'Homenot' Mark Rothko / FARRUQO

'Homenot' Mark Rothko / FARRUQO

Artes

Rothko y el oro de Manhattan

El pintor lituano, referencia del expresionismo abstracto y un artista que expulsó a la naturaleza del arte pictórico, es el más cotizado del mercado internacional

9 diciembre, 2021 00:00

Donde la civilización odia el vacío, la vanguardia celebra el espacio sin contornos. Es el secreto de Mark Rothko, el maestro de origen lituano, arrebatado por el éxtasis místico, exponente del fin de la textura y la materialidad, que alcanzó su cénit en la etapa del expresionismo abstracto americano. Rothko aterrizó en Nueva York en 1925 y en las dos décadas siguientes su obra se puso a la cola de pintores próximos al surrealismo como Adolph Gottlieb. Al terminar los cuarenta se decantó por los grandes formatos y en 1970 se cortó las venas antes de que su obra tocara el cielo junto a las de Jackson Pollok, De Kooning o Lee Krasner

Mark Rothko rompe precios estos días en la Milla de Oro de Manhattan, con las casas de subasta como Sotheby’s y Christie’s llenas a rebosar de millennials –no todos se llaman Mark Zuckerberg, Joe Gebbia, Brian Chesky, Lukas Walton o Zhang Yiming–, la mayor parte de ellos, mediopensionistas del dinero y procaces en el arte de la captura. Allí se mueven decenas de obras y de ofertantes casi siempre protegidos por la opacidad de sus representantes y en medio del esplendor se descubre el lado infértil de fortunas en descomposición como la de Ed Cox, con una colección de arte que en su día fue valorada en más de 300 millones de dólares.

El pintor Mark Rothko

El pintor Mark Rothko

En el juego también participa Bonhams, la tercera casa de subastas en discordia, que celebró una jornada de puertas abiertas a un selecto grupo de invitados con un brunch amenizado con jazz en directo. En medio el éxtasis del dólar-metro cuadrado, el magnate inmobiliario, Harry Macklowe, se está desprendiendo estos días de su colección: 65 obras, valoradas en 600 millones de dólares. Y entre el enorme botín se encuentra el cuadro No7 de Rothko, un lienzo entre el carmesí y la lavanda, pintado en 1951 y rematado el pasado lunes día nueve de noviembre por 73 millones de euros. Fue el broche de la gran semana de las subastas de otoño.

Nacido en Dvinsk (Lituania) en 1903, dentro de las fronteras de la Rusia de entonces, Rothko emigró de niño con su familia a Oregón (EE UU), estudió en la Universidad de Yale y se formó como pintor autodidacta en Nueva York. Antes del crack que descorazonó a Scott Fitzgerald, el joven pintor coincidió con los maestros europeos exiliados (Mondrian, Josef Albers o Arshile Gorky), y formó parte del célebre grupo de artistas alojados en la Art Students League.  En 1928, un año antes de la hecatombe de Wall Street, participó en una muestra colectiva celebrada en la Opportunity Gallery y a partir de aquel momento el éxito no se hizo esperar; le llegó gracias al empeño de Peggy Guggenheim en la Art of This Century, el primer aquelarre del expresionismo abstracto. 

Nº 7 (1951) / MARK ROTHKO

Nº 7 (1951) / MARK ROTHKO

El traslado del su estudio a la zona portuaria de laciudad coincidió sobre el lienzo con el duro figurativismo de seres humanos solitarios que se desparramaban y se multiplicaban en el cuadro. Pasó por el simbolismo bajo la influencia de Jung y recogió las aportaciones de Milton Avery y de su compañero Barnett Newman. Con el tiempo, las atenciones del MoMA desataron el delirio del público y acabaron provocando la eclosión del genio que hasta entonces había permanecido oculto bajo el caparazón de una modernidad espectral

En la década de los sesenta el millonario David Rockefeller adquiría el Centro Blanco (Amarillo, Rosa y Lavanda sobre Rosa) que en 2007 se convirtió en el cuadro más caro vendido en una subasta de arte contemporáneo, al ser adquirida por un postor anónimo por 53,9 millones de euros. Desde entonces, el valor de Rothko no ha dejado de subir, hasta el punto de acercarse al cuadro más caro del arte contemporáneo, el famosísimo Número 5, de Jackson Pollock, adquirido por el mexicano David Martínez por 103 millones de euros. La mayoría de las obras de la colección Macklowe, que ha desbordado la fiebre compradora de los últimos días en Manhattan, fueron adquiridas antes de que los artistas se consagrasen. Entre las piezas subastadas, aparte de los grandes nombres (Rothko, Warhol…), figuró el portentoso escultor Alberto Giacometti, con su pieza de 1947, La nariz. 

White Center / ROTHKO

White Center / ROTHKO

El arte auténtico y el mercadeo postmoderno conforman una dupla que espoleó el impulso dionisíaco de Rothko, enganchado al magnetismo nihilista, del que habla Nietzsche –fue su autor de cabecera– en La genealogía de la moral. Mucho antes de llegar al  epílogo del hombre que derribó a los ídolos, pasó por el impacto de Los orígenes de la tragedia, aldabonazo del mismo Friedrich, el más antiguo de los modernos. El pintor cursó estudios humanistas en Harvard, se entusiasmó con Kierkegaard y a lo largo del resto de su vida trató de evitar que ¡lo aplastara una estatua!

