telefonía móvil, que deja a los lugareños prácticamente aislados con inusitada frecuencia.
La historia empieza con la desaparición de Marion, la hija del alcalde, Bertrand Steiner, cuyo padre es un turbio cacique local del que se sospechan todo tipo de actividades discutibles, cuando no directamente criminales. La fuerza policial de Villefranche se reduce a tres gendarmes (más una becaria despistada que acabará teniendo un papel mucho más relevante de lo que parece al principio): la sargento Laurenne Weiss (Suliane Brahim) solo dispone, a efectos prácticos, de los agentes Martial Ferrandis, alias Nounours (Osezno), un grandullón gay que debe llevar lo suyo con un bombero con discreción porque no vive precisamente en el barrio neoyorquino de Chelsea (Hubert Delattre), y Louis Hermann (Renaud Rutten), un pantuflista fornido con cara de estar esperando pacientemente la jubilación entre chupitos de licor y la construcción de maquetas de viejos veleros.
Venganza telúrica
Laurenne está familiarizada con las desapariciones, pues ella misma fue secuestrada años atrás en un incidente del que solo recuerda que amaneció en el fondo del bosque encadenada a una roca y que consiguió huir sacrificando dos dedos de la mano izquierda para liberarse del grillete. Laurenne mantiene una relación clandestina con el alcalde, su novio de juventud, y teme que Marion haya seguido el mismo destino que ella con veinte años de diferencia. Hay quien asegura que por el bosque deambula un dios celta con cuernos en la cabeza.
Creada por Mathieu Missoffe, Zone blanche alterna un caso concreto por episodio con un hilo que recorre todos los capítulos y que se centra en la extraña desaparición de la sargento Weiss y en los elementos de supuesta venganza telúrica de un dios celta (el cornúpeta recién citado) que se erige en defensor de la tierra, con la ayuda de un grupo de eco terroristas, Los Hijos de Arduina, empeñados en amargarle la vista al turbio Gerald Steiner, al que acusan de una infinidad de delitos ecológicos.
Si en la primera temporada impera la trama policial, con esporádicas incursiones en lo fantástico, en la segunda se imponen los elementos más terroríficos, llegando a un final que abre la puerta a una tercera temporada de la que, por el momento, no se sabe nada, aunque la primera entrega tuvo más audiencia en Francia y Bélgica que la segunda, mucho más pasada de vueltas que la anterior en lo relativo a dioses crueles, bestias del averno y crueldades de la naturaleza en (¿legítima?) defensa frente a los depredadores humanos movidos por el amor al dinero.
Extravagante presencia
Estamos ante una extraña mezcla de géneros que funciona a la perfección en la primera temporada y no tanto en la segunda, que fue perdiendo audiencia en sus países de origen a medida que iba avanzando. Rodada en la región francesa de los Vosgos, Zone blanche huye del realismo costumbrista para presentar a la major Weiss como al sheriff de un pueblo norteamericano, y hasta el bar de la localidad, el extraño Club Eldorado, recuerda más a la taberna de Twin Peaks que al típico bistrot de la Francia profunda. Absorbente y opresiva, Zone blanche corre riesgos con su mezcla de géneros y no siempre sale bien parada de ellos, pero el resultado es una ficción original que te mantiene en vilo mientras te lleva a empatizar con sus peculiares protagonistas.
A destacar la extravagante presencia de Laurent Capelluto -una mezcla, física y psíquicamente hablando, del teniente Colombo, Monk y Mr. Bean- en el papel de Franck Siriani, fiscal caído en desgracia en la ciudad y castigado con un exilio en la misteriosa, siniestra, peligrosa y atávica población de Villefranche.