
Jean-Marie Le Pen
Más bruto que un arado
Jean Marie Le Pen parecía más inmortal que Mick Jagger y Keith Richards, pero por fin ha palmado físicamente, ya que políticamente llevaba unos cuantos años criando malvas por cortesía de su hija Marine, que lo echó del Front National en 2015 después de unas declaraciones bastante positivas sobre los nazis y su ocupación de Francia que resultaban ligeramente inoportunas para el presunto nuevo rumbo que la hija del patrón pretendía darle al partido (Le Pen ya había, digamos, abdicado en Marine en 2011, pero se le aguantaron las chorradas contraproducentes hasta que le dio por dejarse poseer por el ectoplasma del mariscal Petain).
Huelga decir que el viejo no se tomó muy bien que se le marginara del Frente Nacional, al que incluso se le cambió el nombre, para seguir disimulando un poco más y no dar miedo a quienes lo consideraban un cónclave de energúmenos. Hasta se cabreó con su hija, a la que llegó a acusar de traición, y hubo una época en la que parecía que depositaba sus esperanzas en su nieta, Marion Marechal Le Pen. Joven rubia y atractiva que, si no me equivoco, es amiga de nuestro Santiago Abascal.
Y es que, desde su punto de vista, la cosa era realmente para rebotarse. Tú fundas el Front National en 1972 como un partido de extrema derecha, xenófobo y antieuropeo y luego viene tu hija (que ya tiene una edad, pero para ti sigue siendo una mocosa) y pretende suavizarlo para no dar miedo a los tibios y favorecer la toma del poder (sí, Jean Marie, la muy oportunista hasta admite maricones en tu partido, o ex partido. ¡Lo que hay que aguantar!).
Jean Marie Le Pen nació en el poblado bretón de La Trinité sur Mer en 1928 y murió hace unos días en una población llamada Garches. Aunque la política había prescindido de sus servicios, el hombre vivía muy bien porque en 1977 recibió una cuantiosa herencia de un fan que le dejó todo lo que tenía. Supongo que con su segunda mujer y el dinerito del follower se le debió pasar definitivamente el berrinche que agarró cuando se separó de él su primera esposa, Pierrette Lalanne, quien encontró la manera ideal de librarse de él de la manera más humillante posible: saliendo medio desnuda en la revista Lui, vestida de criadita lúbrica, con delantal y ropa interior. Tuve la dicha de hojear ese ejemplar de Lui y creo que la maniobra de Pierrette era exactamente lo que merecía el energúmeno de su marido, quien, afortunadamente, no pasó a la acción (como cuando le arreó un bofetón a una diputada de izquierdas en el parlamento francés).
Pensemos que el hombre era de armas tomar: paracaidista en Indochina (1953), en Suez (1956) y en Argelia (1957, donde parece que hizo doblete como torturador).
Podría seguir enumerando más virtudes del señor Le Pen, pero prefiero seguir ese consejo anglosajón según el cual, si no puedes decir nada bueno de alguien, mejor no digas nada.