La actriz estadounidense Diane Keaton / EP
Como tantos otros muchachos de mi generación, yo también me enamoré de Diane Keaton (Los Ángeles, 1946 – 2025) cuando la vi interpretando el papel de la muy chisposa Annie Hall en la película homónima de Woody Allen. Era la novia idea de cualquier hombre con sentido del humor, alguien que captaba los chistes y los practicaba, una mujer capaz de sentarse contigo en un banco para hacer comentarios chuscos sobre la gente que pasaba por la calle, una compañera de juegos insuperable, una excéntrica responsable de las mejores salidas de pata de banco…
Luego descubrí que la industria de Hollywood también la consideraba una excéntrica que iba a su bola en todos los sentidos, desde la ropa que se ponía (por regla general, prendas viejas diseñadas para caballeros) hasta las cosas que decía y las decisiones profesionales que tomaba. Adoptó el apellido de su madre, Dorothy, para ejercer como actriz, pero recuperó el de su padre, Jack, para interpretar a la novia un pelín majareta (y, por consiguiente, encantadora, en la línea de su admirada Katharine Hepburn) de Woody Allen en una de sus mejores películas.
El de Annie Hall fue, en mi opinión, su mejor papel, aunque aquí incide lo sentimental y lo personal en lo puramente cinematográfico. Pero también brilló en El padrino, Buscando al señor Goodbar, Reds y varios largometrajes más de Woody Allen, con el que mantuvo una larga relación sentimental (también la tuvo con Warren Beatty, ¿y quién no?, o Al Pacino). No se casó nunca, pero a los 50 años decidió convertirse en madre de adopción de una niña, Dexter, y un niño, Duke, que ya están en la treintena. Entre sus escasos trabajos como directora, resalta el documental de 1987 Heaven, esfuerzo tirando a místico sobre la vida y la muerte y lo que viene después de ésta, si es que viene algo. Diane Keaton heredó de su madre una gran afición a la fotografía propia y ajena. Como ejemplo de la primera, cabe citar su libro de 1980 Reservations, compuesto de fotos de recepciones de hotel exclusivamente. Y de la segunda, la de, digamos, archivista, Bill Wood´s Business, colección de fotografías de un profesional de un pueblo de Texas a través de las cuales se puede recorrer la vida y el progreso de una pequeña comunidad.
Aunque el señor Wood fue, básicamente, un fotógrafo de bodas y bautizos, el hombre sabía mirar, que es lo que distingue a los grandes fotógrafos. Y el libro, que obra en mi poder desde su salida en 2008, es una delicia que siempre apetece hojear porque es como uno de esos álbumes familiares comprado en los Encantes que te animan a sacar conclusiones, inventadas todas ellas, sobre una gente a la que nunca conociste y que, además, lleva muchos años muerta.
La señora Keaton publicó unas memorias en 2012, Then again, en las que volvía a explicar las cosas a su manera, divertida, excéntrica y un pelín dispersa. Aunque tuvo una interesante carrera de mayor, los de mi quinta siempre la recordaremos en su dorada juventud, cuando encarnaba a esa novia ideal que, lamentablemente, nunca llegaba a cruzarse en nuestro camino.