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La trayectoria bursátil de Grífols en las últimas semanas es un compendio de lo sucedido con la compañía durante este 2024 que difícilmente olvidará. Notables desplomes y subidas meteóricas se han combinado en una suerte de montaña rusa en la que no han faltado una operación de OPA desestimada, incendiarias misivas de accionistas críticos, en pie de guerra contra la gestión y la gobernanza de la empresa, y una nueva emisión de bonos que ha llegado para poner algo de calma, al menos a corto plazo.
En estos contextos, los accionistas minoritarios refuerzan su papel de eslabón débil de la cadena de la industria de inversión. De ahí que movimientos como la adquisición de acciones por parte del director financiero de la empresa, Rahul Srinivasan, no sean precisamente los más adecuados en entornos tan volátiles como el actual.
Desde el punto de vista técnico y normativo, la compra de acciones del ejecutivo es irreprochable: comunicada al supervisor en tiempo y forma, realizada con información compartida con el resto del mercado y con una operativa por completo convencional. Incluso, también cuenta a favor de esta operación el hecho de que sirva como gesto de apoyo y confianza en la gestión de la compañía.
Sin embargo, y aunque se haya tratado de una inversión simbólica, un comportamiento más propio de un especulador de corto plazo no parece el más adecuado para un miembro de la alta dirección de Grífols. Y menos, al tratarse de un contexto alcista en el que el principal catalizador ha sido una operación liderada por su equipo. En los mercados cuentan, y mucho, también las formas. Precisamente, uno de los aspectos en los que Grífols está mostrando mayores carencias.