El semanario Pilote lució orgulloso durante años el subtítulo Le journal d´Asterix et d´Obelix (La revista de Asterix y Obelix), lo cual no era de extrañar si tenemos en cuenta que el pequeño galo y el grandullón de su compadre eran las estrellas principales de la publicación. A mí me encantaban de crío los guiones de René Goscinny y los dibujos de Albert Uderzo (Fismes, 1927 – Neuilly-sur-Seine, 2020), pero lo que más me pasmaba del creador gráfico de la serie era que fuese el mismo que dibujaba también las aventuras de los aviadores Michel Tanguy y Ernest Laverdure, escritas por Jean-Michel Charlier. ¿Motivo del pasmo? El dominio por parte de Uderzo del registro cómico y del registro realista: el individuo que arrasaba con los personajes caricaturescos de galos y romanos era el mismo que dibujaba seres humanos de carne y hueso (solo se permitió una pequeña licencia con la nariz exagerada del pobre Laverdure, elemento cómico de la pareja de aviadores franceses), reconstruía fielmente exteriores e interiores y, sobre todo, plasmaba los aviones Mirage con una fidelidad asombrosa. Brillar de tal manera en dos registros gráficos totalmente opuestos se me antojaba una hazaña al alcance de muy pocos (de hecho, por más vueltas que le doy al tema, no encuentro otro artista equiparable a Uderzo a la hora de construirse una personalidad artística de tan admirable y lograda esquizofrenia).
Hijo de emigrantes italianos (Leonardo Uderzo e Iria Crestini), Albert Uderzo fue francés hasta la médula (solo volaba en aviones de Air France) y lo dejó claro tanto en las aventuras de Asterix (acusado a veces de chauvinisme por el sector más obtuso del progresismo profesional) como en las de Michel Tanguy (sobre las glorias de la aviación francesa, representada por la pareja de amigotes que pilotan sus respectivos Mirage mientras plantan cara a los enemigos de la república). Previamente, a medias ya con Goscinny, nuestro hombre había dibujado algo parecido a un western protagonizado por un indio grandullón llamado Oumpah Pah que, en la práctica, constituyó un ensayo de lo que acabarían siendo las andanzas de Asterix y Obelix. Oumpah Pah tuvo una vida breve (entre 1958 y 1962), pero sentó las bases para lo que sería el principal aliciente de Le journal d´Asterix et d´Obelix.
Albert Uderzo fue un enorme dibujante, pero no le llamó Dios por el camino del guion. Ni falta que le hacía en vida de su socio René Goscinny, pero cuando éste falleció en 1977 y el superviviente se puso al mando de la nave y empezó a escribir sus propias historias, las aventuras de los galos pegaron un bajonazo conceptual considerable, así como una disminución del ritmo de producción. Uderzo era incapaz de fabricar un álbum al año (que al principio eran dos) y los lapsos entre libro y libro se fueron haciendo cada vez más largos (con una media de cuatro años entre aventura y aventura). Eso no fue óbice para que en 1985 le cayera a nuestro ex esquizofrénico dibujante (ya hacía tiempo que le había pasado a Tanguy y Laverdure a su colega Jijé, cuyo trazo no tenía nada que ver con el suyo, pero, a su manera, insufló nueva vida a los personajes de Charlier) la Legión de Honor por sus servicios a la patria, tan merecida como los títulos de MBE (Member of the British Empire) que recibieron los Beatles en su momento como principal exportación cultural del Reino Unido durante los años 60 (¿a alguien se le ocurren mejores embajadores de la grandeur francesa que Asterix y Obelix? ¡Hasta el general DeGaulle los adoraba! Y gracias al ingenio y al humor de Goscinny, siempre lograron esquivar el patrioterismo).
Cuando vio que se iba haciendo muy mayor (y tal vez reconoció que escribir no era lo suyo), Uderzo permitió que sus héroes fuesen reinterpretados por autores más jóvenes, que han ido cambiando con el tiempo (como sucede con los diferentes herederos de Edgar P. Jacobs a la hora de continuar con las andanzas de Blake & Mortimer), pero han logrado conservar la fidelidad del público, pues cada nuevo álbum de Asterix es un best seller en Francia (y en España, donde los empezó a publicar a principios de los 60 la barcelonesa editorial Molino).
Albert Uderzo murió de un ataque al corazón a los 92 años. Dejó una hija llamada Sylvie que gestiona su legado. Lo suyo fue lo que se conoce como una vida plena. Y muy francesa.