Dick Van Dyke
El gran Dick Van Dyke (White Plains, Misuri, 1925) acaba de cumplir cien años hecho un potro. Basta, pues, de chistes sobre la longevidad de Keith Richards o Jordi Hurtado, ya que el protagonista de Mary Poppins les da vuelta y media a ambos a la hora de eternizarse en este valle de lágrimas. Personalmente, me alegro de lo que aguanta este hombre porque lleva haciéndome compañía toda la vida, desde que lo descubrí en el televisor en blanco y negro de mis padres al frente de El show de Dick Van Dyke (con doblaje sudamericano, que es a lo que se recurría en el franquismo para ahorrarse unas pesetas).
The Dick Van Dyke Show se emitió en Estados Unidos entre 1961 y 1966, y fue uno de mis primeros contactos con el mundo de las comedias de situación televisivas. La recuerdo como una serie tronchante en la que el señor Van Dyke ejercía de guionista de un humorista despreciable al que interpretaba Carl Reiner, otro titán del entretenimiento. Adelantándose a Seinfeld (esa serie sobre nada, según su creador, Larry David), en El show de Dick Van Dyke tampoco pasaban grandes cosas, más allá de los dimes y diretes entre Dick, sus colegas y su mujer, a la que siempre llamaba cielito y que interpretaba una Mary Tyler Moore de veinticuatro años de edad. Mi madre era más de Lucille Ball y su I love Lucy, pero mi padre, mi hermano y yo nos reíamos más con Dick Van Dyke.
Luego vinieron sus primeros y grandes años en el cine, con películas como Bye bye Birdie (1963), adaptación de una obra teatral que ya había interpretado en Broadway y que significó mi descubrimiento de la otredad machadiana gracias a la fantabulosa Ann Margret, Mary Poppins (1968), éxito total entre mis camaradas de los escolapios, o Chitty Chitty Bang Bang, basada en un libro de Ian Fleming, cosa que no entendí muy bien en la época, dada mi entrega total al James Bond de Sean Connery.
Aunque nunca dejó de estar presente en la televisión, con secuelas de The Dick Van Dyke Show, una breve asociación con Carol Burnett (otra reina del humor de mi perdida infancia) que acabó como el rosario de la aurora porque se llevaban fatal y diversas apariciones en programas ajenos, su regreso por la puerta grande tuvo lugar en 1993, con la eficaz mezcla de drama y relato policial que fue Diagnóstico: asesinato, que estuvo en antena hasta 2001 y cosechó un éxito notable, también en España.
La última vez que se le vio en la pantalla grande fue en 2018, con un pequeño papel en El regreso de Mary Poppins. Y ahora solo aparece en la prensa el día de su cumpleaños, cuando se le ve sonriente y siempre dispuesto a marcarse unos pasitos de baile. Nadie se explica su longevidad. Ni siquiera él, que estuvo enganchado a la botella durante veinticinco años y le costó Dios y ayuda alejarse de ella.
Keith Richards y Jordi Hurtado son dignos aspirantes a heredar su trono, pero en estos momentos no pasan de ser unos jovenzuelos con mucho potencial longevo.