El mundo de Miguel Gallardo / FARRUQO

El mundo de Miguel Gallardo / FARRUQO

Artes

Gallardo en sus comienzos

Gallardo ha sido un artista ordenado, trabajador, que no tenía vocación de bohemio, pero que alargó esa etapa porque la industria del cómic no daba para más

27 febrero, 2022 00:00

No recuerdo cómo ni cuándo le conocí, recuerdo que yo iba a visitarle al piso que compartía con Juan Mediavilla en el barrio de Gràcia de Barcelona. Yo entonces era redactor de una revista de  comics y eso me permitía acercarme a los creadores, por lo menos los que vivían en la ciudad. Estos dos se sentaban codo con codo, cada uno a su mesa. A Miguel siempre lo pillaba trabajando, dibujando. No porque yo (o cualquier otro) estuviera allí interrumpía el trabajo. Él trabajaba y te escuchaba, te daba la vez en la conversación, apreciaba tu visita, le distraías. Pero lo importante era el trabajo, por supuesto. No se separaba en toda la tarde de la mesa inclinada. Estaban dibujando la obra maestra no sólo del underground sino del comic moderno español: Makoki, el antihéroe más divertido, salvaje y característico.

Makoki era un loco escapado del manicomio, que vestía permanentemente la camisa de fuerza y se cubría con el casquete metálico con los cables por donde supuestamente los pérfidos psiquiatras le enviaban las descargas eléctricas de los electroshocks. Solía estar de mala leche. Su némesis era el temible comisario Loperena y el robot argentino Roberto, que llevaba en el pecho la leyenda “Nasío pa matar a Makoki”. Acaudillaba Makoki a una banda de cretinos violentos y extrañamente inocentes, unidos sólo por las ganas de armar bronca y buscarse la vida. Estos personajes eran un trasunto de sus propias andanzas con su pandilla de amigos marginales, alguno de ellos tarado. El estilo del dibujo estaba obviamente inspirado por Segar, el Segar de Popeye, las  historietas eran hilarantes y políticamente incorrectas. Además de que estaban ambientadas en Barcelona, Makoki y su pandilla frecuentaban los mismos bares de moda que nosotros, sólo que lo que hacían allí no era beber y ligar, sino repartir leña y destrozarlo todo.

Tipos singulares

Me llamaba mucho la atención la simbiosis entre Gallardo y Mediavilla, quiero decir que los dos a la vez escribían los guiones y dibujaban las páginas. Si no me equivoco lo más habitual era que Mediavilla hiciera el trabajo a lápiz, luego Gallardo, que era más limpio, más fino, hacía el trabajo a tinta china. Se habían conocido, creo, en la escuela Massana, habían trabajado juntos en un estudio de dibujos animados, pintando fotogramas. Una vez, ante la muralla de Barcelona, Miguel me dijo: “Aquí nos sacaba por la noche de paseo el jefe de aquellos estudios. Nos decía: ‘Venga, chicos, respirad aire fresco’. Se sentaba a fumar un cigarro mientras Juanito y yo dábamos unos saltos, unos brincos y cabriolas, hasta que él apagaba el cigarro, consultaba el reloj, se ponía en pie y decía: ‘Venga, chicos, volvamos que el trabajo espera”.

Makoki, la creación de Gallardo / AMAZON

Makoki, la creación de Gallardo / AMAZON

Mediavilla era muy, muy talentudo, pero su dibujo era sucio. En fin, a mí me encantaba pasar el rato hablando con Gallardo y mirando cómo dibujaba. Vivían en un mundo para mí extraño; Miguel me contaría más adelante que en sus inicios, de gran precariedad, cocinaban una gran perola de arroz, de la que se alimentaban a lo largo de toda la semana. Mediavilla era a ratos laborioso pero también a ratos caótico. Tenía con las publicaciones una especie de síndrome de Diógenes, llenaba el piso de revistas, las traía de la calle. Encontró un mecenas predispuesto a comprarle sus cuadros, si se decidía a pintar al óleo. Vi sólo uno de aquellos cuadros: había pintado Mediavilla la fregona y el cubo de fregar, en un oscuro rincón del piso. Me pareció deprimente. El piso tenía un aire agobiado, precario. Allí conocí a varios tipos singulares cuyas andanzas y extravagancias ellos incorporaban a sus historietas. Por ejemplo, a un sujeto que escribía crítica de rock en no sé qué revista y firmaba Pectol. Lo convirtieron en El inspector Pectol, un poli severo pero recto que perseguía a Makoki sin ensañarse, sin blandir un látigo de siete colas como Loperena; y por supuesto Paco Mena, que era un sujeto más bien disperso mentalmente. Muchas veces cuando yo salía por las Ramblas y aledaños, de noche, veía a Paco, de rodillas en alguna esquina, rapado como un Hare Krisna, tocando la flauta de plástico, con un platito delante con monedas. Mediavilla decía, solo a medias, en broma, que Paco había “pillado una esquina muy buena”. Años después, cuando dirigió la revista Makoki, Miguel, maravillado de la excentricidad de Paco, de la que no se burlaba para nada, sino que degustaba como una rareza del mundo (por cierto que esto era una característica suya:  no condenaba a los demás, saboreaba sus rarezas) publicó como columnas de opinión algunos textos donde Paco hablaba de “espicología humana” y de la gran importancia de comer vegetales y cosas así, turulatas.

