Edward Gorey

Edward Gorey Christopher Seufert (CC-BY-SA-4.0)

Artes

El excéntrico Edward Gorey

Alternando los cómics con la ilustración, se tiró la vida explicando historias extrañas, fascinantes y excéntricas protagonizadas por personajes que se salían de lo normal. Y marcó a Tim Burton, en cuyas películas puede verse su influencia

4 diciembre, 2023 00:00

El norteamericano Edward Saint John Gorey (Chicago, Illinois, 1925 – Hyannis, Massachusetts, 2000) transitó por un camino gráfico similar al de Chas Addams, pero elevado a la enésima potencia y haciendo más hincapié en la vertiente siniestra del humor (o los elementos cómicos del horror, no sé). A diferencia de Addams, quien llevó una vida más o menos normal, Gorey fue un sujeto del que jamás se llegaron a saber demasiadas cosas, empezando por sus tendencias sexuales: nunca se casó, si tuvo relaciones homosexuales nunca se demostró y, en las pocas entrevistas que concedió, nunca abordó el tema de su (¿inexistente?) vida sentimental.

En su soledad aparentemente voluntaria, sólo buscó la compañía de los gatos, animales por los que sentía algo mínimamente emparentable con el amor. Y la de la cultura, evidentemente: se interesó por la literatura de Jane Austen o Lewis Carroll (dos de sus grandes influencias) y por la pintura de Francis Bacon o Balthus (en sus últimos años se enganchó a series de televisión como Expediente X o Buffy la cazadora de vampiros, dando muestras de un insólito eclecticismo popular). Siempre fue muy aficionado a la danza, ejerciendo de asiduo asistente a las representaciones del New York City Ballet (entre sus héroes, figuraba en un lugar destacado el coreógrafo George Ballanchine). Ese detalle lo emparenta con otro notable excéntrico del arte norteamericano, Joseph Cornell (Nueva York, 1903 – 1972), el hombre de las cajitas en las que encerraba pequeños y extrañísimos mundos.

Empezó ilustrando libros para la editorial Doubleday Anchor (entre ellos, el Drácula de Bram Stoker y La guerra de los mundos, de H.G Wells. Colaboró como escenógrafo en algunas obras de Broadway (destacando en un Drácula de 1977) y marcó considerablemente a Tim Burton, en cuyas películas puede detectarse su influencia (especialmente, en Eduardo Manostijeras). Alternando los cómics con la ilustración, el hombre se tiró la vida explicando historias extrañas, fascinantes y excéntricas protagonizadas por todo tipo de personajes que se salían de lo normal, aunque solieran vivir en entornos presuntamente normales. Como dijo el propio Gorey, “La vida cotidiana es muy desconcertante”.

Artísticamente, Gorey vivió en una cotidianidad inventada, de aspecto victoriano, poblada por seres que llevaban unas existencias que podían pasar por normales, vistas a cierta distancia, pero que no lo eran en absoluto: el término anglosajón bizarre se inventó para gente como él. Mostrar la inquietud que se oculta bajo una aparente normalidad fue su principal objetivo, y esa inquietud acostumbraba a venir envuelta en un humor oblicuo y retorcido que no todo el mundo identificaba como tal (muchos lectores lo encontraron siempre sencillamente siniestro y con un punto enfermizo, aunque lo mismo le ocurrió a Addams en según qué ambientes). El hombre se inventó para sus cosas el neologismo Amphigorey, mezcla del término de origen griego Amphi (en español, anfi, dualidad de todo tipo) con gory convertido en Gorey; es decir, una especie de fantasmagoría personal de doble sentido que definía muy bien todo lo que entregaba a la imprenta.

Aunque llegó a publicar más de cien libros, lo más definitorio de su producción puede encontrarse en las cuatro entregas de Amphigorey, cuatro antologías tituladas, respectivamente, Amphigorey (1972), Amphigorey too (1975), Amphigorey also (1983) y Amphigorey again (2004). Parte de su obra está publicada en España, aunque nunca ha gozado entre nosotros de mucho predicamento, como suele sucederles a estos national treasures del mundo anglosajón que, aparentemente, resisten mal el cambio de idioma y de hábitat. Ciertamente, Edward Gorey no es un autor para todo el mundo ni para todos los públicos, pero su base de fans española, aunque escasa, es muy fiel.

¿Cómo definir su obra en pocas palabras y llamar la atención de posibles lectores que la desconozcan? No es sencillo. Fue y no fue un dibujante de cómics. Fue y no fue un humorista extravagante. Fue y no fue un devoto de lo gótico, lo extraño y lo paranormal. Fue y no fue un esteta que eligió un medio teóricamente menor para explicar no el mundo en que vivía realmente, sino el mundo en que vivía mentalmente y en el que lo raro y lo banal solían ir cogidos de la mano. Fue y no fue una especie de recluso –se dejaba ver en público, pero eso parecía compatible con cierto exilio interior- que no acababa de entender ni de disfrutar el mundo y la época que se había encontrado al nacer. Fue y no fue un poeta irónico de una realidad llena de extrañas aristas que solo él identificaba y a las que se agarraba para darle la vuelta.

Extraño y extravagante pero, sobre todo, único, supo construir un mundo en el que algunos nos encontramos siempre muy a gusto y que no es el de nadie más. Personalmente, lo considero una hazaña, tanto en el universo del cómic y la ilustración como en el universo en general.