Ingrid Guardiola en su casa / LENA PRIETO

Ingrid Guardiola en su casa / LENA PRIETO

Artes

Ingrid Guardiola: "Las ventanas digitales no sirven para mirar el mundo"

La realizadora catalana, autora de ‘El ojo y la navaja’, reflexiona sobre la “bulimia audiovisual” y augura que el coronavirus cambiará la conducta colectiva

13 abril, 2020 00:10

Ingrid Guardiola (Girona, 1980), productora, realizadora, profesora e investigadora sobre la cultura de las imágenes que han convertido al mundo en una interfaz, acaba de publicar El ojo y la navaja (Arcadia), un libro donde explica cómo las nuevas tecnologías están edificando los imaginarios colectivos. En esta entrevista da pistas sobre las razones por las que el confinamiento causado por el coronavirus influirá en los comportamientos colectivos y acentuará, a su juicio, un nuevo capitalismo de plataforma. “Vivimos instalados acríticamente en una bulimia audiovisual”.

–¿Cómo cree que influirá la pandemia y el confinamiento en el uso de las tecnologías y las redes sociales? ¿Nos instalaremos en el sobreabuso? ¿Las contemplaremos como un refugio? ¿Acentuarán la pasividad social?

–La pandemia está premiando el capitalismo de plataforma y aquellas empresas que lo representan: Netflix (consumo de vídeo online), Amazon (compras online), Google (videoconferencias, YouTube, paquete educativo), Facebook (Watsapp, Instagram, FB)… Y las nuevas empresas: Zoom el otro día se disparó en Wall Street. Amazon ha contratado 100.000 trabajadores más. Pero esto nos obliga también a hablar de contraejemplos como el aumento del uso de plataformas como Filmin o la Teatroteca, por no hablar de cómo se disparan los canales particulares que encuentran una buena recepción en la red (por ejemplo, Mockudramas). El sobreabuso es una realidad. Antes del confinamiento hablábamos mucho de binge watching (el empacho de series) y ahora nos hemos instalado acríticamente en una bulimia audiovisual. 

Retrato de Ingrid Guardiola / LENA PRIETO

Las grandes empresas han dicho que bajarán la calidad de sus contenidos para asegurar que la red aguante todo este tráfico. Hay un interrogante material-tecnológico que planea encima de este consumo. La buena noticia es que por fin nos percatamos de la naturaleza material de la red. La mala noticia es que estas alertas se están dando para poder consumir más. Cuanto más clicamos menos salimos a la calle a defender nuestros derechos, por mucho que haya una historia ya hecha de la relación entre los movimientos sociales de los noventa y la tecnología digital conectada (desde Génova, pasando por Filipinas, hasta el 15M). Las redes sociales han aminorado el carácter político de la tecnología digital conectada, salvo en contadas y notables excepciones, por ejemplo, en el caso del movimiento Extinction Rebellion o el Me too. Ahora mismo, la tecnología digital conectada nos sirve de refugio, pero también de trinchera de una guerra que es, a la vez, microbiológica y mediática.

–Analizando las “falsas polémicas y confrontaciones” que genera Internet  y que provocan ansiedad o depresión, usted escribe: “Al final, la única revolución será quedarse callado en las redes”. ¿Cree que el confinamiento romperá o acentuará ese diagnóstico?

–Nos enfrentamos a una situación muy complicada. Estamos ante una crisis irrepresentable, vírica, y cuesta mucho hablar de lo que no se ve. No hay imágenes de los hechos, no hay un enemigo visible, sólo datos, muchos datos, y todos contradictorios entre sí. Las redes nos sirven para contrastar datos, para encontrar algún asidero o como punto de fuga ante una gestión política de la crisis que no dialoga ni con la prensa ni con los ciudadanos. Este cul de sac aparente no viene de ahora. Como decía Joan Fuster, “un desastre no se improvisa”. Callar y no alimentarse de contextos tóxicos ayuda a sobrellevar el confinamiento, pero el problema es que lo tóxico y lo amigable conviven en un mismo contexto porque resulta que tenemos los amigos o los referentes en el mismo lugar que nuestros futuros haters o que lo que nos impide razonar o entender los hechos. Las algoritmos de las redes alimentan y son alimentados con la polarización del discurso y con la gestión del odio. La socióloga Zeynep Tufekci lo cuenta muy bien. 

