Los Pritzker de Llàtzer Moix, Conversaciones / DANIEL ROSELL

Los Pritzker de Llàtzer Moix, Conversaciones / DANIEL ROSELL

Artes

Conversaciones (galantes) de arquitectura

Llàtzer Moix retrata a los galardonados con el Premio Pritzker en un memorable libro de entrevistas que trascienden el canon de la disciplina y muestran la relevancia cultural de la arquitectura

7 julio, 2022 22:55

Un arquitecto, a juicio de Álvaro Siza, ese sabio fumador tranquilo, es lo más parecido que existe a un detective: “Está obligado a encontrar razones para estructurar sus proyectos en un mundo difícil de explorar y en el que no es nada fácil hacer descubrimientos”. El símil, aunque disonante con la vieja tradición que nos (re)presenta la arquitectura como una tarea propia de dioses, consagrada sobre todo a evidenciar el rotundo tamaño del poder, aunque en realidad sea esculpida siempre por manos (fieramente) humanas, resulta luminoso. Quien construye edificios y, al cabo, configura la fisonomía de una ciudad –esa forma de arte tan excepcional y al mismo tiempo tan terrestre–, como nos enseñara Aldo Rossi, es alguien que básicamente resuelve enigmas. Uno detrás de otro. Capitales, intermedios y menores.

En esto consiste su oficio. A partir del lienzo que es un papel en blanco colocado sobre una mesa, o en una libreta, dibuja las dimensiones aproximadas del misterio al que se enfrenta. Desde el más absoluto de los vacíos formula una ecuación cuyo aspecto es el de un vulgar garabato y, tras un largo proceso intelectual, en el que el error cuenta tanto o quizás más que el posible acierto, la resuelve, obteniendo una forma que da soporte a una función –o a varias– y que se concreta en un artefacto, egregio o desnudo. “Un gran edificio sin función relevante es ridículo. Ninguna arquitectura puede convencer si no tiene autenticidad”.

Aldo Rossi

Lo auténtico en arquitectura, según la definición de Siza, equivale en literatura a lo verosímil. Éste es el fin y también el principio. Ahí está todo. Si cualquier narración de ficción exige un pacto expreso con el lector –la suspensión del sentido natural de la incredulidad que todos llevamos dentro– la arquitectura, especialmente la contemporánea, requiere, antes de hacerse cierta, un cerebro que la conciba como hipótesis y una combinación de neuronas que sean capaces de hacer del edificio una verdad material. Es una apoteosis basada en la sinapsis.

El periodista Llàtzer Moix (Sabadell, 1955) decidió hace ahora cuatro años que merecía la pena entrevistar de forma sistemática a algunos de estos grandes cerebros. Y eligió, claro está, a aquellos que forman parte del canon de la disciplina desde hace medio siglo: los Pritzker. Suele decirse que estos galardones equivalen a los Nobel. Es una verdad a medias. Existen extraordinarios arquitectos que todavía no han recibido este reconocimiento –igual que Borges jamás obtuvo el afamado premio sueco de literatura– y muchos que fueron seleccionados en función del zeitgeist. La nómina de los Pritzker no es infalible, aunque sea un embrión del Parnaso arquitectónico. Igual que sucede con cualquier otra ortodoxia, manifiesta un determinado criterio e, indirectamente, establece también sus heterodoxias. Un santoral cuenta tanto por los beatos que celebra como por los herejes que obvia.

Llàtzer Moix / LUIS MIGUEL AÑÓN 

Llàtzer Moix / LUIS MIGUEL AÑÓN 

Moix, que como responsable durante dos décadas de la sección de Cultura del diario La Vanguardia, del que ahora es subdirector y columnista, eligió hace tiempo la arquitectura como uno de sus asuntos predilectos, y al que ha dedicado libros como La ciudad de los arquitectos (1994), sobre el urbanismo de la Barcelona del 92; Arquitectura milagrosa (2010), acerca de la patología de la arquitectura icónica que se extendió, como una pandemia, tras el éxito del Guggenheim en Bilbao o Queríamos un Calatrava (2016), sobre el polémico arquitecto valenciano, conocía más que de sobra a lo que se enfrentaba. Viajes, gestiones con secretarios y asistentes, encuentros una y mil veces dilatados, puestas en escena (incluyendo sobreactuaciones) y momentos irrepetibles con grandes creadores de nuestro tiempo.

No era una tarea fácil. Los hacedores de edificios, incluso cuando simulan humildad, tanto como cuando actúan a la manera de las antiguas estrellas de rock, viven en una permanente contradicción: son absolutamente dependientes (de los clientes, del dinero, del lugar, del momento) y, sin embargo, anhelan con violencia levantar un arte que los trascienda y los convierta en perdurables. Con los mejores instantes de ese largo viaje hacia el corazón de los rostros de la arquitectura del último medio siglo, Moix ha compuesto Palabra de Pritzker (Anagrama), una recopilación de retratos (seguidos de entrevistas) a más de una veintena de los galardonados en las cuarenta ediciones del premio.

