Medrar es mejor que currar
Cada vez hay más gente en España (yo incluido) que se pregunta para qué sirven los sindicatos. Parece que con montar una manifestación el Primero de mayo ya han cumplido con sus obligaciones para con la clase obrera a la que se supone que representan. Si gobierna la derecha, se ven obligados a sobreactuar un poco y hacer como que se oponen al farcihmo. Si gobierna lo que aquí entendemos por izquierda, se limitan a hacer seguidismo del PSOE (y de sus posibles socios más supuestamente a la izquierda) y a no plantear el más mínimo problema a sus señoritos, que son, no lo olvidemos, los que les arreglan los sueldos y las subvenciones. Como prototipo del sindicalista poltrón y acomodaticio, Pepe Álvarez (José María Álvarez Suárez, Belmonte de Miranda, Asturias, 1956) es insuperable. En su caso, además, el sindicalismo es vocacional. No estamos ante un trabajador que muta en sindicalista para mejorar las condiciones de vida de sus colegas, sino para mejorar las suyas. Trabajar, lo que se dice trabajar, Pepe no ha trabajado mucho: poco más de un año, desde que llegó a Barcelona en 1975 y se colocó en La Maquinista Terrestre y Marítima. En cuanto pudo, se pasó al sindicalismo radical y no volvió a presentarse en el tajo: hay que reconocer que el hombre ha sido de una habilidad admirable.
Medrando eficazmente, llegó a mandamás de la UGT en Cataluña, donde jamás representó el menor problema para lazis y procesistas, a los que reía las gracias con un entusiasmo digno de mejor causa. Hasta se hizo llamar Josep María y aprendió un catalán bastante decente (o más que el de Rufián, por lo menos, aunque también es verdad que eso no cuesta mucho). En vez de defender a la clase obrera, nuestro Pepe se convirtió en un leal secuaz de la burguesía separatista local, llegando a secundar cosas in secundables desde un punto de vista marxista o simplemente de izquierdas. España, que es probablemente el país más tonto del mundo a la hora de tratar a sus enemigos, lo premió poniéndole al frente de la UGT nacional, donde aún sigue, paseando feliz su colección de vistosos fulares por cuanto acontecimiento seudo progresista en el que se requiera su presencia.
Su última misión, como un Santos Cerdán cualquiera, ha consistido en ir mañana a ver a Puchi para ver si apoya lo de la reducción de la jornada laboral. Mientras escribo esto, no sé qué tal pueden salirle las cosas, pero hay que tener en cuenta que Cocomocho está algo rebotado con su sindicato. Como ustedes recordarán, el pasado mes de mayo, Puchi dijo de Sánchez que hay que venir llorado de casa, a lo que el sindicalista de UGT Matías Carnero (Barcelona, 1968) le respondió en un mitin que él había huido de España meado y cagado (comentario que no fue del agrado del Hombre del Maletero, que niega haberse dado el piro metido en el maletero de un coche, aunque solo le cree su fiel Pilar Rahola).
Dudo que esta misión le quite el sueño a nuestro Pepe. Algún canapé caerá. Y podrá lucir el fular de los domingos. Lo de que va a hablar con un delincuente no creo que ni se lo plantee, pues milita en la escuela Cerdán de pensamiento (o algo parecido).