El grupo de seriéfilos y cinéfilos anónimos –todos nosotros– llevamos esperando la llegada del último mes con una impaciencia mal disimulada. Después de vencer la tentación de los avances piratas, de sortear las trampas de spoilers y augures maledicentes, llegamos sedientos a saciarnos del agua fresca de los últimos capítulos de algunas de las sagas más populares del planeta. Tras muchos meses de desierto, parece que se nos acumulan los oasis. Veremos sí son o no un espejismo. A algunos aún les duelen las retinas por el cierre en falso de Lost, aquella gran urdidora de triquiñuelas vanas. 

La coincidencia del final de Juego de Tronos y Vengadores: Endgame, unida a la de la trama principal de Star Wars, que se producirá en apenas cinco meses, hace que vivamos en una suerte de ambivalencia existencial. Por un lado disfrutamos del anhelo de clausura, queremos saber si el final que han ideado el ejército de guionistas estará a la altura de nuestras cábalas y deseos; por el otro, tememos el abismo de la ausencia, del después qué. Todavía desconocemos qué ficciones ocuparan el imaginario colectivo durante los próxima década. 

El primero en terminar es el universo que Marvel ha ido construyendo durante más de una década bajo el ampuloso nombre de franquicia MCU, Universo Cinematográfico de Marvel. En estos tiempos parece que sin acrónimo no eres nadie, hasta los futbolistas y otras celebrities, ávidos, quieren tener el suyo. Nada menos que veintidós películas interconectadas entre ellas, al modo de la obra de Onetti, que el buen hacer de los hermanos Russo, los Coen del cine palomitero, han llevado a un improbable buen puerto. Pero no solo eso. Pareciera que el futuro de la ficción es multiplataforma, a lo desmesurado de la propuesta se le debe sumar los cómics, videojuegos –Fortnite y Minecraft han realizado sus propias versiones– y novelas. En ellas aparecen, en mayor o menor grado según la película, nada menos que Spiderman, Thor, Ironman, Capitana Marvel, Black Panther, Hulk, La Viuda Negra y tantos otros. Algo así como el Dream Team de los superhéroes de siempre. La selección mundial del traje de licra.

Thanos, interpretado por Josh Brolin.

El resultado, aunque parezca imposible, funciona de fábula. Más allá del cálculo de beneficios en millones de espectadores –la película parece que se ha colocado en la pole position respecto a los estrenos de la historia, pero eso nos importa poco– hay algo poderoso en observar en compañía de multitudes una ficción que nos atañe, que después podremos comentar en el clan. Hay algo hermoso y antiguo en poder ver junto a otros mamíferos –grandes, pequeños, expertos y advenedizos– el mismo cuento alrededor de una atmósfera viciada a aroma artificial de palomitas y ambientador. Horas y horas de visionado estallando en la misma bomba emocional. El atractivo de la práctica colectiva es tal, que este cronista conoce a más de uno que, desconociendo las historias previas, se han lanzado a contemplar el final de las sagas de los dragones y los vengadores sin mayor problema, tal vez sospechando que el desconocimiento de los grandes relatos del presente, te convierten en un zombi

Es de agradecer que la película final del juego de Marvel se atreva a la pausa y a la demora. Que los efectos especiales –parece que sea más fácil conseguir que un planeta explote de forma realista, que no conseguir una barriga convincente– remen a favor del clímax que lentamente se ha ido cociendo para que el espectador acabe destruido y eufórico en el asiento. Así, claro, la película, excesiva, lo tiene todo: se juega a la épica familiar, a los paralelismos gafapastiles con los mitos clásicos – a veces Tony Stark parece Eneas a la búsqueda de su padre en el Hades para hacer las paces– grecorromanos y nórdicos, a la cita erudita de rancio abolengo freak, al guiño feminista e interracial a ritmo 8 de marzo. Para la cuota de cuarentones que van con sus vástagos y quieren presumir de cine ochentero se hace un repaso irónico y tierno de algunos de los éxitos de la época, de Regreso al futuro a Indiana Jones, pasando por Terminator

 

Fragmento del cartel de Los Vengadores Endgame

Fragmento del cartel de Los Vengadores: Endgame.

Si James Joyce creía que con la escritura del Ulises estaba dando trabajo para cuarenta años de críticos avispados, los Russo han hecho lo mismo con los friquis, que por fin orgullosos, pueden salir del armario por la puerta grande del reconocimiento social, como personajes de The Big Bang Theory. En fin, que la película no se deja tecla sin tocar pero, pese al batiburrillo cósmico, la melodía acaba escuchándose con claridad, que no es poco. Tal vez sintieron algo parecido los obreros que vieron coronar la aguja del Empire State Building, o los feligreses que se percataron que la última gárgola de Notre Dame estaba colocada. Hay algo catedralicio en esta resolución y clausura.

Otro de los grandes aciertos del núcleo duro de la saga es la aparición de un malvado descomunal. Como los buenos lectores –y aficionados al fútbol– saben, la grandeza del héroe se mide por el carisma del villano. El gigante lila maloso esta vez responde al nombre de Thanos y se dispone a salvar al universo del colapso mediante la desaparición de la mitad de sus habitantes, sin atender a criterios de edad, estatus o dinero. Lo hace mediante el simple chasqueo de sus hiperpoderosos dedos enfundados en un guantelete dorado que se parece mucho a una reliquia de Santa Teresa. Algunos han visto en él la reencarnación del espíritu de Thomas Malthus, aquel demógrafo que planteaba el extermino de la parte pobre de la población como único camino para la subsistencia de la especie.

Aunque, pensándolo bien, yo encuentro que Thanos se parece más a Marie Kondo, esa excesiva del orden y la limpieza, la antidiógenes, que postula, insensata que nos tenemos que quedar solo treinta libros en nuestra biblioteca –de si debemos tirar primero el suyo o no no dice nada– . Por último les dejo con una curiosidad que me descubrió mi hija. Si googlean el nombre de “Thanos” en el buscador este aparecerá junto al icono de un guantelete. Si clican sobre el dibujillo verán que el guantelete chasquea los dedos y en unos segundos la mitad de entradas indexadas empiezan a desaparecer de la pantalla de su ordenador. No me parece mala metáfora para paliar el exceso de información y ruido mediático que nos acecha, incesante. Solo espero que este artículo no merezca tal final. Que merezca salvarse.