Ingrid Guardiola trabajando en sus proyectos / LENA PRIETO

–Leerle suena premonitorio: “No podemos seguir viviendo tan velozmente como lo estamos haciendo (…) En esta carrera descontrolada, el pasado y el contexto desaparecen, el paisaje que nos rodea se convierte en una pincelada efímera y la presencia de los demás en un esfumado”. ¿Tiene esperanzas de que el confinamiento nos esté enseñando la lección?

–El confinamiento nos está enseñando a ver las cosas desde otro ángulo, aunque sea desde la violencia del encierro: ¿qué se ve desde el trampantojo del espacio privado? Nos damos cuenta de que nuestras ventanas digitales no son un panorama con el que mirar el mundo, sino un cerrojo. Cuando salimos a la calle a comprar lo necesario miramos las calles y la poca gente que hay con una intensidad inusual; cuando hacemos una vídeo-llamada atendemos al rostro del otro con un afecto indiscutible, cuando miramos una web en streaming contemplamos un rincón de mundo vacío y la belleza de un mundo sin nosotros. Íbamos permanentemente distraídos porque íbamos excesivamente entretenidos, encantados. La aceleración congénita al capitalismo neoliberal había convertido el mundo en un sfumato. Ahora nosotros nos hemos esfumado y el mundo resurge de nuevo. Puede parecer muy espiritual, pero es pura fenomenología para una nueva historia del ojo –parafraseando a Bataille– o nuevos modos de ver –parafraseando a Berger–.

–China parece haber controlado la pandemia a través de la aplicación totalitaria del big data y el estricto control digital de sus ciudadanos. ¿Teme que Occidente tenga la tentación de aplicar una política similar que nos lleve a aceptar el control ciudadano a través de un clic?

–Existe una Orden SND/297/2020, de 27 de marzo, por la que se encomienda a la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, del Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, el desarrollo de diversas actuaciones para la gestión de la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19. La aplicación permitirá la geolocalización del usuario a los efectos de verificar que se encuentra en la comunidad autónoma en que declara estar. La aplicación puede incluir dentro de sus contenidos enlaces con portales gestionados por terceros con el objeto de facilitar el acceso a información y servicios disponibles a través de internet. Acabo de copiar parte de una nueva medida del Gobierno español que navega en la dirección de la cibervigilancia China, aunque cada ley se enmarca en una historia y en una cultura, y en eso hay notables diferencias entre ambos contextos. 

Ingrid Guardiola en el terrado de su casa posa para Crónica Global / LENA PRIETO

En China el control lo tiene el Estado, aquí son las compañías privadas, las corporaciones tecnológicas y financieras, aunque menos que en Estados Unidos, puesto que en Europa hay un marco legal de protección de datos mínimo. Evgeny Morozov [investigador bielorruso sobre tecnología] hizo la pregunta, hace un par de años, cuando empezó a hablarse del Sistema de Crédito Chino: a lo mejor era preferible que fuera el Gobierno y no una empresa quién nos vigilara. Lo decía entre la descripción resignada ante un futuro innegociable y la ironía, puesto que nadie quiere que lo vigilen. Anticipar escenarios puede ser útil para intentar evitar que se cumplan. 

–El filósofo surcoreano Byung-Chul Han sostiene que la nuestra es una sociedad inmunológicamente debilitada a causa del capitalismo global. ¿Nuestra entrega sin reservas a las redes nos ha debilitado aún más hasta el punto de que estamos viviendo la llegada del virus como la irrupción inesperada de la realidad?

