Clínica y Centro de Salud en Léo (Burkina Faso) / FRANCIS KÉRÉ

Clínica y Centro de Salud en Léo (Burkina Faso) / FRANCIS KÉRÉ

Artes

Francis Kéré: arte, efectos y emociones

La obra del último Premio Pritzker muestra la eficacia de unas formas de construir, antagónicas a la cultura del espectáculo, que basculan entre la tradición, lo artesanal y el compromiso social

15 mayo, 2022 22:45

Estamos acostumbrados a que críticos, comisarios o jurados reconocidos marquenlas tendencias que, como innovaciones, salpican el día a día de la cultura arquitectónica. Ahora, en esta época de comunicadores e influencers, vemos que esa práctica sigue manteniendo su espacio, funcionalidad y su vigencia con los necesarios ajustes. El espectro de opiniones, sugerencias y referencias es tan amplio que a sus seguidores tan solo les queda incorporarlas, seguirlas u obviarlas; con ello, triunfa lo atmosférico sobre lo canónico.

Tras la concesión del Premio Pritzker 2022 a Diébédo Francis Kéré, después del impacto de los primeros titulares que lo definían como el primer africano en ganar el llamado Nobel de los arquitectos, es conveniente pararse a pensar en el rumbo que ha tomado el premio en los últimos años y la visibilidad de la obra premiada en el panorama de la arquitectura contemporánea. Es importante subrayar que desde que en 2014 se le otorgara el galardón al arquitecto japonés Shigeru Ban y a sus arquitecturas sencillas con tubos de cartón reciclados, pasando por el del chileno Alejandro Aravena, en 2016, o el hindú Balkrishna Doshi, en 2018, con Kéré se inaugura una etapa que pone el acento en los modos de habitar que nos trae la arquitectura; en una manera de hacer que, frente a las tendencias generales de un mundo globalizado, surge de lo local y está enraizada en las comunidades a las que sirve.

El arquitecto Francis Kéré / ASTRID ECKERT

El arquitecto Francis Kéré / ASTRID ECKERT

Algo de especial relevancia en un momento en el que la conciencia sobre el cambio climático, las enormes brechas sociales derivadas de las continuadas crisis que padecemos, o el desequilibrio territorial que producen las distintas migraciones, con altas ocupaciones o vaciamientos regionales, comienzan a ser parte de nuestras preocupaciones cotidianas. A estas cuestiones dan respuesta estas arquitecturas que recuperan modelos de comportamiento climático locales y devuelven la materialidad de la arquitectura a su entorno, además de promover la participación, entrecruzando sus efectos con una estética alternativa, más pendiente del buen hacer de sus procedimientos que de los resultados mediáticos.

Leer los motivos por los que se le concede el premio a Francis Kéré, en este mundo sacado de quicio, resulta alentador: “Nos recuerda lo que ha sido, y sin duda seguirá siendo, la piedra angular de la práctica arquitectónica: un sentido de comunidad y calidad narrativa, que él mismo es tan capaz de contar con compasión y orgullo”. Una práctica profesional compartida que aprovecha los saberes locales y las tradiciones vernáculas, atenta a la sabia aplicación de un conocimiento y unas técnicas que la arquitectura contemporánea ha injertado en el canon moderno, en las que abundan los valores y funcionalidad de lo eficiente y sostenible.

Escuela primaria de Gando / FRANCIS KÉRÉ

Escuela primaria de Gando / FRANCIS KÉRÉ

Se trata de una producción arquitectónica que asume una gestión económica y tecnológica participada, capaz de comunicar la importancia de su compromiso con lo social y el Planeta, implicando a las comunidades que la habitan y a todos nosotros. Cuando al final de la última década del siglo XX Edgar Morin hablaba de la Tierra como nuestra casa, se abría un horizonte en el que han florecido mil prácticas alternativas de estar en el mundo, en las que hay que insertar estas obras. La arquitectura moderna había hecho suyo este diagnóstico, adelantándose a la emergencia de una conciencia planetaria.

No hay más que recordar la figura de Hassan Fathy y su Arquitectura para los pobres. El arquitecto y urbanista egipcio recibió en 1980 el Premio Aga Khan de Arquitectura por una trayectoria profesional precursora de una sensibilidad atenta a lo social y eficiente de las culturas locales. Desde aquellos años a ahora, las arquitecturas del espectáculo, promovidas por el capital financiero, la política megalómana o la crítica de arquitectura --con toda su funcionalidad manifiesta-- han seguido por la senda de la imposición y la desconexión con la  gente y los territorios donde se implantan. Bienvenida una nueva claridad para este viejo enfoque tantas veces desplazado de nuestra atención como habitantes de la Tierra.

