Tratado sobre la vigencia del Barroco, el cine (sin cine) de la religión
Una exposición en Málaga indaga en el movimiento artístico para explicar el éxito y la perdurabilidad de sus obras, que contrastan con las propuestas contemporáneas firmadas por Saura, Darío Villalba y del Equipo Crónica
8 enero, 2024 17:56La historia visual del siglo XVII en España tiene un grupo mágico de narradores que dieron cuerpo al story board de una época poderosa y desquiciada: el Barroco. Todos ellos acabaron por fijar un tiempo en el que el arte afinó los mecanismos de la representación para llegar a ser la vía de acceso a algo extraordinario. La búsqueda de un lugar en el mundo. La exploración de lo sagrado.
De ahí que la exposición abierta hasta el próximo 18 de febrero en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, Fieramente humanos. Retratos de santidad barroca, sea la secuencia de una pintura que es el cine sin cine de la religión. Algo así como el parque temático del catolicismo, de los excesos y las pasiones de la Contrarreforma en un momento donde la creación era, por encima de todo, una valija diplomática con la divinidad.
“La pintura y la escultura se convirtieron en el medio de acceso a lo sagrado y los artistas en mediadores entre el espectador y sus creencias. Entonces, más que nunca, el éxito o fracaso de un pintor o de una obra se basaron, en gran medida, en sus capacidades para conectar la imagen con los fieles mucho más allá del puro deleite estético”, señala el comisario Pablo González Tornel, director del Museo de Bellas Artes de Valencia.
Al amparo de los versos de Blas de Otero, Fieramente humanos no es únicamente la reunión de 35 obras de los principales pintores y escultores españoles del Seiscientos, sino que trata de escudriñar en los recursos estéticos –la recreación exacta de rostro, cuerpos, tejidos y objetos, la iluminación dirigida y contrastada y, en ocasiones, los formatos monumentales– que hicieron del Barroco un movimiento tan eficaz y tan perdurable.
Ahí es posible vislumbrar la fórmula empleada por los artistas, quienes se sirvieron de fragmentos del mundo más próximo para, combinándolos de manera verosímil, fabricar una solvente ficción visual. Probablemente, aquello que pintaron Ribalta, Velázquez o Zurbarán nunca ocurrió tal como aparece en sus lienzos, pero su irresistible maestría presenta, aún hoy, escenas inventadas como ventanas a una realidad extrema.
De este modo, el discurso expositivo de Fieramente humanos deja a la vista del espectador cómo los creadores del Barroco se esforzaron arduamente por retratar a la divinidad de manera que la frontera entre el mundo material y el representado se volviera invisible. Como consecuencia, la verdad, o la ilusión de verdad, fue un elemento inherente a las visiones de la divinidad a lo largo del siglo XVII.
En opinión de González Tornel, “los pintores anularon la percepción del arte como falsificador para generar tal efecto de realidad, de vida pulsante, que sus imágenes se volvieron visiones de carne, sangre y lágrimas y los fieles lloraron ante un Cristo pintado tal y como María había llorado ante el cuerpo destrozado de su hijo moribundo. Los santos y santas, fabricados a imagen de Cristo, siguieron el mismo camino”.
La exposición –que podrá verse también en Valencia– se divide en dos secciones que ilustran de forma ajustada ese propósito. En la primera, Ser eternos, se pone el foco sobre cómo la imagen de los santos no escapó a la vocación de trampantojo realista del Barroco español. En ocasiones, son retratos verídicos, tomados en el lecho de muerte para capturar las facciones reales del difunto, como el del fraile Simón de Rojas ejecutado por Velázquez en 1624. Otras veces se basan en las descripciones fisonómicas de las fuentes literarias (el jesuita san Francisco de Borja, por ejemplo).
Además, esta voluntad realista se extendió pronto a las imágenes de los apóstoles y los santos primitivos, para las que se emplearon modelos del natural, haciendo que ellos, que habían vivido siglos atrás, parecieran habitantes de la España del siglo XVII. Como consecuencia, gracias a este recurso, su sufrimiento y aflicciones podían ser fácilmente entendidos y vividos por cualquier hombre o mujer del Seiscientos.
Por su parte, las obras de la sección Arañar las sombras centran la mirada en mártires y penitentes como San Jerónimo, María Magdalena e, incluso, el propio Cristo en su Pasión, retratados en momentos de intenso sufrimiento y dramatismo, enfrentados a tribulaciones espirituales y mortificaciones físicas que exhortaban a los fieles a emularlos para alcanzar la redención en un contexto religioso donde la penitencia fue sacramento principal. Vistos desde el presente, siguen encarnando el paradigma del dolor humano, atemporal y universal.
La directora artística del Museo Carmen Thyssen Málaga, Lourdes Moreno, asegura que la exposición quiere mostrar “el intenso realismo que define estas imágenes”. “Varios siglos después, aquellos seres divinos, tan realistas en su aspecto y sus emociones, mantienen el impacto visual de su verismo y su carácter más fieramente humano y conservan intacta su capacidad de apelar a la empatía y sensibilidad de quienes los contemplan”, añade.
Para articular ese discurso, Fieramente humanos. Retratos de santidad barroca expone obras de grandes maestros de la pintura como Murillo, Ribera, Velázquez, Ribalta, Orrente y Pereda, entre otros, y de dos de los escultores principales del período: Pedro de Mena y Montañés. Un botín que procede en su mayoría del Museo de Bellas Artes de Valencia, pero que también se nutre de préstamos del Museo del Prado y las pinacotecas de Sevilla, Murcia y Bilbao.
Con todo, la exposición no solo se orienta hacia los maestros antiguos, sino que toma de ellos la antorcha de la pintura y saca chispas en los diálogos que el comisario ha planteado entre los retratos de Santa Teresa de Ribera y de Equipo Crónica o las crucifixiones de Antonio Saura y Antonio Pereda; o echando la vista a la purificada insurgencia de la Magdalena penitente de Pedro Orrente y de una de las incursiones en la fotografía de Darío Villalba (Místico, 1974).
“Durante el Barroco, la pintura o la escultura debían ser capaces de convencer al espectador de encontrarse frente a algo más que a una invención del artista. Su éxito, en el campo del arte y en el de la doctrina, fue persuadir al fiel de que un cuadro o una escultura eran más que una representación de la sagrada persona, que eran una visión de esa persona, la experiencia auténtica de encontrarse frente a la sagrada presencia”, concluye González Tornel.