–Buyng-Chul Han también dijo que vivíamos en una sociedad del rendimiento caracterizada por un exceso de positividad y que el modelo immunológico era cosa del pasado. Maximaliza demasiado. Ahora ha tenido que escribir un artículo para resituar su propia teoría y, a mi entender, sigue maximalizando y, a la vez, simplificando, por ejemplo, en su descripción del caso Chino, sin mencionar la influencia de las pandemias previas que se han vivido en el país como uno de los ejes de aprendizaje y de resolución del conflicto. Nuestra relación con el virus sigue siendo, para la mayor parte de la población, distante, abstracta. Sólo es perceptible para quién padece la enfermedad o ante los que se dedican a las curas (cuerpos sanitarios, cadenas alimentarias, cuidadoras…), las que están trabajando. Ni tan solo hay un principio de realidad evidente cuando alguien que no está contigo sufre la enfermedad, o si alguien cercano muere a causa de ella (en España en un entierro solo pueden asistir tres familiares y separados). La sensación de irrealidad es enorme. El distanciamiento social y el exceso de relatos mediáticos han creado una diferente y extraña virtualización de los acontecimientos, aunque esto no elimina la experiencia del dolor físico y psicológico ante las pérdidas, ante la enfermedad o el simple confinamiento.

Ingrid Guardiola posa para Crónica Global / LENA PRIETO

–¿Cree que el confinamiento, como parece verse en las redes sociales, acentuará la exhibición pública de nuestra intimidad, el narcisismo y el voyeurismo?

–Está pasando sí. Hay gente que usa internet como medio de autopromoción, otros como herramienta de terapia familiar o social, o hay quien sigue las rutinas que ya llevaba encima. Me da más miedo todo el rastreo de este tráfico, lo que nuestro comportamiento individual y social (bastante indistinguibles en las redes) está enseñando a los algoritmos sobre nosotros mismos.

–La pandemia ha multiplicado hasta el infinito la oferta digital de ocio y cultura. Pero esa oferta, que ha sido descrita irónicamente por César Rendueles como “una especie de fiesta de pijamas en medio de una situación que está siendo dramática” parece otra forma de huida digital de la realidad. Con un ingrediente preocupante: solo está al alcance de quien pueda pagar las plataformas. ¿La brecha digital se ahondará y el poder de las plataformas se acrecentará?

–La brecha digital irá acompañada de una mayor brecha salarial y cultural… No se entiende la una sin las otras. La consejería de Educación de la Generalitat Valenciana dispondrá de 10.000 tabletas con conexión a internet para ayudar a los estudiantes que no disponen de ordenador o conexión. En Madrid se repartirán 1.000. En el mismo artículo de Rendueles (quizás era en otro) alertaba del peligro de reducir la educación a los deberes; esto sí que supondría una brecha educativa grave, puesto que muchas familias tendrán dificultades a la hora de poder ayudar a resolver o acompañar las tareas de las escuelas. Las diferencias de clase asomarán contundentemente. Otra cosa que me preocupa es que ante una situación así se están haciendo contratos a la brava, sin concursos (no hay tiempo), sin contraste, con las  grandes compañías de siempre (Orange, Google…). Al final, tendremos, no solo nuestra comunicación privada volcada en los servidores de los cuatro o cinco gigantes de la comunicación, sino también todo el sistema educativo. 

Ingrid Guardiola se muestra pensativa / LENA PRIETO

–La industria de la cultura ha puesto sus contenidos al alcance gratuito de un clic. Pero muchos agentes culturales discrepan de esa filosofía y anuncian que la gratuidad traerá el desplome de la cultura. ¿Por qué la cultura debe ofrecerse gratis mientras las panaderías nos siguen cobrando el pan?

