
Mariano Antolín Rato
Nos ha dejado el escritor y traductor Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943 – Motril, 2025). Un infarto fulminante se lo ha llevado por delante, pero, afortunadamente, parece que no ha sufrido y que la cosa ha sido rápida. Hacía años que no me lo cruzaba, pero, de vez en cuando, intercambiábamos algunos comentarios en Facebook, esa red social para gente de una cierta edad y con tendencia a leer libros que no se acaba de encontrar muy a gusto en Instagram y solo ha oído hablar de Tik Tok, aunque nunca ha entrado en él. Le echaba menos años de los 81 que tenía, probablemente porque era de esas personas para las que el tiempo parecía no pasar: siempre lo veías con el pelo largo, las mejillas hirsutas, vestido con tejanos y con pinta de venir de tomarse un café con Allen Ginsberg o su admirado William Burroughs, el escritor que más le influyó como novelista y más culpa tiene de que sus primeras obras, salvo un ensayo sobre Bob Dylan, fuesen de difícil digestión (con el tiempo se fue convirtiendo en un autor más accesible).
Conocí a Mariano en Madrid, a finales de los años 80, a través de su mujer, María de Calonje. Ambos trabajaban para la difunta editorial Júcar, del voluntarioso Silverio Cañada (Gijón, 1938 – Oviedo, 2002), quien podía no moverse de Asturias gracias a que Mariano y María le cuidaban el negocio en la capital del reino. Uno de los mejores hallazgos de la editorial Júcar fue la colección Los Juglares, dedicada a figuras del pop y que consistía en unas breves biografías seguidas de las letras de unas cuantas canciones, traducidas habitualmente por el autor del ensayo. Yo contribuí a la colección con sendos libros sobre Roxy Music (1982) y Buddy Holly (1987). Cuando María (¡muchas gracias, amiga!) empezó a consultarme para la sección de narrativa, tuve el privilegio de recomendarle que publicara la Trilogía de Nueva York, de Paul Auster, y de traducirle la primera entrega, La ciudad de cristal (traducción que se perdió cuando Anagrama reeditó el libro unos años después). María y Mariano hacían una pareja encantadora y, a simple vista, les unía un sentido del humor a prueba de bomba.
Mariano se ganó principalmente la vida con la traducción. Entre los autores a los que vertió al español cabe citar a Jack Kerouac, Ezra Pound, Scott Fitzgerald, Malcolm Lowry, Raymond Carver, Bret Easton Ellis o William Burroughs. De hecho, su relación con la literatura española fue siempre tan escasa como oblicua. Su propensión a lo anglosajón iba más allá de su habitual aspecto de profesor universitario californiano (o de Vermont). Mariano siempre fue un bicho raro de la ficción española y como tal fue tratado, aunque le cayeron algunos premios (que parecían otorgados con cierta desgana). El premio que sí fue en serio fue el Nacional de Traducción en el 2014.
Antes de la Movida, del underground barcelonés y hasta de los comics de Robert Crumb, Mariano ya ejercía de ciudadano moderno y vanguardista. En 1999, María y él abandonaron su casa de Pozuelo de Alarcón (Madrid) y se mudaron a Motril (Granada), donde María lo encontró muerto hace unas pocas mañanas. Murió como había vivido: sin molestar a nadie y de manera expeditiva. Era un gran chico.