El premio de Diébédo Francis Kéré (Diébédo, en idioma mossi, significa el que vino a organizar las cosas) es una buena muestra. Nacido en Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo, su obsesión ha sido “mejorar la calidad de vida de la comunidad”, a sabiendas de que, como contó en 2013 en una charla, “la arquitectura puede ser inspiradora para las comunidades para forjarse su propio futuro”. El compromiso con su tierra y con la gente de su comunidad natal le llevó a crear en 1998 la Fundación Schulbausteine für Gando para costear una escuela primaria (2001). Desde ella ha gestionado sus reconocidas y emblemáticas obras en Gando: el Liceo Naaba Belem Goumma, la ampliación de la Escuela Primaria, viviendas de profesores y Biblioteca o el Centro de Mujeres Songtaaba. Obras que explicitan esta manera de hacer eficiente, solidaria y humilde.

A la arquitectura de Francis Kéré se le reconoce la recuperación de materiales y técnicas de la arquitectura vernácula, pero no se queda ahí. También atiende, persigue y potencia unas sensaciones que se nutren de una tradición y de unas formas de vida propias. La suya es una arquitectura de afectos y emociones. No de objetos formales, sino una suma de escenarios parciales que son señas de identidad local y permiten restablecer el equilibrio necesario de la gente con el medio en el que desarrollan su existencia. Esta idea se traduce en la puesta en valor de lugares que, con las nuevas relaciones que propone su arquitectura, cada individuo puede identificar como propios y habituales; lo percibimos en los tránsitos entre exteriores e interiores de los edificios, en el cuidado exquisito por los espacios intermedios y  en su imagen renovada, procedente de su formación europea.

Cabaña de mimbre en la escuela Vall del Ges / VOLTES COOPERATIVA   

Cabaña de mimbre en la escuela Vall del Ges / VOLTES COOPERATIVA   

Son signos que acaban por disolver la apariencia objetual y cualquier delimitación excluyente. En la arquitectura de Kéré cada actor o usuario encuentra, en cada momento, un lugar para el encuentro y la conversación. Un rincón donde resguardarse de las inclemencias climáticas. Las actividades a las que invita esta arquitectura en su interior se aprecian y disuelven en el entorno donde se sitúa la obra. Eso es lo que importa y lo que le importa al arquitecto africano. Y de esta preocupación deriva la eficiente gestión de los recursos, tanto materiales como técnicos, disponibles en el sitio. Una arquitectura de la hospitalidad, tan necesaria como ausente en Occidente, donde la individualidad de los comportamientos hace muy difícil la necesaria atención al otro, la sensibilidad por lo diferente.

Kéré es autor de una arquitectura para la vida, cuyas imágenes solo se comprenden si se forma parte de ella. En sus edificios importa la gente, sus movimientos, sus encuentros y desavenencias, la pluralidad de sus comportamientos en un medio físico compartido. Lo muestran de forma ejemplar sus intervenciones en Burkina Faso o en Mali, una arquitectura de emergencia en toda la extensión de la palabra. Una forma de construir que se abre camino de forma silenciosa y aborda la reterritorialización de la topografía moderna: haciendo retornar sus significados y funcionalidades tradicionales, reequilibrando mediante el sabio empleo de lo disponible en el medio. Y sustituyendo la imposición política por una psicología ilustrada --una forma de terapéutica-- para esos estilos de vida. Una actitud que comienza a estar presente en países europeos y americanos con arquitecturas diversas, mayores o menores, que basculan desde la infraestructura a la agricultura, y en las que se entrecruzan  significados y formas de vida, tiempos alternativos y vivencias confrontadas.

Esta mirada contemporánea a África no está guiada por la matriz geométrica sobre la que se fundan las vanguardias precursoras de la arquitectura moderna. No. Frente a su dominio visual, emergen aspectos ligados a lo agrario o a lo artesanal. Son los materiales, las texturas y colores de una cultura propia, los efectos de lo cotidiano, las atmósferas de sus estancias, las que dirigen la búsqueda del hacer arquitectónico, más manual y menos dominador. Su apariencia es tan eficaz como para hacerse notar a miles de kilómetros. Con esta mirada se hacen visibles otras referencias. Es el caso de los trabajos de Anna Heringer (también llamada al Museo ICO), unas arquitecturas que tienen como horizonte mejorar la vida de las comunidades bajo el lema de que La forma sigue al amor. O la experiencia de Salima Naji, que desde Marruecos recompone ese deseado equilibrio entre las gentes y sus territorios a través de la cultura de los lugares y una arquitectura del bien común.

Más cerca tendríamos que indagar en las prácticas de arquitectos que, con distintas perspectivas y compromisos, practican una dimensión ética en procesos participativos e integradores comprometidos con la ecología. Cabe recordar en este sentido los trabajos y las acciones didácticas de colectivos como Kuloark o Ecosistema Urbano, en Madrid, o como los de Voltes cooperativa d'arquitectura, trabajando en el barrio barcelonés de Vallcarca. Debemos celebrar pues la tardía incorporación de Kéré, una figura de la arquitectura procedente de África, aunque para ello haya transcurrido un tiempo largo y catastrófico que nos ha hecho darnos cuenta de la miopía con la que se manejaban esos ojos de la arquitectura del espectáculo.