'Visita inesperada (1958)', de Remedios Varo

'Visita inesperada (1958)', de Remedios Varo

Artes

Remedios Varo, 'dona rodans'

El tejido de los sueños, un volumenque reúne la obra escrita de la pintora y artista gráfica de Girona, editado al cuidado de Isabel Castells, es la puerta de entrada a un universo pictórico marcado por el surrealismo

2 agosto, 2023 19:00

Remedios Varo. No la olvidemos. Su obra escrita es la puerta de entrada a sus cuadrosLa muerte era una visitante cotidiana en aquellos años de arrolladora revolución industrial. Comerciantes que incitaban a recubrir las paredes del hogar con relucientes pinturas hechas a base de arsénico, a comprar biberones de cristal que eran más vivero de bacterias que otra cosa, o juguetes de plomo que los retoños se metían en la boca durante horas. También estaba el pan enriquecido con yeso por aquello de que fuera más blanco.

Era la época de las fotografías post-mortem. Esas con las que Amenábar nos sobrecogió en su maravillosamente inquietante Los otros, a pesar de que, de vuelta a la cruda realidad, ya sabemos que no eran más que el único medio de recordar a  los que se habían ido demasiado pronto. La demanda de médiums, nigromantes, espiritistas de todo tipo espoleaba el fraude al tiempo que una pensadora ucraniana, Madame Blavatsky, se volcaba en escribir libros de intricada teosofía. Extensísimos tratados en los que, por ponerlo corto, dilucidaba que lo perceptible por los sentidos era una ilusión, mera apariencia. Un engaño fugaz tras el que se escondía un mundo espíritual que lo unía todo con sus formas esenciales, una fuerza íntima motor de la existencia de las cosas, la energía.

'Simpatía' (la rabia del gato)' (1955), de Remedios Varo

'Simpatía' (la rabia del gato)' (1955), de Remedios Varo

Antes de rasgarnos las vestiduras como los seres más racionales del Olimpo, suspirando por el tiempo de los autos de fe, los capirotes y las hogueras clamando a los cielos que espíritu no hay más que uno, vale la pena recordar que fueron esas extrañas teorías sobre geométricas energías invisibles las que iban a iluminar hallazgos que hoy, contrariamente a entonces, nadie se atrevería a cuestionar.

Nos despertamos y hasta dormimos con ellas, conforman nuestro día a día y las conocemos por el científico nombre de señales de radiofrecuencia. Con ellas, escuchamos la radio, vemos la tele y, desde hace relativamente poco, traman la lógica de toda nuestra existencia a base de una señal espectral a la que llamamos Wi-Fi. Es en ese punto en que la magia se encuentra con la ciencia donde nace la alquimia.

En EEUU, el empresario Thomas A. Edison no le hacía ascos al esotérico origen de tanta idea brillante, aunque todo sea dicho, las cuestiones morales nunca entraron en sus planes. Mientras, en Europa, esas mismas teorías inspiraban a una joven sueca absorta ante su caballete, pincel en mano, a arremeter contra toda la historia del arte en su conjunto. Algo que la historia del arte nunca le perdonó, por lo que sus méritos fueron traspasados a otros colegas suyos, Kandinsky y Mondrian, seguidores también de la misma estela que la osada Hilma af Klint. En cuanto a España, digamos que en España fue otra de las tantas cosas que perdimos en el fuego.   

Librepensadores, en su inmensa mayoría vinculados a la masonería. Republicanos descendientes por línea directa de la Revolución Francesa (no habían pasado ni cien años cuando empezaron a organizarse) y como es fácil de deducir, francófilos. Racionalistas de corte ilustrado, teosofía en vena, su objetivo era el progreso.

Entre sus filas se contaban profesores de universidad que perdían sus cátedras por defender las tesis de Darwin, entre otros que se planteaban qué pasaría si las mujeres fueran a la universidad o intelectuales que, a pesar de sus encotilladas costillas rematadas por ondeante polisón, cogían aire para denunciar el absurdo de entender la sociedad según una masculinidad tildada de virtuosa a costa de colgar el sanbenito de todo lo innoble a una femineidad de fantasía, con lo que se justificaba la explotación sexual.

'Fenómeno de ingravidez', de Remedios Varo

'Fenómeno de ingravidez', de Remedios Varo

El padre de Remedios Varo era ingeniero, comprometido con el proyecto de traer la industrialización y la modernidad a su pueblo, Anglès, en Girona. Sabía esperanto, la lingua franca que iba a ser vehículo de unión de la humanidad, además de un notable aficionado a la teosofía. La muerte había golpeado dos veces a su puerta, llevándose a un par de bebés antes de que Remedios naciera.Niña de salud delicada, corazón frágil, crecía observando a su padre y amigos con las manos dispuestas en círculo sobre la mesa invocando a espíritus entre libros de prosa estrambótica y teorías abstrusas, ilustrados por enigmáticos arcanos que hilaban la trama intelectual de aquel grupo, a lo menos, heterodoxo.

