Antología del arte 'portuñol'
El Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa rastrea por primera vez la presencia de la pintura española en Portugal, un alegato a favor de la contaminación artística que abarca desde la Edad Media al siglo XIX
17 diciembre, 2023 19:00Hay ciertos museos que encierran, más allá del brillo de sus colecciones, el rumor acumulado de la Historia. Sucede así con el Museo Nacional de Arte Antiguo (MNAA) de Lisboa. Uno de esos espacios artísticos que trasciende su función de contenedor de obras para establecer códigos y coordenadas desde los que iluminar mejor otros tiempos que fueron: con su verdad, su fracaso, sus hallazgos y su sentido.
De ese destino, de esa voluntad nace ahora la muestra Identidades parthiladas (Identidades compartidas), la más contundente de las exposiciones dedicadas hasta la fecha a rastrear la presencia de pintura española en museos, iglesias, fundaciones y colecciones del país luso. Desde el histerismo en pico del gótico al derrape romántico del siglo XIX. Y, por supuesto, algunos de los artistas que integran el fabuloso dream team del Barroco hispano: Ribera, Murillo, Zurbarán.
Como resultado, el museo lisboeta –ubicado en el Palacio de Alvor, en un costado de la rua das Janelas Verdes– se convierte en una luminosa embajada española. Pero, más allá, la propuesta, que reúne un total de ochenta y dos piezas seleccionadas por el director del MNAA, Joaquim Caetano, y el catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense, Benito Navarrete, es un alegato a favor de la contaminación artística y la porosidad de las fronteras.
En este viaje de ida y vuelta se amontonan los retratos aristocráticos, los presentes diplomáticos y los patrocinios eclesiásticos. Todos ellos firmados por artistas españoles que trabajaron con asiduidad en tierras portuguesas (Luis de Morales) o por pintores lusos que se formaron y desarrollaron su actividad profesional en ciudades de alta densidad creativa, como la Sevilla de los siglos XVI y XVII (Vasco Pereira).
Entre esa amplia infantería sobresale, por su condición de gozne, la pintora hispano-lusa Josefa de Óbidos. Aunque nacida en la capital andaluza, la primogénita del artista portugués Baltasar Gómez Figueira importó de España el gusto por el bodegón para darle un estilo propio al Barroco del país vecino, acaso menos fiero y radical. Con esta fórmula, logró fama, riqueza y, sobre todo, independencia económica gracias a los réditos logrados con su trabajo.
Pero, al margen de aventuras personales, esta acumulación de coincidencias arroja la sensación de que muchos de estos artistas trabajaron en una misma dirección, sin saberlo, impulsados por intereses comunes que iban de Italia a Flandes, de Francia a la Península Ibérica. Y generaron cierta armonía compartida porque en sus trabajos hay motivos comunes y hallazgos compartidos. A partir de ahí, unos y otros concretaron sus voces particulares.
En Identidades parthiladas (Identidades compartidas) se descubre cómo el retrato, el bodegón, el paisaje o las escenas religiosas empezaron a ocupar buena parte del interés de los pintores. No hubo un trasvase exacto, sino una complicidad espontánea que conformó una manera de ver el mundo, de representarlo, de fijarlo. En este sentido, la exposición no aspira a concluir que no existieron diferencias. Más bien, lo que pretende alumbrar es que no hubo tantas a uno y otro lado de la Raya.
A este respecto, podría decirse que el propósito último de la muestra es hallarle debilidades al mito de una rivalidad que nunca existió. Se trata de un intento más de apartar de la pintura un falso lema de proezas patrias: aquel que distingue a los creadores por naciones, que los clasifica según su lugar de procedencia, que ondea el prestigio de la identidad territorial, que los pone a competir en el paisaje del arte.
Claro que muchos de los artistas no se conocían, pero sí existen entre ellos concomitancias claras que en esta muestra se hacen sitio. La información fluía por Europa y, de algún modo, calaba en los talleres y en las academias. De ahí que el conjunto reunido despliegue un relato deslumbrante donde la pintura se aúpa como principal costura entre dos países que están en un momento de mutación, de expansión y de contracción.
“Sólo con un conocimiento profundo de lo que significa la pintura europea, las preocupaciones estéticas compartidas, las corrientes y la circulación de las imágenes podemos tener un mosaico real de lo que la obra de estos artistas significa en el panorama internacional donde las fronteras se abren y las soluciones se comparten”, señala Navarrete en el catálogo de una exposición enmarcada dentro de la Presidencia Española de la Unión Europea.
Por lo demás, en la propuesta están a la vista las huellas de la Historia. Por ejemplo, el ancho cauce de la unión dinástica entre Portugal y España (1580-1640), que no dejó, a juicio del comisario Joaquim Caetano, grandes huellas en el arte luso, y el terremoto de Lisboa (1755), que arrasó gran parte de las colecciones de la nobleza, incluida el tesoro real que se encontraba en el Palacio da Ribeira –en el emplazamiento que hoy ocupa la Praça do Comércio–.
Así, hasta el 30 de marzo de 2024, el Museo Nacional de Arte Antiguo (MNAA) suma a su importante arsenal de pintura española un buen número de piezas localizadas en templos, fundaciones y colecciones portuguesas, entre las que destaca el espectacular lienzo La Virgen con el Niño y ángeles músicos, ejecutado por el lisboeta Vasco Pereira Lusitano en Sevilla en febrero de 1604 con destino al colegio de los jesuitas de Ponta Delgada, en las Azores.
Se exponen igualmente las tres pinturas de Vicente Carducho que están en la Iglesia de São Domingos de Benfica, poco visibles al público y ahora restauradas para su exhibición; La Santa Faz de El Greco, que habitualmente puede verse en el Palacio Nacional de Ajuda de Lisboa, y el Retrato del Príncipe Carlos de Austria, de Alonso Sánchez Coello, propiedad del Ayuntamiento de Oporto, si bien depositado en el Museo Nacional de Soares dos Reis.
Pero, sin duda, la obra más relevante de la exposición Identidades parthiladas (Identidades compartidas) es el San Sebastián atribuido aquí a Francisco de Zurbarán, quien lo pintaría entre 1634 y 1636. Dicha obra, que procede del antiguo convento de Santa María de Gracia de Lisboa, colgaba hasta ahora como obra del pintor castellano Clemente Sánchez, dado el anagrama con las siglas C.S. que halló en una de las esquinas inferiores del lienzo.
“Hace mucho tiempo que ya sabíamos que no podía ser de él, que es un pintor absolutamente mediocre, y estábamos siempre interrogando a otros compañeros”, ha explicado Joaquim Caetano. Tras años de incógnita, con motivo de esta exposición se realizaron estudios radiográficos, técnicos y comparativos de macrofotografías que permitieron confirmar su verdadera autoría: “Es una de las obras maestras de Zurbarán”, sostiene Navarrete.