Vittorio Giardino, ante uno de sus dibujos de 'Max Fridman'

Vittorio Giardino, ante uno de sus dibujos de 'Max Fridman' Gianfranco Goria - Flickr (CC BY-NC-ND 2.0 DEED)

Artes

La elegancia de Vittorio Giardino

Destaca por su trazo y lo bien que recurre a sus intereses literarios para sus historias, ya sean de ambiente histórico como las de Max Fridman o Jonas Fink, o de incursiones en el mundo del erotismo melancólico como las de 'Little Ego' o 'Vacaciones de ensueño'

3 junio, 2024 00:00

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Me lo descubrió, como tantas otras cosas (empezando por las aventuras de Blake & Mortimer de Edgar Pierre Jacobs), mi amigo Ignacio Vidal-Folch. Un buen día me dijo que había descubierto a un dibujante italiano estupendo al que había que publicar en España en la revista que acabábamos de alumbrar con Joan Navarro, Cairo. El dibujante en cuestión se llamaba Vittorio Giardino (Bolonia, 1946) y el álbum que había fascinado a Ignacio (y posteriormente a Navarro y a mí) era Rapsodia húngara (1982), la primera peripecia retro de Max Fridman, exagente de los servicios secretos franceses en los agitados años 30 del siglo pasado (el propio Ignacio se encargó de traducirla al español).

Vittorio Giardino era ingeniero electrónico de profesión y no empezó a dibujar tebeos hasta los 31 años. Se bregó con relatos cortos en diferentes publicaciones hasta que, en 1979, alumbró a su primer (anti)héroe, el detective Sam Pezzo, sobre el que flotaban las sombras de Dashiell Hammet y Raymond Chandler y al que dedicaría ocho aventuras entre 1979 y 1982. Para Max Fridman, yo diría que recurrió a Graham Greene, pues el personaje, descreído y entregado a la vez (a causas perdidas, por lo general), tenía mucho en común con los protagonistas de las novelas del escritor inglés. El señor Fridman protagonizó diversas aventuras: Rapsodia húngara (la primera y mejor), La puerta de Oriente (1986) y la trilogía No pasarán (200, 2002, 2017), ambientada en la guerra civil española.

Siempre atraído, estética y narrativamente, por el pasado, Giardino creó a mediados de los 90 a su tercer personaje principal, Jonas Fink, un muchacho judío en la Praga de los años 30 que no tarda mucho en tener problemas con los comunistas y al que dedicó tres espléndidos álbumes: La infancia (1995), La adolescencia (1998) y El librero de Praga (2018). Y nos queda un cuarto personaje, la joven Little Ego, que se inserta en una esporádica relación de nuestro hombre con el erotismo gráfico, en el que ha destacado por una cierta equidistancia entre el sexo estilizado y modiglianesco de Guido Crepax y la contundente carnalidad de Milo Manara. Creada en 1984 como una oblicua broma sobre el clásico de Winsor McCay Little Nemo, Little Ego tuvo una vida corta que, en cierta medida, disfrutó de cierta continuidad en las historietas eróticas que Giardino ha ido publicando desde entonces y que se hallan recogidas en el libro Vacaciones de ensueño (2022). Como en toda su obra, las historias, digamos, más sensuales que sexuales de nuestro héroe se caracterizan por unas grandes dosis de sutileza y elegancia en el dibujo: no se prestan a la masturbación intelectual, como las de Crepax, ni sirven para la masturbación literal, como las de Manara. Sus mujeres son bellísimas, pero con un punto etéreo, y las cosas que les suceden suelen moverse en el ámbito de la tragicomedia y depender notablemente del uso bien racionado de la ironía, mezclada con un tono frecuentemente melancólico.

Aunque suele considerarse a Vittorio Giardino un dibujante adscrito a la Línea Clara, yo siempre he tenido dudas al respecto. La influencia de Hergé es escasa, tirando a nula. Giardino es su propio autor y siempre se ha distinguido por la elegancia (y eficacia) de su trazo y lo bien que recurre a sus intereses literarios para escribir sus historias, ya se trate de relatos de ambiente histórico como los de Max Fridman o Jonas Fink o de incursiones en el mundo del erotismo melancólico como las de Little Ego o las muchachas (en flor) de Vacaciones de ensueño.

Al natural, el señor Giardino hace perfecto juego con su obra, como pude comprobar a mediados de los años 90 cuando lo entrevisté para una estupenda revista mensual que ya no está entre nosotros, El Europeo (dirigida por Enrique Murillo). De hecho, parecía un personaje de uno de sus cómics. Vestido con esa corrección italiana rayana en el dandismo, luciendo recortada barba y hablando a un volumen bajo, pero inteligible, el hombre me contó su vida y milagros (creo recordar que hablamos en francés, aunque cada uno entendía el idioma del otro, como suele pasar entre españoles e italianos), insistió en su interés por la historia europea de los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial y me hizo pasar una agradable tarde en el bar de un hotel de Madrid mientras tomábamos, como correspondía, café y té con unas pastitas.

La primera obra que lees de un autor de cómics que te parece interesante es la que más clavada se te queda. Me pasó con Adieu, Brindavoine, de Jacques Tardi (otro descubrimiento del amigo Vidal-Folch) y me volvió a suceder con Rapsodia húngara, que no dudo en recomendar a cualquiera que nunca se haya acercado al peculiar universo retro de Vittorio Giardino y tome por fin conciencia de que ya tarda.