Todo bajo la horrorizada mirada de su madre, ferviente católica, que no debía ganar para sustos ante esas cosas del diablo que tanto agradaban al hereje de su marido. Corrían los años de la Primera Guerra Mundial. Los librepensadores, pacifistas, aplaudían a los voluntarios españoles que marchaban hacia las trincheras a luchar por la paz, sin olvidar que, también por esas fechas, algunos se plantaron como pioneros del ecologismo ante una más que turbia, floreciente industria alimentaria que ya olía a chamusquina.

Aquel hombre animó a su hija a perseguir una carrera artística si eso era lo que quería y Remedios Varo dijo adiós a Anglès. Primero Madrid, más tarde Barcelona. Remedios aprendió las técnicas de esa nueva vanguardia que venía de París, el surrealismo, con la que debió de sentirse como en casa. La física de los sueños tardaría todavía un poco en trenzarse con las teosofías que nunca olvidó, sino que siguió cultivando. Tal vez, de alguna forma, le permitían mantener los pies bien plantados en la tierra tras haber tenido que desarraigarse dos veces. Primero, de la guerra de España; después, de Francia por la guerra mundial, hasta que por fin desembarcó en México.

Fue una odisea, pero no un sacrificio. Librepensadora por herencia, pacifista nata, el decrépito discurso nacionalista al que su país de origen había quedado reducido no tenía nada que ver con ella. El fanatismo ganó la batalla. Para ella, el arte era su patria, la creatividad, su mundo; el recuerdo, su inspiración; su materia, el cosmos. En el país de los colores vibrantes, que a saber a santo de qué magias nunca desentonan, las artes eclosionaban como orquídeas en primavera así que atrás con la vieja Europa en la que España había desaparecido del mapa.

'La huida', de Remedios Varo

'La huida', de Remedios Varo

El volumen con la obra escrita de Remedios Varo, cuidadosamente editado por Isabel Castells, El tejido de los sueños (Renacimiento, 2023), nos la trae de vuelta aunque sea de visita. Las cartas y sus recetas son de un humor generoso que amaga pinceladas certeras, como dispuestas por un gamberro metafísico de formación sufí. La obra de teatro inconclusa es de una hilaridad plástica. Textos que son la puerta de entrada a sus cuadros, leerlos es como estar dentro de ellos.

En cuanto a sus sueños, de un tono algo más sobrio, nos sitúan en el epicentro de la realidad desde donde avistamos que la lógica parece asunto de un gran malentendido, con lo que viene a demostrarnos que nada es como una lo piensa, porque lo que una piensa oculta, en el fondo, la realidad a los sentidos. Lo que más llama la atención es esa luz oscura, que no es la del sol ni de nada que percibamos o creamos percibir, sino como la constante-metáfora de un silencio profundo que se proyecta directamente sobre el corazón de la memoria, ahí donde habitan los fantasmas y donde nace la imaginación. Esto no es una lectura, es una experiencia.

Un regalo de los que te agarran por sorpresa mientras hojeas las novedades dispuestas sobre la mesa de la librería de turno. Bellas reproducciones de sus cuadros que conectan con una España del más allá, apenas recordada como un sueño por esas citas o frases raras que soltaban las abuelas o bisabuelas (sobrevivieron un poco más que los abuelos o bisabuelos) y que habían aprendido de autoras y autores que, más o menos, hoy sobreviven en culturas locales, de obras perdidas ya para siempre, pero que hace más de un siglo fueron promesa de una creatividad a prueba de límites. El progreso, la ciencia, la alquimia habían ardido en las hogueras.

Por suerte Remedios Varo, dona rodans, se salvó de la quema y resulta un prodigio cuando Castells nos cuenta en su introducción que Octavio Paz dijera: "Remedios Varo no inventa: recuerda". Su obra es un hilo de plata que no se corta en los grandes bloques con los que se divide la historia de España (Restauración y Primo de Rivera por un lado; República, Guerra Civil y Franquismo por otro), sino que transgrede fronteras mediante un viaje hacia el interior al que nos invita con estos textos.

Remedios Varo continúa deslumbrando con su estela mágica de recuerdos, fascinando con su metafísica esotérica, sorprendiéndonos con la fascinante realidad de lo cotidiano. Un regalo que llega en el momento oportuno, cuando aquí parece que seguimos con médiums, nigromantes y espiritistas que persisten en el fraude de hablar por los ausentes, o por el ausente, que ya sabemos que espíritu no hay más que uno.

Viejos cuentos de ultratumba con los que infundir miedo para sacar provecho del dolor (cualquiera vale), barrar el camino hacia el conocimiento o inhibir el gesto de la indagación que abre nuevas perspectivas, inherentes a la creatividad. Otra vez oímos que las formas de pensar diferentes son fanatismos, provocando la angustia de que la multiplicidad de discursos romperán a España como quien mira un jarrón de sèvres posado al borde de una estantería. La cuestión es tirar cosas, ya sea al fuego o a la papelera, deshacerse del progreso que siempre fue cosa del diablo. "Recuerdo las antiguas paellas, la libre circulación y beso vuestras falanges" se despide, sin miedo, Remedios Varo. No la olvidemos.