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LOG CORTESÍA DE LA ARTISTA Y HAUSER & WIRTH. ©RONI HORN/FOTO: RON AMSTUTZ

Artes

Las muchas caras de Roni Horn

El Centro Botín de Santander hace un repaso a las últimas décadas de la carrera de la artista norteamericana, cuya obra abarca la fotografía, la escultura y las instalaciones

6 septiembre, 2023 20:46

"Al mirar el agua vemos lo que pensamos que es nuestro reflejo, pero no, en realidad somos nosotros los que reflejamos el agua". He aquí la cavilación final de Roni Horn en un monólogo que el visitante oye en una sala pequeña de paredes blancas, techos altos y grandes cristaleras, suspendida al borde mismo del mar. Siempre hay algo de autorretrato en sus creaciones. En una paradigmática obra islandesa de los noventa llenó una sala de fotos suyas que captan en la expresión lo imponente del paisaje de la isla y sus imprevisibles fluctuaciones atmosféricas.

Primeros planos a tamaño natural colocados a la altura de los ojos del observador, mirándole directamente. En unas, se la ve sumergida hasta el cuello en el agua. En otras, concentrada bajo la inmensidad del cielo nórdico. En otras, arrugando los párpados, deslumbrada por el resplandor. Su rostro es el paisaje. En la pieza sonora del Centro Botín, el rostro lo pone el público que escucha.

Mientras las olas domadas de la bahía, donde se sumergen los pilares del edificio, pasan bajo los pies, pensamos en las facultades que la artista atribuye al agua. Puede, por ejemplo, tornarse en una superficie oscura que nos hace desaparecer, o puede desaparecer ella misma camuflada por la luz. Así, componemos con nuestras reacciones una pieza efímera que solo ven los demás espectadores, o tal vez nadie, si pasa inadvertida para nuestra propia imaginación porque nos perdemos en la negrura de la superficie o nos distrae su iridiscencia.    

La artista Roni Horn

La artista Roni Horn

La exposición de Santander abarca treinta años de la carrera de Roni Horn. Como todo su trabajo, es una muestra temperamental, de un humor variable, pensada o reordenada para responder al entorno. En este caso, el de la nave de los locos (si por tal tenemos, al menos en cierto grado, a los artistas) que flota entre los jardines de Pereda y la bahía, con el azogue del agua combado por el transbordador de Portsmouth y la playa de Somo estirando el horizonte sobre su pincelada de blanco roto.      

Aunque no fuese el propósito explícito de la artista, la exposición resuena también de manera inevitable con la muestra permanente, en el primer piso: los retratos cedidos por la colección de Jaime Botín. Cuadros de pintores formados a finales del siglo XIX y principios del XX, cuya obra abarca la práctica totalidad del siglo pasado.     

Los retratos pictóricos, en el fondo, responden al mismo propósito que los de la artista americana. Son una manera de averiguar cómo afecta la realidad física a los rostros. Matisse elimina la narrativa y la psicología de la faz de su modelo Laurette, de manera que el color y las cualidades pictóricas se expresen por ella. Gutiérrez Solana, en su Constructor de caretas, propone una paleta tan oscura para las máscaras de carnaval como para sus personajes de carne y hueso. Juan Gris nos presenta una figura de Arlequín tratando de sobrevivir, con su ingenio de pícaro, a la sustitución de la forma humana por los planos y tramas simples de los tiempos modernos. Francis Bacon adapta la pincelada de Velázquez a la textura del papel cuché, donde se desenvuelve el drama contemporáneo, para mostrar su propio semblante golpeado por el suicidio de George Dyer, un ojo a punto de reventar y la mandíbula dislocándose en cámara lenta. 

La Bahía de Santander vista desde el interior del Centro Botín

La Bahía de Santander vista desde el interior del Centro Botín

En la segunda planta, dedicada a Roni Horn, la continuidad no solo está asegurada porque, al ver sus fotos del Támesis, aun rielan en la retina las aguas españolas de Sorolla y la estela del ferry que une los dos países. También, porque los rostros siguen siendo protagonistas. Después de las imágenes del río londinense relacionadas con la grabación de la que se hablaba al comienzo, se nos presentan, en la siguiente sala, un conjunto de instantáneas de la sobrina de la artista tomadas entre sus 8 y 10 años.

Para esta exposición se ordenan en dos cuadrículas en paredes opuestas, donde cada foto de una cuadrícula se empareja con otra de la que tiene enfrente tomada con unos segundos de diferencia. Isabelle Huppert, reproduciendo el gesto de personajes que ha interpretado a lo largo de su carrera, ocupa los otros dos muros en un formato similar de cuadrículas enfrentadas. Una preadolescente en busca de la imagen estable que ni la mujer adulta ha conseguido en toda una vida.       

Hasta las serigrafías a base de lugares comunes escritos a mano de Wits’ End Mash, que se amontonan para revelar la mutabilidad del sentido, son retratos. Un perfil interior, al fin y al cabo, de los lectores que los traen a la vida, estorbados por la ilegibilidad o inspirados por las nuevas asociaciones mentales.        

LOG (Registro), la obra que ha tenido su estreno museístico en Santander, consiste en hojas de papel individuales con anotaciones autógrafas, citas, fotos, colajes, dibujos y recortes sobre cualquier cosa que llamase la atención de Horn, desde la fuga de un pulpo y otras observaciones de la fauna neoyorquina hasta los caprichos de la meteorología y de la actualidad. Se realizaron a lo largo de 14 meses, incluyendo algunos de la pandemia, a manera de autofoto diaria. 

La última sala del recorrido prolonga la línea de vista sobre el agua hasta un horizonte de bruma y monte cántabro. Lugar perfecto para las esculturas cilíndricas de cristal líquido que parecen desbordarse como piscinas infinitas. Reinventadas constantemente por efecto de la iluminación natural, deben encontrar un eco, ellas también, con los átomos en movimiento del mar y de nuestras personalidades.     

La diferencia, por tanto, con el arte del piso inferior, no es tanto el estilo como la renuncia total al estilo de Roni Horn. La americana tiene un trabajo muy significativo llamado Black Asphere (el nombre de la esfera que no lo llega a ser del todo) y que, a imagen de la androginia de su autora, busca evitar la definición. Una metáfora, como le gustan a ella, a cobro revertido. Con los movimientos posteriores a la modernidad, incluyendo el territorio conceptual y posminimalista de Horn, nunca es fácil saber si los espectadores estamos haciendo parte del trabajo o lo estamos haciendo todo.

Ahora bien, ¿la creación visual no es eso, disponer formas y colores delante de los ojos, sin más guía que la intuición, sin saber muy bien por qué? (En el mejor de los casos, sin saber todavía por qué). Al final, perder la fe en el arte va a ser prácticamente imposible, incluso cuando dudamos de sus oficiantes, aunque nada más sea por el simple hecho físico, psicológico, anterior incluso a la metáfora, de que no podemos dejar de mirar.