Si viviéramos en un país normal
Con motivo del Festival de Cine de Sitges, Laura Fernández homenajea al séptimo arte en su vertiente más fantástica y terrorífica
5 octubre, 2017 00:00Si viviéramos en un país normal, y amáramos el cine por encima de todas las cosas, el cine con sentido del humor y etiquetas de todo tipo, el cine que se ríe de sí mismo y que a veces no se ríe; si amáramos a Drácula, el de Francis Ford Coppola pero también el de Tod Browning y hasta el de John Badham; si amáramos a Susan Sarandon, cuando hacía de chica ingenua (Oh, Janet Weiss) en The Rocky Horror Picture Show (puro delicatessen trash), y cuando hacía de amante de Catherine Denueve en la vampírica El ansia; si amáramos a Guillermo del Toro y su Laberinto del Fauno, claro, pero también La forma del agua (y su León de Oro en Venecia); si amáramos a Jaume Balagueró, no ya por su [REC] ni por Mientras duermes, ni por Frágiles, ni siquiera por Los sin nombre, sino por lo que está por venir (Musa); si amáramos el cine existencialmente desestabilizante y dolorosamente weird de Yorgos Lanthimos (el genio de Canino y The Lobster), y a Nicole Kidman y a Colin Farrell, los protagonistas de su última bomba con aspecto de tragedia (bizarra) y, claro, griega (El sacrificio de un ciervo sagrado); si amáramos a Robert Englund porque suyas, de su Freddy Krueger, siguen siendo (todas) nuestras pesadillas; si amáramos al Edgar Allan Poe que dibujaron Dario Argento y George A. Romero (oh, sí amáramos Los ojos del diablo); si amáramos a William Friedkin y a Linda Blair, la protagonista de El Exorcista (cosa complicada); si amáramos a Winona Ryder y a los hermanos Duffer, artífices de la serie que mejor ha entendido la literatura de Stephen King (y el cine de los ochenta), ese prodigio llamado Stranger Things; si amáramos, en definitiva, aquello que puede (y lo hará) hacernos felices, butaca y sala de por medio, oh, sí amáramos todo eso, esta semana no hablaríamos de otra cosa que del 50 aniversario del Festival de Cine Fantástico de Sitges.
Pero no vamos a hacerlo porque no vivimos en un país normal. Y no es justo porque, un año más, y ya va medio siglo, llega, oh, él, todo pesadillas y alucinaciones, para tendernos la mano y alejarnos, durante unos días, del horror real, aquel cuyos monstruos no pueden dejar de serlo porque jamás, como diría el siempre sabio Stephen King, encontrarán la cremallera que les libere del disfraz.