'Palabra de Pritzker' Llàtzer Moix

Se trata, sin duda, de un libro importante que tiene algo de acontecimiento. No sólo por la categoría y el talento de los personajes a través de los cuales Moix traza la crónica de cómo ha evolucionado la arquitectura (post)moderna, sino porque tiene el acierto de profundizar en la personalidad y el carácter de sus santones para indagar sobre cuál es la chispa que enciende y después alimenta su fuego. Cabe decir de este libro, salvando las distancias, algo similar al famoso Juan Belmonte, matador de toros de Chaves Nogales. ¿Es realmente un libro sobre un torero?  En absoluto: es un libro sobre la vida (de alguien que toreaba).

Del mismo modo, Llàtzer Moix habla, a través de sus arquitectos, del proceso de creación. Ese inmenso arcano. El gran secreto de todos los tiempos. De las experiencias y las vivencias que han hecho de cada uno de sus entrevistados seres distintos. Y de cómo el Pritzker, cuya historia glosa en la introducción del libro, ha ido cambiando para adaptarse a la destilación de la arquitectura, desde la época las vacas sagradas, para pasar a continuación al star system y a las franquicias globales, hasta regresar al origen de la “segunda más vieja profesión del mundo” (según Robert Carleton Smith): procurar un techo sin necesidad de agredir y destrozar la naturaleza heredada. Buscando hacer más con menos.

El arquitecto Francis Kéré / ASTRID ECKERT

El arquitecto Francis Kéré / ASTRID ECKERT

Esta galería de notables puede leerse como un canon, pero in fieri (algo que no deja nunca de hacerse). A esto ha contribuido, y es menester señalarlo en un país como España, donde el mecenazgo se ejerce como un acto de soberbia, en lugar de como una filosofía basada en el fomento de la excelencia, el sentido del decoro de la dinastía que da nombre al galardón. Lo paga pero no impone (ni interviene) en las decisiones del jurado, que goza de una envidiable independencia. Algo difícil de conseguir en materia cultural cuando quien financia un proyecto cree suplir su desconocimiento, o directamente su ignorancia, mediante el dinero. Algo imposible: Quod natura non dat, Salmantica non præstat.

Parece una provocación, pero se trata de un hecho indiscutible: en cultura existen las jerarquías. No todos los creadores son iguales. Todos los libros no valen lo mismo. Una pintura jamás equivale a otra. Un edificio humilde, como las iglesias esenciales de Tadao Ando, puede ser mucho más hermoso que cualquier palacio imperial. Y una cabaña de Keré, el último galardonado con el Pritzker, más útil para la gente que un jardín versallesco. Por fortuna, además, y esto lo deja ver Moix al componer el retrato íntimo de sus entrevistados, la prelación artística no depende del origen ni tampoco del dinero. Estos dos factores influyen en cualquier trayectoria profesional, pero lo esencial de cualquiera es la pasión. La actitud. La obstinación por alcanzar el ideal de perfección individual. Querer ser mejores.

Iglesia diseñada por Tadao Ando

Iglesia diseñada por Tadao Ando

De ahí que este libro, escrito con una elegancia que es marca de la casa, y que enseña que el mejor periodismo de profundidad no consiste en hacer ruido, sino en mostrar el significado de los silencios, emocione cuando permite al lector descubrir a un Siza (sin encargos) que no tiene problema en compartir el mismo edificio con sus competidores; o muestre a un joven Ando, estudiante autodidacta, caminando desde que amanece hasta que oscurece para visitar obras arquitectónicas en Europa, persiguiendo el fantasma de Le Corbusier. El libro está lleno de estos fogonazos de sentido: la estampa (perdurable) de Rafael Moneo explicando que su Museo Romano en Mérida lo condujo hasta Harvard, o la conversación con Frank Gehry relativizando su trono en el Olimpo de la vanguardia: “Yo sigo la música. Eso es lo que hago”. También lo es descubrir que Glenn Murcutt, autor de casas inmersas en la naturaleza, trabaja solo, en su casa, junto a su mujer, como un ermitaño.

Museo Guggenheim de Bilbao de Frank Gehry

Museo Guggenheim de Bilbao de Frank Gehry

Moix sortea con habilidad las procelosas aguas de los asistentes de prensa, las respuestas prefabricadas y las habilidades públicas de los divos (evidentes o tácitos). Va siempre que puede al sitio –sean ateliers o catedrales de hierro y acero, al estilo Norman Foster– donde se hace la arquitectura contemporánea. Mira, escucha, describe y registra. No juzga, muestra. Y con este material consigue un libro memorable que retrata –desde dentro y probablemente para siempre– a creadores cuyos nombres parecen haberse desligado de lo humano para transformarse en marcas de diseño, sinónimos de prestigio, palabras mágicas. Detrás de todos ellos, y esta es la luz que parece guiar al periodista, habitan personas. Sobre ellas nos habla Moix en estas conversaciones (galantes) sobre arquitectura, que componen la summa theologica de una disciplina cuya trascendencia cultural es indiscutible. Palabra de Pritzker es un libro con la vocación de un clásico. Se seguirá leyendo durante mucho tiempo. Perdurará igual que las obras de sus protagonistas.