Las cloacas del poder
'Deep State' tiene un tono muy similar al de la primera y excelente temporada de 'Homeland'
15 septiembre, 2018 00:00Hay muchas series que pasan injustamente inadvertidas, y Deep State es una de ellas. Creada por Simon Maxwell y Matthew Parkhill, que escriben y dirigen los ocho episodios de la serie, Deep State es una eficaz, oportuna y entretenida reflexión sobre lo que ha dado en llamarse las cloacas del poder, así como la injerencia de ciertas empresas en asuntos que afectan a la seguridad nacional con fines exclusivamente lucrativos, contando con colaboradores a sueldo en agencias como la norteamericana CIA o la británica MI6.
El protagonista de Deep State es un agente inglés que se dio de baja del curro porque ya no podía más de eliminar a gente teóricamente peligrosa para la patria y que ahora vive en el sur de Francia con su mujer y sus dos hijas pequeñas. Un mal día, nuestro hombre recibe una llamada de su antiguo jefe en la que le conmina a encargarse de un último trabajo. Si no lo hace, su feliz familia francesa acabará pagando las consecuencias. A su mujer no le ha contado nada de su vida anterior y no sabemos muy bien cómo se gana la vida en Francia --una breve secuencia en la que se le ve limando las asperezas de una mesa de madera permite intuir que trabaja como ebanista, pero solo intuir--, pero también le ocultó que dejó en Inglaterra a su primera mujer y al hijo de ambos, que ahora, siguiendo sus pasos, trabaja también para el servicio secreto británico.
De la noche a la mañana, nuestro hombre se halla de nuevo inmerso en el trabajo que tanto asco le daba, pero no puede hacer otra cosa si aspira a la seguridad de su familia. Desplazado a Beirut, establecerá contacto con la célula local del MI6, en la que figuran su hijo y la novia de éste, para eliminar al jefe de la misma, que según sus mandos es un traidor, aunque ni él ni nadie de la célula se lo traga. Empieza así una peripecia situada en el inframundo del espionaje internacional en la que los principales involucrados tienen la impresión, como diría el comisario Maigret, de que “algo chirría”, de que los intereses de la agencia británica, perrito faldero de la CIA, no son los que aparenta.
Deep State tiene un tono muy similar al de la primera y excelente temporada de Homeland, que habría podido ser una estupenda miniserie en vez del fárrago inaguantable en que se convirtió a partir de la segunda temporada. Y su final, aparentemente feliz, prioriza la seguridad personal sobre el deseo de hacer justicia, algo prácticamente imposible en los tiempos que corren y con el personal al que se enfrentan nuestros héroes.
Destaquemos la siempre estimulante presencia de Mark Strong en el papel protagonista, un tipo que nunca defrauda y cuya impasibilidad habitual no debe confundirse con la falta de recursos (¿me oyes, Ryan Gosling?). Lástima que su mejor interpretación esté inédita en España, la del gánster gay de principios de los 60 al que daba vida en la miniserie de la BBC The long firm, basada en la novela homónima de Jake Arnott que aquí se publicó como Crímenes a largo plazo. La serie es tan buena que, pese a no haberse emitido nunca en España, no descarto la posibilidad de darles la vara al respecto uno de estos días. Y sobre Deep State, un último detalle: en la secuencia de créditos suena la versión más rara que uno haya oído en su vida de la canción de los Talking Heads Once in a lifetime.