Si la Costa Brava fue territorio de estrellas como Ava Gardner, Frank Sinatra y otras estrellas de Hollywood, así como de artistas de la talla de Picasso, Dalí, Duchamp, Lorca y Buñuel, el litoral catalán es mucho más amplio y tiene una larga historia.
En la Costa Dorada hay un pueblo que atrajo a decenas de literatos. Lo curioso es que pocas veces aparece retratado en las guías de turismo de Cataluña. El mismo municipio ha explotado poco eso, pero los conocedores de la literatura sienten un gran interés por saber qué esconde Calafell.
Este municipio dividido en dos fue el segundo amor de Carlos Barral. El escritor creció allí, junto al mar, donde no sólo tuvo una casita, sino que llegó a tener hasta un restaurante, que este 2024 cumple un siglo de vida.
El también editor era un enamorado del mar y de Calafell, municipio al que le dedicó varios versos a lo largo de su obra. Allí también trajo a todos sus amigos escritores a los que editaba. Por allí pasó brevemente Gabriel García Márquez, que se asustó por las plumas de unas gallinas de al lado por pensar que traía mal fario.
Reunión de intelectuales
Otros de los visitantes habituales fueron Juan Marsé (quien luego se compró allí una casa), Vargas Llosa, José Donoso, Jorge Edwards… La actividad literaria estaba asegurada en esa casa del paseo marítimo de Calafell, ahora convertida en museo. El problema es que también se bebía. Bastante.
La situación era tal que las charlas intelectuales devenían prosaicas y algo molestas para la familia de Barral. Su esposa, Yvone Barral, empezó a cansarse que ni ella ni sus hijas pudieran dormir del tirón o que, al despertarse, se encontraran la casa hecha un cristo. Así que decidió optar por un método más eficaz que el derecho de admisión.
Un restaurante para echarles a todos
Hortet compró una de las casas vecinas del paseo de Calafell y les montó un maravilloso bar–restaurante a Barral y sus amigos. Fue todo un éxito. Al principio, sólo iban los literatos, políticos e intelectuales, pero poco a poco, los vecinos y veraneantes se interesaron por ver qué se cocía.
La respuesta está en el nombre del local: L’espineta, una especie de caldo o guiso hecho a base de las espinas de pescado que se mezclaba con patatas y todo aquello que Barral y sus amigos pescaban durante el día en su barca. La idea fue un éxito.
Epicentro cultural
L’espineta se convirtió en un epicentro de la noche de Calafell. Hortet tuvo que adaptarse a la demanda. Si antes el local no tenía cocina más allá que la del hogar y llevaba los platos a sus amigos y los nuevos clientes, tuvieron que hacer alguna reforma. Con la cocina ya en el espacio, L’espineta se convirtió en un restaurante en toda regla.
Poco a poco, la esposa de Barral no pudo ella sola, le empezaron ayudar camareros, cocineros e incluso más adelante las hijas se metieron en el negocio. El literato y sus amigos siempre tenían una mesa reservada para ellos, por si llegaban a cualquier hora.
Tertulias ¿poéticas?
A día de hoy, parados 50 años de todo aquello, allí sigue. Es la mesa redonda que se encuentra a mano izquierda nada más entrar por la puerta. Allí, al lado de la chimenea, los escritores de la época se refugiaban del frío en invierno y departían de poesía y temas mundanos con sus pechos desnudos en verano, agobiados del calor.
Algo de ello todavía se mantiene medio siglo después. Han pasado muchas cosas desde entonces. Barral y su esposa murieron, las hijas tuvieron que alquilar el negocio, sin que el ayuntamiento moviera un dedo por conservar ese legado. Por suerte, encontraron vecinos amables y conocedores del legado de L’espineta que han velado por mantener viva su historia.
Cómo es el bar
Entrar al bar es como meterse en una taberna marinera, donde la poesía se respira. En las paredes hay fotos de la época, con Barral y compañía presentes en las paredes. Ya no se ofrece la receta de L’espineta, pero sí se sirve comida marinera.
El local sigue estando lleno de gente a sus 50 años. Lo único es que son pocos los que saben de todo lo que encierra el lugar. Si no se pregunta por las fotos, no se puede saber ni deducir toda esta historia. Una pena.
Cómo llegar
Los que quieran saber más se han de acercar al paseo marítimo de Calafell. Se llega en 50 minutos por la C-32 desde Barcelona y continuar hacia la parte de playa.
Otra opción es ir en transporte público. La línea R2 Sud de Rodalies llega hasta allí en una hora escasa.