Bohigas, el último humanista
El arquitecto puso en práctica un sueño sobre una ciudad habitable y bella, y encarnó la libertad de sostener en todo lo momento lo que pensaba
2 diciembre, 2021 00:00Oriol Bohigas repitió esta frase a lo largo de su vida: “Si quieres sumergirte en la Barcelona del buen gusto empieza por el Mies van der Rohe de Montjuïc”. Es el pabellón de la Expo de 1929, reconstruido por iniciativa del mismo Bohigas cuando era un joven arquitecto, que no cambiaría de opinión hasta su reciente muerte a los 95 años. Mantuvo su apuesta por el novecientos que le ha situado en una superación permanente frente al encuentro político entre el barroco del Eixample y la explosión saltimbanqui de la arquitectura franquista de cubiertas y sobre áticos destructivos, muy presente durante la larga etapa del alcalde Porcioles. Esta batalla contra las glorietas o los belvederes de ático burgués y su relación prepotente con el hormigón de Bellvitge y San Ildefonso fue para él una trinchera. Se propuso transformar la Barcelona urbanísticamente mestiza en una ciudad habitable y bella. Ambas cosas marcaron su debut y su larga batalla en arte contemporáneo, como arte de vida.
Escuela Thau ESTUDIO MBM
Bohigas ha sido uno de estos “espíritus finos” que Pascal opuso a los espíritus geométricos. Su biografía le confiere el derecho a una distinción duradera. Un día verbalizó que la Sagrada Familia era “una vergüenza mundial”; fue en 2015 y ha llovido, pero mostró su rostro real cuando añadió que “sin Barcelona no existiría Cataluña ni el catalán, ni el catalanismo”. Nunca quiso implantar en su ciudad un skyline manhataniano y retorció el colmillo ante rascacielos mostrencos, como los de Jean Nouvel o Bofill, concebidos como mecanismos de transformación de distritos enteros. Hoy, su final retrata a los jansenistas mundanos, amantes de la belleza tout court, soñadores del adorno venal del capitel y la volta, sin advertir que nuestras ciudades se han ido convirtiendo en madrigueras.
Bohigas ha quedado vinculado nominalmente, y para siempre, a la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB), de la que fue director entre 1977 y 1980. Hace algo más de tres años, se celebró el acto de entrega de 4.000 libros suyos a la biblioteca de esta institución académica. Sentado ya en una silla de ruedas, rodeado de su familia y sonriente solo a medias, Bohigas recibió el homenaje de sus colegas de profesión. Aquel día, Jordi Ros, dejó clara la tangibilidad de la relación entre el maestro y su universidad. Rafael Moneo estableció las ventajas de un carácter socrático como el de Bohigas que te permite “polemizar para mejorar”. Pere Joan Revetllat destacó la cátedra Bohigas como punto de encuentro y Eduardo Mangada, su colega y homólogo madrileño --del Madrid, después de Sabatini-- dijo que Bohigas era un “agente moral mas que un hombre de poder”.
Él los miraba de perfil, como el paciente inglés que ya era; en su interior había el mismo fuego de sus mejores años, pero ralentizado por la proporción y el sentido de la medina que los buenos exhiben de forma innata, muy a su pesar. Siempre habló claro ante los que le seguían; expresó en público su compromiso porque “era un hombre auténticamente libre”, escribe Jordi Amat en El País. Y me permito añadir que, de cara al resto de los mortales, la energía del finado estaba atemperada por el señor de La Rochefoucauld que habita en nuestros corazones, pero instalado en la plataforma catalana que sostiene un tal Jaume Vicens Vives. Bohigas ha sido como un buen poeta que hace buenos versos en latín y buenos versos en catalán. Un vernáculo sin resentimiento; un creativo que antes de enfangarse hace la de Cicerón: leer a Virgilio y a Horacio. Busca antecedentes, toma precauciones. Porque el genio no gana en la mirada; espera siempre el contraste del rigor.