–Se dice mucho que cuando algo es gratis es que el producto eres tú. Esa gratuidad de los contenidos online donde solo muy pocos pueden monetizar sus proyectos y donde quién siempre gana es la empresa que los aloja conlleva sus peligros. Las plataformas de servicios online primero te ofrecen un modelo freemium (gratis) para, una vez que ya te has fidelizado al producto o servicio, darte un modelo mejorado, sin publicidad… premium, de pago. Con la cultura este modelo no puede servir, puesto que cada obra es única, su riqueza estriba en su variedad y en salirse de este modelo bazar que impone el capitalismo de plataforma donde tu contratas un servicio en el que la cultura va a peso: 10 kilos de series, 4 de óperas, 6 de canciones pop… 

Estas plataformas (por ejemplo Netflix) han contribuido más a la devaluación del producto que esta gratuidad ocasional que estamos viviendo ahora. En estas plataformas por cada hype hay un millar de productos que nadie ve. La lógica del hype inhibe la diversidad. Estas plataformas algorítmicas son plurales solo en apariencia. Triunfa solo lo que ya estaba predeterminado para triunfar. La masa certifica a la masa, lo popular a lo popular, lo más visto a lo más visto. Los algoritmos diseñan entornos muy poco meritocráticos, inscriben una lógica del éxito basado en el relato social del 1%.

–En su libro usted recuerda que en 2012 Zuckerberg hizo un experimento con 700.000 usuarios de Facebook para averiguar cómo cambiaba su estado de ánimo según el timeline de noticias fuera positivo o negativo. Y añade: “No es difícil imaginar que este experimento puede convertirse en una realidad”. ¿La pandemia podría acelerar ese proceso?

–Sí, es lo que decía antes, los algoritmos de predicción están sacando humo, el conductismo es la psicología estrella en el internet de las redes sociales, nos sirve para entender cómo funciona este ecosistema. El conductismo está tomando el relevo al psicoanálisis. Las analíticas que los algoritmos realizan sirven no sólo para predecir, sino también para condicionar y moldear la conducta de la gente, su comportamiento electoral, su opinión… Rediseñan las interfaces a medida que van aprendiendo de la información. Hace un siglo que Walter Lippmann y Edward Bernays nos hablaban de esto. Estamos ahora en lo mismo pero en un ecosistema más perfeccionado y donde este control y manipulación es más preciso, ya que es posible gestionar matemáticamente el juicio y el deseo. 

Ingrid Guardiola sonriente en el terrado de su casa / LENA PRIETO

–Conectados en casa, sin duda, somos comunidad, pero las redes no pueden sustituir el poder del roce de la piel en un abrazo. ¿Qué riesgo emocional corremos si la pandemia dura y las relaciones físicas se debilitan? ¿El poder del algoritmo acecha?

–Tenemos que asegurarnos de aprender algo de esta experiencia. Mucha gente ha empezado un dietario, que no deja de ser una traducción intimista a un formato que es, en esencia, instruccional: un manual de para sobrevivir mejor y aprender de una experiencia. Lo que echamos de menos tiene que servirnos para ser más cómplices de lo que nos regala vida en común, puesto que las dificultades que conlleva esta vida en común ya las teníamos demasiado asimiladas. Si el después solo sirve para regresar a una imposible normalidad (“que la normalidad era el problema”, dicen muchas pintadas en la calle y en las calles virtuales) o para intentar reactivar el turismo, entonces no habrá servido de nada este confinamiento, esta recesión, todas las inevitables muertes. Las comunidades online son flexibles, temporales, fragmentarias.

La comunidad precisa de un territorio y de una cohabitabilidad. Los indicadores de esta cohabitabilidad son los que tendremos que encontrar igual que lo que llamamos territorio, que debe gestionarse. El territorio ha sido  durante demasiado tiempo gestionado desde la mirada abstracta. Desde el aérea del cartógrafo, del fotógrafo de guerra, del estratega, el militar, del burócrata… Para todos ellos el territorio era una convención geopolítica y la comunidad un conjunto administrable de puntos en el espacio. La gestión del espacio tendría que hacerse desde las comunidades, sobretodo en los asentamientos urbanos. Por suerte, esta situación está creando también muchas redes de soporte informal vecinal. ¡Ojalá duren!

–¿Tiene alguna receta para transitar en este momento por la interfaz virtual que para usted ya es el mundo?

–No es una receta, es un consejo que me doy a mí misma: dosificar. No se puede saltar al vacío a lo loco, ni a través de las ventanas físicas (porque te matas), ni a través de las ventanas virtuales, donde o bien te anulas o bien te conviertes en una parodia de ti mismo.