El asesino de gatitos
'A los gatos, ni tocarlos' es un excelente documental sobre la escalada criminal de una mente perturbada
4 enero, 2020 00:00Se empieza matando gatos --concretamente, asfixiándolos en una bolsa de plástico mientras le sacas el aire a esta con un aspirador-- y se acaba asesinando a un ser humano. Eso es lo que le ocurrió al joven canadiense Luka Mignotta, un tarado narcisista de nivel cinco, obsesionado por ser rico y famoso y sin ningún talento especial, más allá de su peculiar manera de aspirar a la celebridad: colgar en internet las imágenes del asesinato de los mininos en 2010 y esperar a ver qué pasaba, a ver si la sociedad se decidía a tomárselo en serio de una vez tras unos conatos no muy exitosos de intentar ganarse la vida como actor y modelo.
Lo único que logró fue que dos internautas, Deanna Thompson y John Green, se obcecaran con él y su crueldad y se lanzaran a intentar cazarlo por su cuenta, ya que la policía, cuando recurrieron a ella, se los quitó de encima de forma muy desconsiderada. La caza del perturbado señor Mignotta se desarrolla a lo largo de tres capítulos en la serie documental de Netflix A los gatos, ni tocarlos (Don´t fuck with cats: Hunting an internet killer), dirigida por Mark Lewis, que nos muestra los entresijos de la mente de un chiflado peligroso que, de no ser por Thompson y Green --que tampoco parecen precisamente un ejemplo de estabilidad mental--, y quienes intuyeron, con razón, que alguien que empieza matando gatitos es muy capaz de convertirse en un asesino en serie de seres humanos, podría haber cometido bastantes maldades. La policía no tuvo más remedio que involucrarse en el asunto ante la aparición del primer cadáver, pero fueron los dos peculiares sabuesos de la red quienes insistieron en que el criminal era el tipo de los gatitos asfixiados.
Este documental no nos ahorra nada en lo relativo a las tinieblas de la mente humana, que han encontrado en internet un estimulante campo de juegos. A Mignotta no le bastaba, como a los dementes más o menos funcionales que le precedieron, con matar gatos sin más. Necesitaba que todo el mundo se enterase de sus hazañas, de que todo el mundo le viera --más o menos, pues llevaba puesta una sudadera con capucha en el video que colgó-- y de que todo el mundo se interesase por él. Se tuvo que conformar con dos personajes solitarios y un tanto extraños, acostumbrados a recorrer más los recovecos de la red que las calles de su propia ciudad norteamericana. Mignotta les dio a esos dos seres aislados --Thompson acababa de romper con su novio, Green tiene cara de no saber en qué consiste una relación sentimental-- una causa a la que aferrarse, y fueron ellos los que le buscaron la ruina y consiguieron que se hiciera justicia.
A los gatos, ni tocarlos es un excelente documental sobre la escalada criminal de una mente perturbada, pero también una oportuna reflexión sobre esa red de redes que nos iba a permitir acceder a todo el saber del mundo, pero también convertirse en un refugio para lo más oscuro del alma humana. Hay mucha oscuridad en Mignotta --un narcisista empeñado en ser alguien de la manera más absurda y desquiciada posible--, pero también la hay en Thompson y Green, para los que parece haberse inventado la expresión despectiva Get a life (Consíguete una vida). Aquí ni perseguidores ni perseguido son lo que suele definirse como personas normales, lo cual añade un nuevo elemento de interés a esta historia siniestra, pero muy reveladora, sobre las diferentes maneras de perder la chaveta y llamar la atención de un buen documentalista.