El detective de California

De repente aparecía en el piso un chifladito y Miguel le decía: “A ver, Pepe, enséñale a Ignacio cómo bailas. Ya verás, Ignacio, lo bien que baila Pepe”, y el tal Pepe, obviamente complacido, se ponía a dar unos pasos de baile absurdos, que Miguel y yo observábamos con una seriedad respetuosa, aunque partiéndonos por dentro de la risa.

Más adelante, cuando él ya se había “independizado” de Mediavilla, yo le visitaba a menudo en el piso, mucho más luminoso, que tenía en el barrio de Les Corts, éramos casi vecinos, vivíamos a cien metros de distancia. Estaba dibujando, muy laboriosamente, un comic formidable, en colores de gouache --el personaje era un detective en California que se llamaba Perro Nick--, en el que ponía muchas esperanzas de convertirse en dibujante internacional, es decir, de publicar en Francia, en Italia, etcétera. Pero aquella obra, de guión absurdo, surreal, era demasiado vanguardista y no fue comprendida.

El dibujante Miguel Gallardo / MIGUEL GALLARDO

El dibujante Miguel Gallardo / MIGUEL GALLARDO

Luego le visité mucho en su piso de la calle Ample, cerca de Correos, y en el estudio de la avenida de Borbón. Allí, cansado de Makoki, como Conan Doyle de Sherlock Holmes, entre otros motivos porque otros colegas dibujaban sus aventuras sin pedirle permiso y porque le parecía que la fama del personaje le encasillaba, escribió La muerte de Makoki, una historia trágica, inspirada en los mendigos y alcohólicos del barrio, que yo ceo que está entre lo mejor que dibujó.

En esa época hicimos tebeos juntos, yo escribía los guiones, él dibujaba y mejoraba mis diálogos. Creo que lo conté el mes pasado: era maravilloso ver cómo daba imagen a mis ideas. Era casi mágico. Luego además él agregaba cosas a mis textos. Por ejemplo, si yo había escrito que Perico Carambola era atropellado por un camión, él escribía, en la visera del camión, el nombre de “Los dos cuñaos”. Escrito así, y ahora, no parece gran cosa, pero en su contexto era  muy gracioso y esta clase de morcillas aquí y allá realzaba mucho los guiones y multiplicaba su hilaridad. También en mis artículos para la revista Makoki que él dirigía metía mano y además sin avisar, y no se me ocurría reprochárselo, pues en primer lugar me llevaba la sorpresa al ver publicado con mi firma sus ocurrencias y las mías juntas, y en segundo lugar, porque me los mejoraba.

Referencia moral

En cuanto a los comics que hicimos juntos, tengo el recuerdo de aquellas tardes y la visión de aquellas páginas como un privilegio de mi vida. Desde entonces varias veces he querido trabajar en equipo en asuntos creativos, porque comprendí que aquello me hacía más perceptivo, más inteligente. Pero nunca más lo he logrado. A veces Gallardo me pedía que escribiera alguna historia ambientada en Corea, porque le apetecía dibujar aquel país cuya locura política le fascinaba y del que tenía mucha documentación. Me pedía que escribiera un "Roberto España contra la generación X”, porque le divertía pintar la moda con que vestía aquella generación, o que Roberto y Manolín se disfrazasen con peluca, no recuerdo por qué. Yo le complacía, claro. Estos retos delirantes me estimulaban mucho.

Allí vi nacer su primera “novela gráfica”, Un largo silencio, que habla de las vicisitudes y penalidades de su padre, militar en el bando republicano, en la guerra, de la que no habló ni palabra durante cuarenta años. Creo recordar que el ejemplo o catalizador de esta historia era el Maus de Spiegelman. En España fue el primero, o uno de los primeros álbumes de este tipo de relato adulto.

Gallardo era ordenado, trabajador, no tenía vocación de bohemio, la bohemia se le alargó mucho porque el país es como es y la industria del comic no daba para más. Era probo, honesto, tenía en su gremio cierto ascendiente, no solo por su excelencia profesional sino también de tipo moral. Como la industria editorial del comic español se hundió, se recicló como ilustrador para libros y para la prensa. El “nivel internacional” lo alcanzaría  muchos años después, con María y yo, el álbum sobre su relación con su hija autista, donde se nota en cada viñeta y en cada palabra la presencia del amor, de un amor generoso, permanente e incondicional. Acabó colaborando con las mejores revistas norteamericanas, codo a codo con los mejores del mundo. En esta última etapa de su vida, que yo creo que fue la más feliz, apenas le vi. La vida te lleva y te separa.