Yoshihiro Tatsumi: nadie es profeta en su tierra
Yoshihiro Tatsumi (Osaka, 1935 – Tokio, 2015) construyó toda su obra a una prudente distancia de la vertiente más comercial (y pueril) del comic japonés. No estaba el hombre para dibujar como todo el mundo y explicar las historias que contaba todo el mundo, así que acabó convertido en una figura marginal -de prestigio, pero marginal- dentro de la industria del manga. Aspiraba a narrar historias para un público adulto y leído, a fabricar relatos breves y novelas gráficas que pudieran ser consumidas por un lector adicto a la literatura. Si eso ya es muy complicado en occidente, en Japón lo es aún más: puede que se permita la existencia de algunos excéntricos como él, pero ninguno de ellos se hace rico.
Mi viejo amigo Joan Navarro visitó a Tatsumi en Tokio, durante uno de sus viajes profesionales, y descubrió que vivía modestamente en una casita situada en uno de los barrios más cutres de la ciudad. Me dijo que le pareció un buen tipo, aunque claramente encuadrable en el sector melancólico de la sociedad. Se tomaron un té, compartieron una breve conversación en un inglés aproximativo y eso fue todo. Ya no recuerdo ni por qué Navarro visitó a Tatsumi, cuya obra publicaban en España otras editoriales, pero no descarto haberle dado la chapa para que lo hiciera y luego me explicara el encuentro.
Yoshihiro Tatsumi patentó en 1957 el término Gekiga para lo que él hacía: una historieta literaria y adulta, con influencias de Dostoievski y otros autores occidentales, siempre teñida de fatalismo y melancolía, que retrataba la vida cotidiana del Japón a través de unos personajes, a veces trasuntos del autor, a los que las cosas no les iban muy bien y que tenían de la existencia una visión ligeramente cenicienta (o lúcida, como ustedes prefieran). Yo lo descubrí a principios de los años 80 en las páginas de El Víbora, gracias a una serie de relatos cortos que acabaron formando parte del magnífico álbum Qué triste es la vida y otras historias (1984). Su año de gloria en nuestro país (por llamarlo de alguna manera) fue el 2004, cuando se publicaron cuatro libros suyos, dos en La Cúpula (Infierno y Goodbye) y dos en Ponent Mon (Venga, saca las joyas y La gran revelación). En el 2006, la gente de El Víbora publicó el excelente Mujeres. Y en 2009, Astiberri se hizo cargo de su obra más ambiciosa, Una vida errante, cuyas 850 páginas ocuparon la friolera de once años de trabajo en la vida del señor Tatsumi.
Una vida errante es una novela gráfica de una gran ambición y de unos espléndidos resultados. Por un lado, narra la historia de un dibujante de tebeos, claro trasunto del autor. Por otro, retrata la historia del manga desde una perspectiva tan realista como poco halagüeña. Y en un tercer nivel, Tatsumi pasa revista a la vida cotidiana de su país desde la posguerra hasta nuestros días. Una vida errante fue adaptada al cine en Japón, pero no me consta que se convirtiera en un blockbuster.
Con su manera de afrontar el género, Tatsumi siempre fue un autor más querido y apreciado en el extranjero que en su propio país. En Estados Unidos, para la prestigiosa editorial Fantagraphics, el dibujante de origen japonés Adrian Tomine se encargó de ordenar y editar su obra con un respeto y un cariño admirables, como si quisiera reconocer su magisterio a la hora de fabricar sus propias historias cortas y novelas gráficas (no es difícil detectar la influencia de Tatsumi en la obra de Tomine, marcada también por el fatalismo y la melancolía, reforzadas en su caso por la no siempre envidiable condición de norteamericano con orígenes asiáticos). Y Estados Unidos premió al artista japonés con un premio Harvey en 2007 y un premio Eisner en dos ocasiones, 2010 y 2016. Francia, por su parte, le concedió el Gran Premio del Salón de Angulema en 2012.
Y en España…Pues en España, Tatsumi fue apreciado principalmente por los lectores que no soportaban el manga, como quien esto firma, aunque algunos otakus más eclécticos que el resto del colectivo también disfrutaron de sus cosas. Para quien no lo conozca, yo diría que Qué triste es la vida y otras historias constituye una estimulante tarjeta de presentación para insertarse en su obra, que alcanza en la monumental Una vida errante la perfección narrativa, dando muestras de una ambición nada común en el mundo del comic en general y en el del manga en particular.
Los términos anglosajones outsider y beautiful loser te vienen inevitablemente a la cabeza cuando piensas en el corajudo señor Tatsumi, obligado (por sí mismo) a fabricar su magna obra en los márgenes del sistema. Cuando lo imagino en su casita de un barrio cutre de Tokio, tomando té con un catalán cuyo inglés es tan primario como el suyo, siempre me enternezco. Si la implantación de una novela gráfica adulta en Europa y Estados Unidos ya ha sido un relativo fracaso, lo de Tatsumi es, probablemente, el fracaso más admirable en toda la historia del mundo del comic.