Artur Mas, expresidente de Cataluña
Artur Mas vuelve a mover los hilos, aunque jure que ya no está en el tablero. Como un Sant Cristo Gros de la vieja Convergència, reaparece cuando el espacio nacionalista se tambalea y amenaza con desmembrarse entre ultras, exconvergentes y oportunistas de nuevo cuño.
Esta vez, su objetivo es neutralizar a Aliança Catalana y reconducir al “catalanismo de orden” desde los bastidores, convencido de que aún puede domar a la criatura que un día ayudó a despertar. Lo hace con la prudencia del que no necesita presentarse a elecciones, pero que sigue dictando los tempos desde la penumbra.
Y, sin embargo, el gesto tiene algo de melancólico. Mas actúa como ese patriarca que intenta reorganizar una familia que hace tiempo dejó de escucharle. Su “operación Manresa” busca contener a Sílvia Orriols, pero también resucitar una convergència que ya no existe, al menos como él la concibió.
Cada movimiento suyo confirma que nunca se fue del todo: cambió el escaño por la influencia, la tribuna por la reunión discreta. El expresident no compite, pero compone; no lidera, pero orienta. Y, mientras tanto, el país sigue preguntándose si su sombra alargada es una muestra de compromiso… o de nostalgia mal curada.