El Manhattan de este otoño invernal posee una atractivo que confirma, un siglo más tarde, el análisis de Walter Benjamin en su carismático texto La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (Taurus), el último spleen melancólico, escrito poco antes de que los carros blindados del Eje pisotearan las aceras de Champs Elisées. En esta rentré, Nueva York se ha dado prisa a la hora de confirmarse como la capital del comercio mundial del arte, con el centro de gravedad situado entre Park Avenue y la Metropolitan Tower. Muy cerca de los gigantes del skyline neoyorquino que limitan la Milla, Rothko se consagró como artista puro en el conocido conjunto mural del restaurante Four Seasons, situado en el interior del emblemático edificio Seagram.

Seagram Mural / ROTHKO

Seagram Mural / ROTHKO

Los murales expresan el estilo más personal del lituano en el que el pincel se libera paulatinamente de la luz; transita del rojo amarillo renacentista hasta el rosa TiepoloGiambatistta Tiepolo, maestro de la luz en el setecientos, rescató la sensibilidad del paganismo tardío, como expuso Roberto Calasso, en una sabia ficción, titulada precisamente El rosa Tiépolo (Anagrama)–  y desde allí, insólito batiburrillo, hasta la oscuridad del acrílico negro, en línea con la voluntad arquitectónica del mismo pintor. Después de aquella experiencia metropolitana del Four Seasons, llegaría la consagración del artista en la Capilla Octogonal de Houston, un viaje sin retorno a la pintura metafísica, en la que Rothko justificó su decisión de no ser considerado nunca más un artista norteamericano. Visitó a menudo todos los museos de Europa y resumió por escrito que “si algún día, alguien logra casar su infierno con su cielo, su mal con su bien, tal como lo postula William Blake, habrá descubierto su auténtico motivo para vivir”. 

Aquel hombre nacido en 1903, de mediana estatura, de cabellos grises y ralos, y una fisonomía que acusaba vagamente sus orígenes tártaros, flotaba en el ambiente. Hablaba poco de sí mismo y movía su amplia frente con la humildad de un limosnero ortodoxo, según cuenta su biógrafa, Annie Cohen-Solal, en el libro Mark Rothko. Buscando la luz de la capilla (Paidós). En el texto, Cohen-Solal borda el tema de la esencia bizantina del pintor, al encuentro del cristianismo primitivo a partir del espíritu de la sinagoga doliente del mundo semita, más allá de los Urales. 

Houston Chapel / ROTHKO

Houston Chapel / ROTHKO

Con la Capilla Octogonal de Houston, Rothko se hizo piedra inmóvil; expulsó a la naturaleza de su arte, siguiendo una inclinación acólita de Di Chirico, “amante de las estatuas y enemigo de los árboles”, en palabras atribuidas a Apollinaire. Se ha dicho en innumerables ocasiones que la Octogonal se inspiró en la capilla de Henri Matisse en Vence, en la Riviera francesa, un pequeño templo de las Dominicas, la orden monástica en la que entró como novicia la modelo del pintor, Monique Bourgeois. Cerca de aquel enclave mediterráneo, en Niza, Monique posó para el gran maestro del fauvismo en cuadros, como El ídolo o El vestido verde y las naranjas.

Rothko manifestó siempre una profunda admiración por Matisse como maestro del color. Pero rechazó la sensualidad de los fauvistas que pintaban la Acrópolis helena rodeada de verde mientras él se inspiraba en las catedrales góticas, cuyas únicas alegrías son los ángeles caídos de algunos capiteles. Acabó su vida sumergido en las profundas inquietudes espirituales, aprendidas de niño en una familia de tradición hebraica. La obra de Rothko fue (es) una capilla, un lugar de recogimiento y meditación. Su desacralización a través del arte contemporáneo terminó siendo también su peor pesadilla: el rezo. La Capilla Octogonal remite al Rothko definitivo (no el último), entendiendo que su obra Crucifixión, el conjunto basado en la pasión de Cristo, fue su punto de partida.

La crucifixión : ROTHKOEl salto entre lo primero y lo segundo recorre un camino que conduce desde el interior oculto del creador hasta la negación de la luz, como arte verdadero. Para desentrañar el enigma de Rothko habrá que situarse en una plataforma cartográfica que nos permita preguntarnos desde dónde, desde qué lugar del espíritu sorprendió a su siglo este gran artista. El éxito de público habitual en las salas de arte del Soho, en la Saatchi Gallery de Londres o en las exposiciones de París y Roma demuestra que el pintor sembró la huella de su enigma. En Madrid disfrutamos, en 1917, de su obra en el Thyssen-Bornemisza y Barcelona recogió el guante, hace un año, cuando la Fundación Miró nos hizo un regalo de la navidad 2020-2021, con una exposición de 80 obras de Rothko, una muestra dedicada a la creación de espacios por parte del pintor. En este primer cuarto del siglo XXI, cuando se confirman los augurios migratorios y militarismos poco alentadores, el arte contemporáneo se presenta como una contradicción entre el deseo de racionalidad y la invencible oscuridad. El lugar concreto en el que se despliega la herencia estética de Rothko es un espacio situado entre el ruido del día a día y el silencio de los abismos.

El salto entre lo primero y lo segundo recorre un camino que conduce desde el interior oculto del creador hasta la negación de la luz, como